La información accesible condiciona la percepción. Bien lo sabían los gestores de la imagen de Franklin Delano Roosevelt. De las 35.000 fotografías conservadas en la Roosevelt Presidential Library, solo dos muestran al presidente estadounidense en silla de ruedas. 1
Apenas me ha resultado novedoso lo que he leído sobre lo muy difundido de la historia de España. Sin embargo, me ha sorprendido lo que ahora he conocido y que ha tenido una difusión mucho más restringida.
A toda costa quiero evitar la visceralidad que se percibe en algunas fuentes que van desde la extrema defensa al radical ataque, sin matiz intermedio. Como ilustra Javier Fernández Aguado en Liderar en un mundo imperfecto , hasta los más altos ideales incurren en errores y barbaridades. Aun en la más cruel perversidad se encuentra algún atisbo positivo.
No creo que los españoles, con nuestro historial más brillante, seamos sustancialmente mejores que los franceses, ingleses, alemanes, holandeses o portugueses, con páginas también gloriosas de historia. Tampoco estimo que nuestras bien conocidas brutalidades superen las aberraciones más ignoradas e igualmente ciertas de nuestros vecinos europeos. Cuanto más sabemos, más necesitamos matizar lo que afirmamos. Buena ilustración es la respuesta que se adjudica a Chesterton cuando le preguntaron qué opinaba de los franceses: «No sé, no me los han presentado a todos».
Los españoles se consideran, injustamente, inferiores
A la vista de los datos contrastables, parece que hay amplio margen para seguir aprendiendo sin miedo a la verdad. Sigue actual la sentencia atribuida a San Gregorio (siglo IV) de que «no hay peor escándalo que querer suprimir la verdad por miedo al escándalo». 2Donde también se aprecia opción de mejora es en la autoestima de los españoles. Según encuestas del Real Instituto Elcano, España recibe mejor valoración de los extranjeros que de los nacionales, y los españoles nos apreciamos menos a nosotros mismos de lo que otros ciudadanos valoran a sus propios países. Tres botones de muestra dentro de Europa: vemos el país como «corrupto» (64 % frente al 27 % de los europeos), «débil» (52 % frente al 25 % de nuestros vecinos) y «pobre» (62 % frente al 43 % de ellos). 3Se confirman tanto la saludable actitud de los españoles de no considerarse superiores, como su injusta tendencia a creerse inferiores. En tan singular proceso de extranjerización, con llamativa asimetría confluyen ignorancia y embelesamiento. Al desconocimiento de los méritos propios y de los fiascos ajenos se suman una desproporcionada admiración por lo foráneo y una minusvaloración patológica de lo nacional.
Cada cifra, cada porcentaje, cada enumeración, cada argumento aquí expuesto requeriría no pocos matices y elementos adicionales de contexto. Abordarlos todos resultaría inviable y, de conseguirlo, haría ilegible el resultado final. Sería una especie de Boletín Oficial del Estado (BOE) que recogería todo y, precisamente por eso, casi nadie consultaría. En el extremo opuesto, excesiva síntesis, el riesgo también acecha. La Agencia Central de Inteligencia (CIA) de EE.UU. resume tanto el párrafo informativo sobre España que apenas hay referencia a nada relevante entre su época dorada (siglos XVI-XVII) y la dictadura de Franco (1939-1975). 4
A esta limitación deben añadirse, al menos, tres condicionantes específicos de la subjetividad y relatividad de los textos históricos: las connotaciones de las palabras que nombran hechos, el modo de surgir la historia como tipo de conocimiento y los diversos puntos de vista según sus protagonistas. 5
Sobre este último aspecto, la perspectiva de los actores, resulta iluminador conocer versiones y argumentos de unos y otros, ya que sus vivencias y percepciones pueden diferir notablemente. Hernán Cortés y Moctezuma encarnan un ejemplo esclarecedor. Parece que el español tomaba la iniciativa para conseguir su conversión al cristianismo. Cuando el conquistador comparaba la aberración de los sacrificios aztecas con la sencilla misa católica, el líder mexica, que escuchaba con interés, respondía que le parecía menos execrable sacrificar personas que comer la carne y la sangre del mismo Dios. 6Se ignora si llegó a producirse contrarréplica para explicar este misterio de la fe como renovación incruenta de la muerte de Jesús en la cruz. 7
Comunicar es también gestionar percepciones
La reputación, aunque se refiere a algo real, se basa más en la percepción de esa realidad… y lo que se percibe no siempre coincide con lo que es. Hay personas, organizaciones y países que son mucho mejores de hecho que su reputación. Y viceversa. De ahí la relevancia de conseguir, primero, un buen producto o servicio y, después, una percepción (positiva) acorde con esa realidad (buena). Nada menos. Gran falacia la de comunicar bien algo malo. No funciona a largo plazo.
