Una cantidad excesiva o demasiado reducida de cualquier hormona puede perjudicar al cuerpo, porque alterará la función del tejido sobre el cual la hormona afectada debe actuar.
El sistema está formado por glándulas “endocrinas”, es decir, las que liberan su producto dentro del cuerpo (“endo”), a diferencia de las exocrinas que son las que liberan hacia afuera del cuerpo, por ejemplo las glándulas sudoríparas que liberan el sudor hacia el exterior. Aunque hay muchas partes del cuerpo que fabrican hormonas, las principales glándulas que componen el sistema endocrino humano son el hipotálamo y la hipófisis, ubicadas en el cerebro, que además forman parte del sistema nervioso. Se trata de una especie de dupla, como un director y vicedirector, que comandan las demás glándulas: la glándula tiroidea, las glándulas paratiroideas, las glándulas suprarrenales, la glándula pineal, los ovarios y los testículos.
Cada una de estas glándulas tiene su función especial para cumplir pero siempre obedecen al hipotálamo y la hipófisis (los directores de orquesta). Así se conforman ejes especializados para cada función, por ejemplo: el eje hipotálamo-hipófisis-tiroides, eje hipotálamo-hipófisis-ovario y así sucesivamente.
El hipotálamo se encuentra en el centro de nuestro cerebro. Tiene la función primordial de unir el sistema endocrino con el sistema nervioso. Por lo tanto, recoge toda la información que recibe del cerebro (como la temperatura que nos rodea, la exposición a la luz y las emociones), para luego derivarla a la hipófisis.
Las hormonas que libera el hipotálamo llegarán a la hipófisis que se encuentra en la base del cráneo, desde donde fabricará y liberará las hormonas correspondientes al tercer órgano del eje. Ese tercer órgano pueden ser los ovarios, a fin de regular el eje reproductor femenino; los testículos para formar el eje reproductor masculino, las glándulas suprarrenales que comandan el estrés y, por supuesto, la glándula tiroides a quien dedicaremos los futuros capítulos de este libro.
Pero antes de avanzar, resulta fundamental comprender que todos los sistemas están interrelacionados entre sí. Por lo tanto, la más mínima dificultad en cualquier parte de un eje puede desequilibrar los demás.
EL SISTEMA INMUNITARIO: FUNCIONES Y CARACTERÍSTICAS
El sistema inmunitario se encarga de defendernos de cualquier cosa que pueda ingresar al cuerpo para enfermarnos. Entonces cuando nos vemos expuestos por ejemplo a los virus, las bacterias o las toxinas entre muchas noxas más que pueden dañar, este sistema genera una serie de reacciones conocidas como respuesta inmunitaria, compuesta por un entramado de células, tejidos y órganos que colaboran entre sí para protegernos al destruir el agente extraño.
El sistema inmunitario hace el gran trabajo de mantenernos sanos y prevenir posibles infecciones. Pero, a veces, los problemas que lo afectan pueden provocar enfermedades e infecciones.
Cuando ingresa a nuestro cuerpo por el aire, por la boca, por los ojos o por cualquier puerta de ingreso a nuestro organismo una sustancia extraña que nos quiere dañar lo llamamos antígeno. En ese momento el sistema que está permanentemente alerta chequeando que no ingrese ningún desconocido lo va a identificar (haciendo sonar una alarma) y reaccionarán contra él unos anticuerpos que se encargarán de neutralizar al antígeno como un pac man impidiéndole cumplir con el ataque que tenía previsto. Los anticuerpos y los antígenos encajan perfectamente entre sí, como una llave en una cerradura.
Una vez que localizan al intruso, desarrollan además memoria contra él, por lo tanto, si en alguna otra oportunidad el antígeno intenta volver a entrar nuestro sistema inmune ya estará preparado para dar batalla. Por eso, cuando una persona se enferma con una determinada enfermedad, como la varicela, lo más habitual es que no vuelva a contraerla.
Siempre que suene la alarma, el sistema inmunitario cumplirá con su función comandando todo este mecanismo tan complejo de protección llamado “inmunidad”.
