¿A quién se va a poner en contra con este nuevo libro?
El año pasado el presidente de Irlanda, Michael Higgins, me dio un premio que suelen dar cuando uno está a punto de morir y en su discurso denunció cómo había sido tratada. Dijo que no sabía si había sucedido por malicia, por ignorancia, por ambas cosas o porque soy mujer y valiente.
¿Usted lo atribuye…?
A todo eso. Al principio fue porque había escrito algo escandaloso. Cuando pasé a hacer libros más complejos, supongo que pensaron que me estaba metiendo en el territorio de los hombres. Lo curioso es que la acusación venía muchas veces del lado de las mujeres. Fue así. He vivido un adorable hostigamiento y una censura bastante injusta. Algunos críticos necesitan que saque libros nuevos para decir que el anterior era mejor. Pero no me gustaría que me tomara por una mujer victimista. He podido trabajar mucho.
¿Necesitan tiempo sus libros?
Más bien lo que ocurre es que lo que cuento en el último trata de superar lo anterior. Digamos que el segundo hizo que el primero pareciera un libro de salmos.
El miedo que pasó de niña parece un material inacabable.
Pasé mucho y el miedo te hace consciente y precavida. Pero no soy una persona precavida. Eso quiere decir que el miedo te transforma. Todo lo que me ha pasado en la vida, del primer beso al primer dolor de parto, lo recuerdo como si lo estuviera viendo.
El último capítulo de sus memorias se llama «Banquete». ¿Se ha guardado lo mejor para el final?
Un día me sorprendí mirando mi casa. Parecía el escenario para una última fiesta. Un periodista holandés me preguntó qué era ese último banquete: ¿un último libro, un último amor o la muerte?
¿Y…?
Creo que son las tres cosas.
A pesar de que fue la pequeña de cuatro hermanos, sus protagonistas siempre están solas.
Es cierto. Así es como me sentía. Un escritor nace con una disposición a la soledad. No es algo que se decida. Ni es esnobismo ni es crueldad. Es lo que eres. Y eso te hace ver el mundo de otra manera.
¿Qué hicieron sus hermanos?
El chico fue médico…, una criatura completamente imposible de admirar. Mis hermanas… puede que comprensiblemente o puede que incomprensiblemente sintieron siempre celos. Sentían que procedían de la misma familia y no entendían por qué su suerte fue distinta… Está en Joyce. Joyce dijo que un hermano se olvida tan fácilmente como un paraguas. Pero la carta de su hermano Stanislaus es una obra maestra del insulto. Lo corrige. Le dice que él fue testigo de lo que narra y que había sido de otro modo. Mis hermanos sintieron que les había robado.
¿Y eso le dio que pensar?
Les dije que escribieran ellas sus propios libros.
En cualquier caso no salen en sus novelas.
Se hubieran enfadado incluso más. Fue una pena. Cuando en una familia aparece un escritor, arruina la idea de familia.
En su familia ha habido muchos escritores. Lo era su marido y lo es su hijo Carlo.
Sí.
Carlo escribió un libro sobre su padre.
Sí. Me temo que eso es uno de los temas que prefiero no tratar. Es demasiado doloroso.
¿Ha sido buena madre?
Sin duda. He llevado a mis hijos a todas partes. Les he dado todo lo que querían. Durante tres años luché por su custodia. Y somos buenos amigos. Como Sasha, el que es arquitecto, vive en Londres, la amistad es más continuada.
¿Carlo dónde vive?
En Irlanda. Tiene una buena vida. Es difícil para él tener una madre escritora. Eso, que no es culpa mía, ha creado una sombra en mi vida.
¿Nunca se sintió comprendida por su familia?
Recuerdo haberle leído dos líneas de Shakespeare a mi madre mientras ella mezclaba la comida para las gallinas haciendo mucho ruido. No es que yo tuviera libros de Shakespeare, es que había encontrado una cita. Mi madre me miró como si hablara en chino. «Oh, Edna, qué poco tienen que trabajar para ganar dinero estos escritores».
Sin embargo, su madre era una gran contadora de historias.
