—Tú eres un…
—Un pueblerino. Sí, eso también lo sé —sonrió. Era un hecho que ella le recordaba una docena de veces al día—. Y este torpe aldeano te retrasará, hará que te coman los zoms, o de cualquier otra forma provocará la caída de lo que queda de la humanidad.
—Bueno… sí —Lilah lo estudiaba, claramente insegura de cómo responder. El humor era la herramienta menos afilada en su estuche de habilidades personales.
—Entonces, si no te importa, yo me quedaré a defender valientemente este árbol.
Lilah entornó los ojos.
—Esa broma no es graciosa.
—No —admitió él—. Sólo medianamente tonta.
Se quedaron otro rato ahí sentados, ella mirándolo a él, y Chong fingiendo que no miraba nada.
—Me voy —repitió ella.
—Claro —repitió él.
Ella siguió ahí, esperando.
—¿Qué? —volvió a preguntar él.
—Me voy —respondió ella, poniendo énfasis en las palabras.
—De acuerdo. Adiós. Cuídate. Vuelve pronto.
—No —dijo ella.
—¿Buena cacería?
Lilah gruñó desde el fondo de su garganta, lo sujetó por la camisa con ambas manos y lo jaló hacia ella, en un beso que fue ardiente, feroz e intenso. Luego de varios impetuosos segundos, ella lo empujó bruscamente.
Se puso en pie y recogió su lanza, después lo miró hacia abajo con lástima.
—Estúpido pueblerino —murmuró. Entonces se dio la media vuelta y se fue trotando hacia el bosque.
Chong yacía tendido, con la mirada vidriosa y el rostro sonrojado.
—¡Santo cielo…! —exclamó.
13
Chong levantó la vista cuando la sombra de Benny cayó encima de él. Benny sonreía como un demonio mientras cantaba “Chooong y Lilah son nooovios, Chooong y Lilah son noovios…”.
—Aunque soy una persona moral —dijo Chong poniéndose en pie—, no tendría ningún escrúpulo en asesinarte mientras duermas.
—Sólo decía…
Chong se acuclilló frente a Nix, que sostenía a la durmiente Eve. La niñita se removía de tanto en tanto, como si se encogiera ante las sombras en sus sueños.
Chong acarició el cabello sedoso de la pequeña.
—Si quieres me siento con ella un rato.
—¿Seguro? —preguntó Nix.
—Seguro. Ya sabes cómo soy con los niños.
Nix asintió. A diferencia de Benny, que solía ser torpe en compañía de niños y ancianos, Chong se sentía completamente cómodo con ellos. Su serenidad interior parecía hacer magia en los pequeños, y él contaba los mejores cuentos. Chong conocía todo Esopo, Mamá Ganso, Oz y Narnia, y una gran cantidad de historias tontas y divertidas, sacadas de los incontables libros que había leído.
Con un suspiro de agradecimiento, Nix le pasó Eve a Chong, quien la tomó con tanto cuidado que la niñita ni siquiera se removió. Chong cruzó las piernas y volvió a sentarse junto al árbol.
Benny le tocó el brazo a Nix.
—¿Quieres caminar un poco?
Ella asintió, y echaron a andar muy despacio en dirección al bosque, luego dieron vuelta justo antes de la línea de enebros y continuaron rumbo al norte bajo la sombra.
El bosque en sí era un extraño vestigio de antes de la Primera Noche. Alguna vez había sido un intrincado campo de golf que alguien había diseñado en medio de un inhóspito desierto. Algunas turbinas de viento habían sido instaladas para bombear agua desde algún sitio lejano para mantener verde el césped; pero después de la Primera Noche, las turbinas comenzaron a fallar. Benny y sus amigos habían pasado junto a una hilera de ellas para llegar adonde estaban. De las cincuenta que contaron, sólo tres seguían girando lentamente, y ésas debían haber sido suficientes para permitir que algunos árboles y plantas florecieran. Pero era evidente que la vegetación que requería más agua estaba muriendo y que los enebros y los pinos piñoneros, más adaptados al desierto, estaban tomando su lugar. Pronto sólo quedarían las plantas de desierto, y otra de las estructuras del hombre que habían sido impuestas a la tierra sería reclamada por la naturaleza.
