[...] las mociones pulsionales que podemos estudiar se revelan como retoños del Eros. [...] se nos impone la impresión de que las pulsiones de muerte son, en lo esencial, mudas, y casi todo el alboroto de la vida parte del Eros (Freud, 1923a: 47).
Ahora habría que emprender una importante ampliación en la doctrina del narcisismo. Al principio, toda libido está acumulada en el ello, en tanto el yo se encuentra todavía en proceso de formación o es endeble. El ello envía una parte de esta libido a investiduras eróticas de objeto, luego de lo cual el yo fortalecido procura apoderarse de esta libido de objeto e imponerse al ello como objeto de amor. Por lo tanto, el narcisismo del yo es un narcisismo secundario, sustraído de los objetos (Freud, 1923a: 47).
[…] el yo le alivia al ello ese trabajo de apoderamiento sublimando sectores de la libido para sí y para sus fines (Freud, 1923a: 48).
3En ese texto, hay un cambio de eje notorio. El problema central no radica más en la sexualidad sino en la agresión y la destructividad del ser humano.
GUÍA DE LECTURA
Prólogo (p.13)
• Conciencia e inconsciente • El yo y el ello • El yo y el superyó (ideal del yo) • Las dos clases de pulsiones • Los vasallajes del yo
Freud indica que retomará algunas ilaciones de pensamiento empezadas en Más allá del principio de placer (1920), o sea relacionadas con la oposición entre pulsiones de vida y de muerte. De entrada enuncia dos diferencias centrales con aquel texto: los argumentos presentes en El yo y el ello se enlazan con la clínica psicoanalítica por lo que se apoyan menos en la biología; además, tienen el carácter de una síntesis en lugar de ser especulativos. Agrega que examinará aspectos nuevos que aún no han sido pensados desde el psicoanálisis.
Capítulo I: “Conciencia e inconsciente” (pp. 15-20)
Comienza con un recorrido de las premisas y hallazgos psicoanalíticos: la diferenciación entre lo psíquico consciente e inconsciente, que permite entender los procesos patológicos de la vida anímica (tales como los síntomas neuróticos); la teoría de la represión, que explica el fenómeno clínico de la resistencia (una fuerza que se opone a que ciertas representaciones se hagan conscientes aunque tengan plenas consecuencias para la vida mental); la noción de reprimido como correlativa de la de inconsciente; la distinción entre el inconsciente dinámico y el inconsciente descriptivo.
Después de ese resumen de lo conocido, se introduce al yo como una organización coherente de nuestros procesos anímicos. Se encarga de ciertas funciones: de él depende la conciencia, gobierna el acceso a la motilidad, controla la descarga de las excitaciones en el mundo exterior, lleva a cabo la censura onírica y las represiones. Sin embargo, el trabajo analítico pone en evidencia la existencia de partes inconscientes en el interior del yo que se comportan como lo reprimido. El sistema inconsciente (Icc) deja entonces de coincidir con lo reprimido. En consecuencia, se plantea que se nos impone una nueva oposición en la mente entre el yo coherente y otra parte del yo, escindida de él. Con este descubrimiento sustituye el conflicto anterior entre lo consciente y lo inconsciente que desembocaba en la neurosis.
Capítulo II: “El yo y el ello” (pp. 21-29)
Anuncia que va a dirigir su investigación al yo inconsciente en vez de centrarse sobre lo reprimido. Señala que todo nuestro saber está ligado a la conciencia. A la pregunta de cómo algo puede volverse consciente contesta que a través de la percepción ya sea de estímulos externos, ya sea de sensaciones internas y sentimientos, ya sea de representaciones-palabra (que son restos mnémicos de palabras escuchadas almacenados en el sistema preconsciente Prcc); gracias a estas últimas, los procesos internos de pensamiento se convierten en percepciones. El yo emana del sistema P (percepción) como su núcleo y abraza al Prcc (sistema preconsciente).
