Jonathan Maberry - Carne y hueso

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Todavía afectados por la devastación vivida en
Polvo y decadencia, Benny Imura y sus amigos se sumergen en la profundidad de los páramos infestados de zombis de Ruina y Putrefacción. Benny, Nix, Lilah y Chong viajan a través del feroz desierto que una vez fuera su hogar en busca del avión que vieron en los cielos hace meses. Si ese avión existe realmente, entonces la humanidad debe haber sobrevivido… en algún lugar. Encontrarlo es su mayor esperanza de tener un futuro y una vida que valga la pena vivir.Pero el territorio de Ruina y Putrefacción es mucho más peligroso de lo que cualquiera de ellos pueda imaginar. Son perseguidos por animales feroces. Se enfrentan cara a cara a una secta mortal. Y además están los zombis: auténticas hordas provenientes del este que lo devoran todo a su paso. Y estos zombis son diferentes. Más rápidos, más inteligentes e infinitamente más peligrosos. ¿Es posible que la plaga haya mutado o se esconde algo mucho más siniestro detrás de esta nueva invasión de muertos vivientes?Sea como sea, hay una cosa que Benny y sus compañeros no se pueden permitir olvidar: todo lo que existe (vivo o muerto) en Ruina y Putrefacción intentará acabar con sus vidas.«Los zombis son tendencia en la literatura juvenil, pero la serie abanderada sigue siendo la espectacular y trepidante tetralogía de Maberry que comenzó con
Ruina y putrefacción y
Polvo y decadencia. Esperar la completa conclusión en el cuarto volumen no será tarea fácil».
Booklist«Jonathan Maberry nos demuestra que a la tercera vez va la vencida y nos trae aún más aventura y terror, mientras continúa la serie Ruina y putrefacción».
Kirkus Reviews

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Y por Annie.

Dios, cómo esa niñita, Eve, se parecía a Annie. Tanto. Demasiado.

Era injusto.

Era cruel.

Resopló, se enjugó las lágrimas y respiró profundo tantas veces como fue necesario para que su pecho dejara de agitarse por los sollozos. El bosque la esperaba. El día parecía haber hecho una pausa para ella.

—Annie —le susurró Lilah al bosque—. Oh Dios, Annie, te extraño.

Ella suplicó para que el bosque le respondiera. Suplicó para que el recuerdo de Annie le hablara dentro de su mente, como a veces hacía el fantasma de Tom Imura.

Y de repente, el bosque dejó de estar vacío y silencioso.

Lilah giró hasta quedar de cara al norte mientras el ruido llenaba el aire. Frunció el entrecejo. Aquél no era un sonido del bosque. Era un ruido que ella solamente había escuchado una vez, allá en Mountainside.

Un motor.

No… motores. Al menos dos, acercándose desde distintas direcciones.

Sonidos de motor, claramente mecánicos, como los generadores de manivela en el hospital del pueblo.

Lilah se ocultó detrás de un cúmulo de rocas, agachada y en silencio, fundiéndose con el paisaje mientras el sonido de los motores crecía de un rumor a un rugido.

Las hojas del muro boscoso se abrieron y Lilah contempló algo que la impactó. Algo que había creído que pertenecía únicamente a un mundo que ya no existía.

Dos hombres salieron del bosque, uno a cada lado del arroyo. Se movían rápido, pero no iban corriendo ni montaban a caballo, y Lilah comprendió de pronto la naturaleza de las marcas de ruedas que había visto. Aquellos hombres iban a lomo de máquinas.

Montaban motocicletas de cuatro ruedas.

DEL DIARIO DE NIX

¿Los zoms pueden pensar?

Tom dijo: “Hasta donde sabemos, los zoms no tienen recuerdos de su vida anterior. No responden a su nombre ni nada por el estilo. Parecen descerebrados, pero eso no puede ser enteramente verdad. Algunos zoms pueden girar la perilla de una puerta. Todos recuerdan cómo caminar, subir escaleras y volver a levantarse luego de que han sido derribados. Saben cómo usar las manos para hacer cosas como agarrar, desgarrar, jalar o sujetar algo o a alguien. La mayoría de ellos puede reconocer la diferencia entre una pared lisa y una con una ventana o una puerta, porque tratan de atravesar éstas. Y todos recuerdan cómo morder, comer y tragar”.

Pero… ¿recuerdan algo más? ¿Tal vez algo que nosotros ignoramos?

Ese pensamiento a veces no me deja dormir.

17

Benny despertó a Nix y le pidió que viniera al borde del barranco. Ella cargó a Eve, quien estaba tan profundamente dormida que colgaba como si no tuviera huesos entre sus brazos. Los inteligentes ojos verdes de Nix estudiaron la danza en el cielo de los pájaros de alas negras. Negó lentamente con la cabeza.

—Esto está mal —dijo—. ¿Hace cuánto que están dando vueltas?

—No lo sé —dijo Benny—. Al menos una hora, y hay muchos más encima del bosque. ¿Ves? —volteó y apuntó hacia el este. Había al menos veinte aves de rapiña, y otros más planeaban en las corrientes térmicas.

