Por eso mismo, Distopía vuelve accesibles temas en realidad muy complejos, tanto que constituyen muchas veces el alma del debate público y político contemporáneo. Acercar los grandes temas de manera accesible es mérito de los buenos trabajos divulgativos, pues dan una visión amplia y a la vez profunda, de las cuestiones en discusión. La obra tiene el afán de cubrir esta meta divulgativa y mantener una sana tensión entre la amplitud y la profundidad de las temáticas abordadas.
¿Qué le quedará al lector de Distopía? Un acervo importante de ideas y de argumentos para presentar de modo respetuoso y no beligerante el mensaje cristiano a las personas de hoy. Puede mostrar cómo los cristianos de hoy somos herederos de una gran tradición de pensamiento, y cómo el cristianismo no tiene miedo de abordar las cuestiones más embrolladas de la sociedad contemporánea. Le deja, en ese sentido, un santo orgullo de ser cristiano, si lo es; una invitación a conocer el cristianismo más a fondo, a tomárselo más en serio, si el lector no lo es.
En ocasiones los textos aparecen con tono polémico, precisamente como una forma de entrar de lleno en el debate público hodierno. Ello le otorga agilidad a su lectura y provoca una cierta reacción, apuesta a no dejar indiferente al lector, sino a involucrarlo directamente en las difíciles temáticas abordadas. El talante polémico es, en consecuencia, una herramienta retórica para captar la atención del lector e involucrarlo en el tema. Nunca tiene, en cambio, un carácter beligerante o agresivo, pues el autor sabe que las ideas no se imponen, sino que se dialogan y piensan, para finalmente, si convencen, hacerse propias.
No me queda sino desearles una feliz lectura a todos los que se atrevan a seguir esta aventura intelectual de pensar cristianamente los problemas contemporáneos y ofrecer una respuesta a las inquietudes, interrogantes y aspiraciones del hombre actual.
Padre Mario Arroyo
Introducción
¿Por qué los temas del feminismo, el aborto, la eutanasia o el sexo acaparan la atención mediática y la agenda pública? ¿En qué estriba su particular interés, su prioridad, el hecho de que capten la atención de los jóvenes? ¿Qué hay en esas realidades o por qué despiertan interés? En el presente libro se intenta hacer un recorrido, a manera de collage fotográfico, sobre estos temas y su desarrollo histórico reciente, mediante una colección de artículos periodísticos que los abordan. Pero, primeramente, en este breve ensayo introductorio, nos damos a la tarea de reflexionar acerca del motivo por el cual despiertan tanto interés.
Ahora bien, otro elemento disonante, que suele despertar alboroto al tratar esta temática, es la doctrina de la Iglesia Católica al respecto. Para muchos las posturas eclesiásticas oficiales resultan escandalosas. No se trata sólo de que muchas personas las consideren superadas, anacrónicas y obsoletas. Bastantes se consideran agredidos con su sola enunciación; es decir, no aparece únicamente como una doctrina trasnochada y superada, apta solamente para engrosar el arcón de la historia. No, se considera una realidad viva que ofende y provoca, levanta polémica, y por ello el interés de los medios, pues viven del escándalo. Pero el hecho de que todavía suscite incomodidad manifiesta que, pese a quien le pese, continúa siendo algo vivo, discordante con la opinión de la mayoría, o por lo menos, con la opinión oficial, canónica.
Quizá la clave del escándalo estriba en dos extremos que implícitamente cuestionan a la opinión dominante o, como se le denomina habitualmente, “políticamente correcta”. El primero es que no se trata en realidad de una posición superada, no es una reliquia del pasado, una pieza de museo que se contempla con indiferencia. En cambio, todavía es algo vital para muchas personas, presente en multitud de sociedades, con diversos grados de intensidad, pero vivo y operante. En segundo lugar, porque presenta un modelo de vida, sociedad, persona y cultura alternativos al generalmente aceptado. Es decir, se trata de un conjunto coherente de doctrina, que ofrece una visión completa y armoniosa de lo que es el hombre, la vida, la familia, la cultura y la sociedad, diferente del políticamente correcto y, por ello mismo, se puede comparar con él. Es, en definitiva, un modelo alternativo y las comparaciones son inevitables. Su viabilidad cuestiona a la visión canónica, políticamente correcta y las comparaciones resultan incómodas.