Caminaron en silencio entre los verdes árboles, dejando atrás el hedor de la multitud de zoms. Algunas mariposillas blancas pasaron revoloteando. Una liebre de cola negra estaba sentada, casi cubierto por la hierba hasta el hombro, mordisqueando un tallo, e hizo una pausa para observarlos con aire nervioso, pero pronto volvió a su búsqueda de alimento. Alrededor de ellos, las aves del desierto cantaban y revoloteaban. Benny amaba a las aves y le señaló algunas de sus favoritas a Nix.
—Aquél es un urogallo de las artemisas —dijo—. Y mira, en aquella rama. Ésa es una alondra cornuda. Y me parece que hace rato vi un cantor de pradera y…
Su voz se fue apagando cuando se dio cuenta de que ella no lo escuchaba. Ni siquiera le daba los habituales asentimientos o murmullos de cortesía con que la gente responde cuando finge que está escuchando.
Nix estaba metida muy profundo en sus propios pensamientos, y Benny estaba al otro lado del muro. Él quedó en silencio, y ambos caminaron sin hablar durante diez minutos.
—Le pregunté a Eve de dónde venía —dijo finalmente Nix.
—¿Eh?
—Todo es muy confuso. Ella es pequeña y no comprende la mayor parte de lo que ha sucedido, y me parece que está un poco perdida, ¿sabes? Cómo en estado de shock. Algunas de las cosas que dice no tienen sentido. Creo que está mezclando sus sueños, o quizá pesadillas, con lo que sucede en realidad.
Benny señaló con la cabeza a los zoms al otro lado del largo barranco.
—Eso no es tan difícil de entender. En ocasiones ni yo mismo puedo creerlo. A veces creo que voy a despertar y a oler la comida de Tom, y después voy a bajar a desayunar. Huevos revueltos con pimientos y champiñones. Los panqués de elote de tu mamá. Jugo de manzana recién extraído y un gran vaso de leche.
Suspiró.
Nix asintió, pero no hizo ningún comentario al respecto.
—Eve dijo que vivía en una casa de un pueblo llamado Ramas Altas, en las copas de los árboles. Ignoro si eso es verdad o algo que ella inventó.
—De hecho, no es una mala idea. Los zoms no pueden trepar.
—Dijo que una noche los árboles se incendiaron y todos corrieron. Y aquí viene la parte realmente extraña: dijo que fueron “ángeles” los que llegaron a prender fuego a los árboles.
—Antes ya había mencionado a los ángeles. ¿Será otro nombre para los zoms?
—No lo creo. Dijo que los ángeles llegaron montados en lo que ella llamó “caballos rugidores”. ¿No te parece extraño?
—Sí.
—Según ella, los ángeles tenían alas en el pecho.
—¿En el pecho? —Benny sonrió ante la idea—. ¿Eso no los haría volar bocarriba?
—No es gracioso —dijo Nix—. Eve les tenía mucho miedo.
Se detuvieron a recoger algunas bayas de saúco agridulces de principio de temporada.
Mientras Benny comía, pensó en la idea de las alas en el pecho de los ángeles, y eso lo hizo recordar a la mujer que había visto justo antes de que la horda de zombis lo atacara. ¿Qué es lo que tenía bordado al frente de su camisa? ¿Era posible que fueran unas alas de ángel?
Le contó a Nix sobre ella.
—¿Estás seguro de que no era un zom?
—Sí. Raro, ¿eh? Ah, y escuché un sonido extraño mientras estaba dentro del barranco —describió el ruido del motor—. ¿Escucharon algo parecido?
—¿Un motor? —Nix se iluminó—. No escuché nada, pero… ¿podría haber sido un avión?
Benny reflexionó en ello y de mala gana negó con la cabeza.
—No. No sonaba ni remotamente como algo tan grande.
Nix parecía decepcionada, y Benny se sintió mal. Aunque él también estaba aquí en Ruina para buscar el avión, quedaba claro para todos que la búsqueda del avión era la misión personal de Nix. Su cruzada. Benny quería encontrarlo, al igual que Lilah y Chong; pero Nix lo necesitaba. Benny creía saber por qué estaba tan obsesionada con eso, pero no se atrevía a decírselo. No ahora, en todo caso.
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