Freud rastrea las predilecciones amorosas y libidinales de la joven que transitan a los 13 y 14 años una “predilección tierna y exagerada por un niñito pequeño, que es atribuida a su deseo de ser madre ella misma. Cuando el niño comienza a ser indiferente, aparece el interés por mujeres maduras, madres, que fueron objetos de reprimendas del padre”.
La satisfacción de las dos orientaciones del deseo, la homo y la heterosexual. Freud recalca en este punto la universal bisexualidad del ser humano. Respecto a la relación de la madre con la hija, Freud relata como la hija era vivida por la madre como una incómoda competidora. “La relegó tras los hermanos, restringió su autonomía en todo lo posible, y vigiló que permaneciera alejada del padre. Por eso la necesidad de una madre más amorosa pudo estar justificada desde siempre en la muchacha”. En este marco, el embarazo de la madre actúa como golpe de gracia frente a la decepción de su complejo de Edipo con el padre (Su demanda fálica dirigida al padre, a partir de su deseo de hijo) que le da el hijo a la competidora odiosa. “Sublevada y amargada, dio la espalda al padre y aun al varón en general. Tras este primer fracaso, desestimo su feminidad y procuro otra colocación para su líbido”.
Dice Freud: “la líbido de todos nosotros oscila a lo largo de la vida. El joven abandona a sus amigos cuando se casa y vuelve a la mesa del café cuando su vida conyugal se ha vuelto insípida”.
El padre con la actitud severa y enojosa, parecida a la de la dama en el momento que decide no verla más, no advierte y no responde a los múltiples dolores y desengaños amorosos acumulativos.
Me parece importante pensar el efecto contratransferencial en Freud, en las vicisitudes de este caso. En un momento determinado la joven trae una serie de sueños en los que el contenido era la cura “de su orientación sexual, la añoranza por el amor de un hombre y por tener hijos, en definitiva la mudanza deseada por los padres y que seguramente en la transferencia se enlazaba a Freud. Freud dice: “le declaré un día que no daba fe a estos sueños, que eran mendaces o hipócritas y que ella tenía el propósito de engañarme como solía engañar al padre. No andaba errado, los sueños de dicha clase cesaron tras ese esclarecimiento. No obstante creo que había una pizca de galanteo en esos sueños, un intento por ganar mi interés y mi buena disposición”. Creo que esta intervención es sumamente interesante para pensarla y para pensar los efectos en que cesaran los indicios de deseo de acercamiento y de galanteo. ¿Es que Freud estaba en lo cierto con lo que dijo o es que el dolor de la nueva decepción al sentirse tratada de engañadora, se inscribió en la serie del desamor, del fallo en la identificación sensible del otro y fundamentalmente de la capacidad del otro de brindarse asumiendo el riesgo amoroso?.
Estas serian algunas de las pinceladas de esta historia de amor y de las vicisitudes de esta historia de amor en la transferencia analítica.
Pondré fin a mi exposición con las descripciones que nos trae Barthes sobre el abrazo en el amor. Abrazo que sostiene una tensión que no se resuelve en síntesis y que responde a nuestra condición de estar vivos .
Barthes dice: “El gesto del abrazo amoroso parece cumplir, por un momento, para el sujeto, el sueño de unión total con el ser amado”.
Fuera del acoplamiento (¡al diablo, entonces, lo imaginario!), hay ese otro abrazo que es un enlazamiento inmóvil: estamos encantados, hechizados. Estamos en el sueño, sin dormir; estamos en la voluptuosidad infantil del adormecimiento. Es el momento de las historias contadas, el momento de la voz, que viene a fijarme, a dejarme atónito, es el retorno a la madre (“en la calma tierna de tus brazos”, dice una poesía musicalizada por Duparc). En este incesto Duparc prorrogado, todo está entonces suspendido: el tiempo, la ley, la prohibición; nada se agota, nada se quiere. Todos los deseos son abolidos, porque parecen definitivamente colmados.
Sin embargo, en medio de este abrazo infantil, lo genital llega infaltablemente a surgir; corta la sensualidad difusa del abrazo incestuoso; la lógica del deseo se pone en marcha, el querer-asir vuelve, el adulto se sobreimprime al niño. Soy entonces dos sujetos a la vez: quiero la maternidad y la genitalidad. (El enamorado podría definirse como un niño que se tensa: tal era el joven Eros.)
Escucho en Barthes lo que en Winnicott es lo femenino puro y lo masculino puro existente en hombres y mujeres.
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