Chong fue quedando lentamente boquiabierto.

—Lilah… —murmuró.

—Si ella estuviera en problemas habríamos escuchado disparos —dijo Benny—. Pero alguien más…

Su voz se fue apagando al tiempo que todos voltearon a mirar a Eve.

—Oh, diablos —dijo Chong.

—O —dijo Benny, ofreciendo otra opción— podría haber otra cosa muerta por allí. Hemos visto a la mitad de los animales del Arca de Noé desde que dejamos el pueblo.

Era bastante cierto. Desde la caída de la civilización, los animales salvajes de los zoológicos y los circos habían escapado para reproducirse en Ruina. Existían rumores de toda clase de criaturas exóticas, desde ríos llenos de hipopótamos hasta manadas de cebras. Poco después de que salieron de Mountainside con Tom, tuvieron una experiencia de primera mano, al encontrarse con una malhumorada mamá rinoceronte que pisoteó todo un campo de zoms para proteger a su cría. Casi pisoteó también a Benny y sus amigos. Desde entonces habían visto monos en los árboles, jirafas, aves que no reconocían, y al menos tres especies de animales parecidos a ciervos con cuernos que ninguno podía nombrar. Y también habían encontrado huesos de animales, grandes y pequeños, muertos por los zoms, las enfermedades o los nuevos depredadores de la vida salvaje.

Benny señaló con un movimiento de cabeza el arma que Nix llevaba al hombro en un arnés de nailon. La pistola de Tom.

—¿Creen que debamos advertirle a Lilah?

Disparar dos tiros con una separación exacta de diez segundos era una señal que todos habían acordado. Si alguno de ellos la escuchaba, tenía que volver al campamento tan rápida y cuidadosamente como fuera posible. Los disparos acarreaban el peligro de atraer a los zoms que deambularan por ahí, así que sólo tenían que usarse en caso del peor escenario. La otra consideración es que se gastaban balas. Lilah tenía treinta y un cartuchos para la Sig Sauer automática que ella cargaba, y había catorce para la Smith & Wesson calibre 38 de Tom.

Nix se mordió pensativamente el labio inferior y no hizo ningún movimiento para bajar a Eve. Ella portaba el revólver, en parte porque era mejor tiradora que Benny, y en parte porque Benny sentía una aversión y desconfianza hacia las armas de fuego, que se había incrementado desde Gameland hasta convertirse en un sincero odio. El viejo psicópata, Jack el Predicador, le había disparado a Tom por la espalda con una pistola. Sólo eran herramientas para ser usadas —según el plan de la señal— como último recurso.

—No nos quedan muchas balas —dijo Nix—. Además… los disparos hacen mucho ruido, y no sabemos cuántos zoms más hay en el bosque.

Chong asintió.

—Lilah sabe cuidar de sí misma, y no le va a gustar que se dude de ella de este modo.

—Una advertencia no significa dudar de nadie —replicó Benny—. Ella ignora lo que está ahí.

—Nosotros también —sentenció Chong—. Quiero decir, pongamos un poco de perspectiva. Unos cuantos buitres son un misterio, no una catástrofe confirmada.

—Quizás —aceptó Benny dubitativamente, pero no le pidió la pistola a Nix. Por su parte, ella no parecía ansiosa por entregarla. Acariciaba el fino cabello rubio de Eve y estudiaba el cielo.

Chong abrió la boca para hablar, pero en lugar de eso se quedó helado y miró algo detrás de Benny y Nix. Por segunda vez en poco más de cinco minutos, el rostro de Chong perdió todo color, y súbitamente extrajo su bokken de su funda de lona.

Benny y Nix se giraron de inmediato; sus reflejos se habían perfeccionado por los meses de entrenamiento con Tom y las semanas de su peligroso viaje en Ruina. La espada de Benny destelló bajo la luz del sol, pero se detuvo en seco cuando su cuerpo entero se puso rígido.

—Oh, Dios mío —dijo Nix en un susurro aterrado.

No había zoms detrás de ellos.

Los zoms —incluso si fueran demasiados— serían algo que tal vez podrían manejar.

Esto era distinto. Mucho peor.

En lugar de zoms, parado a cincuenta metros de distancia, enorme, poderoso e increíblemente mortal, había un león.

18

Lilah miró boquiabierta las motocicletas.

Había leído sobre tales vehículos en los libros, los había visto abandonados en los caminos, con sus cuerpos oxidados y sus conductores vagando por el mundo como muertos vivientes. Nunca había imaginado que vería uno en funcionamiento, mucho menos dos. Y sin embargo, ahí estaban, embarrados de lodo y maltratados, pero claramente en condiciones de circular. ¿Cómo habían hecho estos hombres para ponerlos en marcha? ¿Cómo los habían mantenido funcionando todo este tiempo desde la Primera Noche? ¿Dónde encontraban combustible que siguiera químicamente en buen estado luego de catorce años? A menos que estuviera en contenedores firmemente sellados, casi cualquier gasolina se descomponía con el paso del tiempo.

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