Son dos visiones alternativas del mundo. En muchos extremos antagónicas, en algunos complementarias. ¿Pueden continuar manteniendo vigencia ambos modelos? Parece ser que sí, pues muchas veces la vía para descalificar a uno de ellos es la violencia y la mentira, lo que manifiesta la falta de herramientas intelectuales de la posición políticamente correcta. Cuando elijo la violencia –quemar iglesias, vandalizar símbolos religiosos– significa que se me acabaron las razones o son menos sólidas que las de mi contraparte. Significa que estoy inquieto, pues se cuestionan legítimamente los fundamentos de mi cosmovisión y eso me incomoda.
Cuando existen unos cauces culturales y públicos civilizados, adecuados para el debate académico, y éstos no se utilizan, quiere decir que se carece de argumentos sólidos para esa discusión y se opta por abortarla con la violencia. Tanto en el lado cristiano en general, como católico en particular, ha estado siempre abierta la puerta y extendida la mano para sostener un debate público y racional sobre los fundamentos de la cultura y la sociedad.
Una muestra de ello, reciente, es la iniciativa promovida durante el pontificado de Benedicto XVI denominada “Atrio de los Gentiles”, donde se promovía positivamente un debate público con no creyentes, sobre los temas estructurantes de la sociedad y la cultura. El entero pontificado de Francisco puede verse como un continuo intento de tender puentes con los temas emergentes de la sociedad contemporánea. Muchas personas, en vez de recoger el guante y aceptar el desafío, han optado por el cobarde expediente de la violencia. Pero ello manifiesta que o no tienen razones sólidas para sustentar su postura, o no están muy seguros de ellas.
En cualquier caso, como todo mundo sabe, nunca ha sido buena idea prescindir de la historia, hacer como si todo comenzara el día de hoy, pues ello nos convierte en manipulables, proclives a repetir los errores de antaño. Estamos a mitad de un proceso cultural relevante, de consecuencias incalculables, es importante no perder conciencia de nuestra identidad, saber quiénes somos. Y, en este proceso, una parte fundamental de la construcción de nuestra identidad la constituye el ser conscientes de quiénes hemos sido. En este ámbito, resulta indispensable una madura reflexión histórica sobre los puntos y valores rescatables de nuestro común pasado cristiano. Sería irresponsable descartarlo todo, con las rápidas etiquetas de “pedofilia”, “inquisición”, “evangelización”, “colonización”, “cruzadas”, etc. Se requiere un ejercicio de discernimiento, donde se descarta lo superado y negativo, mientras se hace un positivo esfuerzo por mantener aquello que arroje luz acerca de quiénes somos ahora, y hacia dónde nos queremos dirigir.
Por lo pronto, el hecho es que el cambio de paradigma cultural nos ha conducido a una actitud revisionista y crítica con respecto a nuestra propia cultura, nuestras raíces y nuestra identidad. Nos encontramos a la mitad de un doloroso proceso a través del cual cambiamos el relato que nos da una explicación coherente sobre nosotros mismos. En el relato anterior, se partía de la visión según la cual occidente representa desarrollo, cultura y progreso. Sería el encargado de llevar la luz de la civilización al resto de la humanidad, como una especie de abanderado de la raza humana. Ahora, en cambio, se está adoptando, en ocasiones de forma traumática, un relato alternativo, donde Occidente, a lo largo de la historia, ha sembrado sólo opresión y violencia, pues desea exclusivamente su propio interés y el sometimiento de lo diverso.
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