¿Qué son las enfermedades autoinmunes?
En los trastornos autoinmunitarios, este sistema que tiene un funcionamiento tan preciso y complicado falla por algún motivo: genera un ataque contra alguna sustancia propia, no contra una desconocida, y destruye los tejidos del propio cuerpo por error.
Las causas de las enfermedades autoinmunes aún no se esclarecen, pero sabemos que interactúan factores genéticos y ambientales que hacen sonar la alarma en el momento equivocado lo que lleva a una cascada de eventos que resultan en enfermedades.
SE HAN POSTULADO MUCHAS TEORÍAS ACERCA DE QUE EL ESTRÉS JUEGA UN PAPEL FUNDAMENTAL EN EL INICIO DE LA ENFERMEDAD EN PERSONAS GENÉTICAMENTE SUSCEPTIBLES, ASÍ COMO EN LA EXACERBACIÓN DE SUS SÍNTOMAS Y CADA DÍA SE PUBLICAN MÁS ESTUDIOS QUE AFIRMAN EL FUERTE IMPACTO DE NUESTRAS EMOCIONES EN EL DESARROLLO DE LAS ENFERMEDADES.
En efecto, lo compruebo muy a menudo en mis pacientes durante la primera entrevista, cuando al interrogarlos acerca del inicio de su patología autoinmune (por ejemplo, tiroiditis de Hashimoto, celiaquía, enfermedad de Graves, artritis reumatoidea), logramos encontrar el factor emocional que disparó toda la cascada de eventos autoinmunes. La aparición de los síntomas suele coincidir con una situación de duelo, una separación, una mudanza, un divorcio, una jubilación o cualquier determinante que no tiene por qué ser negativo en sí mismo, sino que resulta muy movilizador para la vida del paciente generando estrés.
En la jerga cotidiana lo describimos como la “tensión” que se nos presenta frente a un suceso que supone un cambio en nuestra vida habitual y genera exigencias o demandas que superan nuestras capacidades de adaptación. Científicamente el estrés se define como la reacción psicofisiológica en la que se amenaza el estado de equilibrio, pero que no siempre se percibe como una respuesta negativa. Cuando aparece un estímulo (denominado “estresor”) que nos genera estrés, nuestro cuerpo da una respuesta hormonal.
Voy a detenerme brevemente en cómo se clasifican algunos de estos posibles factores estresores para que ‒quienes tengan una patología autoinmunitaria‒ puedan hallar la punta del ovillo del embrollo. De esta manera, al reconocer qué los pudo afectar, podemos modificar la evolución de la enfermedad dedicándonos a prestarle atención y a mejorar las condiciones adaptativas a ese daño que pudo ocasionar todo este desastre. De acuerdo con el tipo de estresor que nos enfrentemos será la respuesta que desencadenaremos.
Los estresores cotidianos son esas situaciones que a diario nos pueden poner muy nerviosos, que dependerán de la personalidad de cada individuo y que generan situaciones que pueden perturbar nuestra rutina causándonos malestar emocional o irritación. Por ejemplo: perder algo, quedar atascado con el auto en una manifestación, que alguien cancele una reunión cuando uno ya llegó al lugar, etc.
Ahora bien, se dice que una persona sufre de estrés, cuando un estresor único, que provoca un efecto traumático físico y/o psicológico, se mantiene de forma prolongada en el tiempo. Se trata de un estrés agudo que puede dar lugar al trastorno de estrés postraumático. Por ejemplo, situaciones de violencia, guerras, terrorismo, enfermedades terminales, cirugías graves, mudanzas y desarraigos, pérdidas de seres amados, divorcios, catástrofes naturales.
Muchos estresores juntos que la persona no puede controlar, porque dependen de factores externos, como la muerte de un ser querido, la amenaza a la propia vida son los responsables de que esa situación permanezca en el tiempo generando estrés crónico por efecto sumatorio, pudiendo llegar a tener el mismo impacto que un estresor único. Los estresores múltiples actúan cambiando los patrones de comportamiento automatizados y manteniendo respuestas de estrés crónicamente hasta que se produce una acomodación a las nuevas condiciones.
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