Lo otro psíquico que es inconsciente es ahora el ello, otra novedad del texto. El yo es una parte del ello alterada por el contacto con el mundo exterior mediante el sistema P-Cc (percepción-conciencia). El yo, polo perceptual de la personalidad y representante de la razón, se opone al ello, polo pulsional que contiene las pasiones. Freud advierte desde ahora que el yo puede verse rebasado por la fuerza del ello: equipara al yo con un jinete frente a su caballo. Subraya la conexión entre el yo y el cuerpo: el yo deriva de sensaciones corporales. El yo es a la vez superficie del aparato psíquico y proyección psíquica de la superficie del cuerpo.
Termina el capítulo rechazando el paralelo entre lo inconsciente como escenario de las pasiones inferiores y la conciencia como sede de las actividades intelectuales superiores. Señala, por un lado, que las soluciones de problemas arduos surgen en ocasiones durante el estado del dormir. Por el otro, no sólo permanecen inconscientes las resistencias del yo sino también los imperativos de la conciencia moral: muy a menudo generan sentimientos de culpa que se oponen a la cura.
Capítulo III: “El yo y el superyó (ideal del yo)” (pp. 30-40)
Freud opera un giro adicional con la introducción del superyó. Éste resulta de un grado de diferenciación en el interior del yo. Desde “Duelo y melancolía” (1917[1915]), el proceso de identificación es central para entender cómo el objeto perdido se vuelve a erigir en el yo. Ahora la identificación participa en la estructuración del sujeto: es la operación en virtud de la cual se constituyen tanto el yo como el superyó. El carácter del yo es “una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas”. Por supuesto existe un riesgo de fragmentación del yo cuando las identificaciones-objeto son demasiado numerosas y contradictorias entre sí. La identificación permite al yo apoderarse de la libido de objeto del ello e imponerse a éste como objeto de amor.
En cuanto al superyó, o ideal del yo (términos empleados como sinónimos en este texto), dos clases de identificación muy particulares participan en su formación. Por un lado, está la identificación con los progenitores “de la prehistoria personal”; se trata de una identificación temprana, directa, o sea anterior a la investidura de objeto. Por el otro, está la identificación como relevo de las elecciones de objeto edípicas cuando el niño tiene que renunciar a la satisfacción de sus deseos incestuosos, amorosos y hostiles, hacia ambos padres; el niño toma prestada la fuerza del padre para poder reprimirlos. Freud considera al superyó como el heredero del complejo de Edipo que aparece después del quinto año de vida. Con su formación se interiorizan las exigencias y prohibiciones parentales. De allí en adelante, el superyó actúa como conciencia moral, se opone al yo, lo castiga o lo premia como antaño lo hacían los padres; la tensión entre el yo y el superyó se manifiesta como sentimiento de culpa. Freud observa que en la génesis del ideal del yo encontramos componentes de nuestro desarrollo individual así como de nuestro pasado colectivo. Si bien el ideal del yo contiene las aspiraciones más elevadas del individuo, es a fin de cuentas un representante del mundo interior. Es la razón por la que el superyó guarda más relación con las mociones pulsionales del ello y puede permanecer inaccesible al yo.
Capítulo IV: “Las dos clases de pulsiones” (pp. 41-48)
Inicia con una breve reseña del modelo pulsional elaborado en 1920 (Más allá del principio de placer), en el que las pulsiones sexuales o Eros se oponen a la pulsión de muerte. Las metas de ambas pulsiones son radicalmente distintas: las primeras buscan la reunión mientras que las segundas fragmentan y desunen. En general, las dos clases de pulsiones aparecen mezcladas en el funcionamiento psíquico; sin embargo, en algunas patologías se observa una desmezcla pulsional por lo que se vuelven notorios los efectos destructivos de la pulsión de muerte. Freud intenta articular su modelo pulsional con el principio de placer y las instancias que acaba de introducir: el yo, el ello y el superyó. Ambas pulsiones están inicialmente acumuladas en el ello. El yo no dispone de libido en su interior (con lo que se modifica la hipótesis del narcisismo primario) salvo si se identifica con objetos investidos por el ello; recibe entonces libido destinada a dichos objetos. Advierte que procesos llevados a cabo por el yo tales como la identificación y la sublimación conllevan una desexualización de la libido. En esas ocasiones, el yo se pone al servicio de la pulsión de muerte adversa al Eros. La relación entre el superyó y la pulsión de muerte se examina en el capítulo siguiente.
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