Sí estaba «potencialmente más educada» que mi hermano o mis hermanas. Tenía una gran inteligencia. Irónicamente, incluso si no aprobaba que escribiera —ella hubiera querido que fuese azafata de vuelo—, me escribió cada día de su vida. Y sus cartas eran obras maestras: sin comas, sin puntos, eran pura poesía de sus quehaceres cotidianos.
¿Hubiera escrito sus memorias si ella estuviera viva?
Probablemente no.
¿La conoció como escritora reconocida?
Sí. Murió en 1974. Para entonces yo ya había escrito unos cuantos libros escandalosos.
Defiende que un escritor debe tener una vida interior y, sin embargo, en sus memorias aparece como anfitriona de grandes fiestas entre actores y celebridades: de Marlon Brando a Jackie Onassis, de Ingrid Bergman a Sean Connery…
Solo un capítulo está dedicado a ese tema.
Pero usted decidió incluirlo y abrió la caja de Pandora. Dejaron de preguntarle por sus novelas y pasaron a hacerlo por el tiempo en que fue amante de Robert Mitchum.
Sí, ¿y? Graham Greene conoció a muchas actrices suecas y nadie se metió con él. Ese capítulo se llama «Nocturnos» adrede porque sucedía por la noche. Mis memorias narran la evolución de alguien amputada psicológicamente, que es llevada a un convento decidida a convertirse en escritora, que consigue hacerlo, que castigan por haberlo logrado, que consigue ser libre porque ha ganado un poco de dinero, que da fiestas, que se da cuenta de que las fiestas no son para ella. Y que vuelve a su escritorio.
Sus memorias relatan cómo se hace con las riendas de su vida.
Con el poder sobre mí misma. El poder sobre uno mismo no puede venir de fuera. Lo tiene que buscar uno en sí mismo. Allí es donde está. Pero reconocerlo no implica que uno deje de sufrir.
¿Todos esos actores, Robert Mitchum incluido, no temían convertirse en personaje en una de sus novelas?
No creo que a Robert Mitchum le hubiera importado mucho convertirse en personaje de novela. Hollywood convierte a las personas en personajes. Pero me gustaría dejar una cosa clara sobre la manera en la que puedo describir a alguien. A pesar de que en un capítulo salga mucha gente famosa, mis memorias están escritas con la mirada de una novelista, no con el ojo de un gacetillero.
¿Cómo era Mitchum, por cierto?
Los hombres o son amantes o son hermanos. En los hermanos puedes confiar. Mitchum era un hombre maravilloso. Probablemente demasiado autodestructivo. Odiaba Hollywood. Si te ciñes a un nivel, puedes escribir sobre quien quieras. Guardar ese nivel de respeto y autoexigencia es lo que cuenta.
Que sus primeras novelas fueran autobiográficas y que muchas de sus protagonistas sean mujeres invita a leer sus libros en clave autobiográfica.
Eso es ridículo. Lo que ocurre es que escribo tan bien que parece que todo sea real.
Precisamente porque escribe tan bien, en Las sillitas rojas...
Mire, la protagonista de ese libro, Fidelma, no tiene nada que ver con mi experiencia. Ni tuve jamás una tienda de ropa ni unos gánsteres me mataron con una palanca a un hijo que llevara dentro. Sin embargo, gente como James Wood, del The New Yorker, que es el mejor crítico vivo, se ha sorprendido de que fuera capaz de transmutarme con tanta intensidad en otra mujer. Creo que esa es la clave, la intensidad. Pero eso lleva a asumir que sus vidas son la mía. Y eso es absurdo.
Esa presencia es uno de los rasgos de su escritura. Cuando habla de grupos de apoyo a los inmigrantes, parece estar ahí.
He estado ahí.
Cuando explica cómo limpia una ventana su protagonista, con agua y sin detergentes que terminan por enjaular el polvo, parece haberlo hecho.
Eso lo aprendí de mis maestros. De Chéjov. En cada una de sus historias sientes que él es el protagonista porque te sumerge en la vida de sus personajes. Eso es lo que hace que parezca autobiográfico. Pero como dijo Joyce con tanta cabeza: «Toda ficción, toda, es autobiografía fantaseada». Por eso lo que yo hago es creer que soy esa mujer. Pero no lo soy. Si lo fuera, estaría aún más cansada de lo que estoy.
Читать дальше