Con frecuencia el problema es de comunicación en su vertiente de gestionar percepciones. Veamos un ejemplo sobre reputación nacional. A modo de test orientativo, cabe ensayar con el siguiente cuestionario de historia:
1. ¿Dónde murieron menos personas quemadas en la hoguera acusadas de brujería?
A. Alemania
B. Inglaterra
C. España
2. ¿Qué país organizó, en el siglo XIX, la primera campaña médica de vacunación internacional?
A. España
B. Estados Unidos
C. China
3. ¿Qué país promovió las lenguas locales de los territorios colonizados y construyó universidades y hospitales?
A. Holanda
B. Francia
C. España
4. ¿La monarquía de qué país prohibió expresamente maltratar a los indígenas y utilizarlos para el mercado internacional de esclavos?
A. Portugal
B. España
C. Inglaterra
5. ¿En qué país europeo se sigue conmemorando en el siglo XXI a un autor (Lutero) que en el siglo XVI incitó a quemar sinagogas y escuelas judías?
A. Alemania
B. Francia
C. España
Contra la verdad exagerada y la verdad omitida
Tener mala fama puede ser tan triste como, a veces, justo. Si mi comportamiento o mi servicio son deficientes, parece lógico que ello se refleje en mi reputación. Lo lamentable es cuando falta concordancia entre percepción y realidad. Hay preguntas de gestión con muy fácil respuesta: ¿Qué puedo hacer para que no me perciban como ladrón, borracho, corrupto, mentiroso o vago? Lo primero, dejar de robar, de beber, de trapichear, de mentir, y ponerme a trabajar. Corregida la realidad, si persiste la percepción negativa, tengo un problema de comunicación.
La Leyenda Negra es un caso palmario de reputación injusta para España, no porque sean falsas muchas acusaciones, sino por el recurso a exagerar lo negativo y omitir lo positivo. Paradójicamente, es lo contrario a lo que ocurre en otros países, que magnifican logros y minimizan crueldades, que también tienen. Así se verifica con las respuestas correctas del test: 1: C; 2: A; 3: C; 4: B; 5: A.
La historia de España desde el siglo XVI brinda lecciones fáciles de aplicar, si se quieren corregir errores de percepción. El tema es por supuesto más complejo de lo que apenas se puede esbozar en estas líneas. Una primera conclusión: es importante profesionalizar la comunicación de aquello que se gestiona, sea un imperio, un país o una empresa.
La nación que hoy alberga la capital de la Unión Europea es un claro ejemplo de cómo amortiguar unos datos históricos que habrían relegado a cualquier otro país al ostracismo reputacional. Mientras forma parte de la cultura popular el historial negrolegendario español, apenas se conocen y condenan barbaries como la de Leopoldo II de Bélgica a finales del siglo XIX. La empresa de la que era propietario en el Congo esclavizó y llevó a la muerte a millones de personas. Algunos comparan esa masacre con el Holocausto nazi. Qué necesario es, al recibir cualquier noticia, leer entre líneas, y más difícil aún: ante las omisiones injustas, poner las líneas que faltan para hacer justicia a la verdad.
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