Catherine Goetschy - S. Freud - El yo y el ello

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Más allá del principio del placer (1920) puso en claro que el hombre que había luchado por imponer la teoría de la libido; el que había convencido de la primacía del sexo; el que había conseguido miles de creyentes fervorosos en las demandas naturales del placer, ahora ponía en cuestión sus propias ideas. «Yo mismo soy un hereje que no se ha convertido en fanático», «Soy un abogado del diablo que no por eso ha entregado su alma al diablo», escribía entonces. Con la nueva dualidad pulsional, vida/muerte, Freud destruía la característica definitoria de la comunidad freudiana: la preeminencia de la psicosexualidad y la libido. El yo y el ello rompió, en 1923, otra certeza del freudismo. El nuevo modelo —basado en las funciones de tres estructuras mentales, el yo, el superyó y el ello— competía con un modelo topográfico construido en torno al inconsciente/consciente y a las vicisitudes del principio de placer en el que los freudianos se reconocían. Sobre todo, inició la deconstrucción del Inconsciente que caracteriza al psicoanálisis contemporáneo.

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Así, como resultado más universal de la fase sexual gobernada por el complejo de Edipo, se puede suponer una sedimentación en el yo, que consiste en el establecimiento de estas dos identificaciones [con el padre y la madre del complejo de Edipo, objetos a los que el niño dirige tanto sentimientos amorosos como hostiles.] unificadas de alguna manera entre sí. Esta alteración del yo recibe su posición especial: se enfrenta al otro contenido del yo como ideal del yo o superyó (Freud, 1923a: 35-36, curs. de Freud).

Empero, el superyó no es simplemente un residuo de las primeras elecciones de objeto del ello, sino que tiene también la significatividad {Bedeutung, “valor direccional”} de una enérgica formación reactiva frente a ellas. [...] Esta doble faz del ideal del yo deriva del hecho de que estuvo empeñado en la represión del complejo de Edipo; más aún: debe su génesis, únicamente, a este ímpetu subvirtiente {Umschwung} (Freud, 1923a: 36).

El superyó conservará el carácter del padre, y cuanto más intenso fue el complejo de Edipo y más rápido se produjo su represión (por el influjo de la autoridad, la doctrina religiosa, la enseñanza, la lectura), tanto más riguroso devendrá después el imperio del superyó como conciencia moral, quizá también como sentimiento inconsciente de culpa, sobre el yo (Freud, 1923a: 36).

El ideal del yo tiene, a consecuencia de su historia de formación {de cultura}, el más vasto enlace con la adquisición filogenética, esa herencia arcaica, del individuo (Freud, 1923a: 38).

Ahora bien, descender de las primeras investiduras de objeto del ello, y por tanto del complejo de Edipo, significa para el superyó algo más todavía. [...] Por eso el superyó mantiene duradera afinidad con el ello, y puede subrogarlo frente al yo. Se sumerge profundamente en el ello, en razón de lo cual está más distanciado de la conciencia que el yo (Freud, 1923a: 49-50).

Hay personas que se comportan de manera extrañísima en el trabajo analítico. [...] Toda solución parcial, cuya consecuencia debiera ser una mejoría o una suspensión temporal de los síntomas, como de hecho lo es en otras personas, les provoca un refuerzo momentáneo de su padecer; empeoran en el curso del tratamiento, en vez de mejorar. Presentan la llamada reacción terapéutica negativa. No hay duda de que algo se opone en ellas a la curación, cuya inminencia es temida como un peligro. Se dice que en estas personas no prevalece la voluntad de curación, sino la necesidad de estar enfermas. [...] Por último, se llega a la intelección de que se trata de un factor por así decir “moral”, de un sentimiento de culpa que halla su satisfacción en la enfermedad y no quiere renunciar al castigo del padecer. [...] Ahora bien, ese sentimiento de culpa es mudo para el enfermo, no le dice que es culpable; él no se siente culpable, sino enfermo (Freud, 1923a: 50).

El sentimiento de culpa normal, consciente (conciencia moral), no ofrece dificultades a la interpretación; descansa en la tensión entre el yo y el ideal del yo, es la expresión de una condena del yo por su instancia crítica (Freud, 1923a: 51).

Y más todavía: quizás es justamente este factor, la conducta del ideal del yo, el que decide la gravedad de una neurosis (Freud, 1923a: 51).

Uno puede dar un paso más y aventurar esta premisa: gran parte del sentimiento de culpa tiene que ser normalmente inconsciente, porque la génesis de la conciencia moral se enlaza de manera íntima con el complejo de Edipo, que pertenece al inconsciente (Freud, 1923a: 52-53).

Las pulsiones forman parte del aparato psíquico en la segunda tópica

Por una parte, la segunda tópica se caracteriza por la inclusión de las pulsiones dentro del aparato psíquico, más precisamente en el ello. Recordamos que el sistema inconsciente de la primera tópica solamente contenía representaciones. Por otra, Freud trata de articular la última versión del conflicto psíquico presentada en Más allá del principio de placer (1920)3 con las tres instancias que acaba de introducir. Si bien el ello es el reservorio pulsional, los hechos clínicos ponen de relieve que las pulsiones de vida y de muerte están también activas en el yo y el superyó. En general, las dos clases de pulsiones se presentan mezcladas con lo que los efectos destructivos de las pulsiones de muerte quedan neutralizados. Un ejemplo clásico de mezcla pulsional es el sadismo sexual donde el sometimiento del compañero produce un placer erótico. Otra forma de lidiar con las pulsiones de muerte es desviarlas hacia el exterior como agresión. En lo que se refiere al yo, acoge libido (pulsión de vida) del ello cuando se hace amar por él; de la misma forma, en su trabajo de ligazón, tal como sucede en la formación de pensamientos, se impone Eros.

En varias de las operaciones llevadas a cabo por el yo, sin embargo, en particular la identificación y la sublimación, ocurre una desexualización que conlleva una desmezcla pulsional. En aras de dominar la libido, el yo se pone al servicio de las pulsiones de muerte con el riesgo de sucumbir él mismo.

La instancia cuya severidad exagerada llama la atención de Freud es el superyó. En efecto, el sentimiento de culpa que deriva del superyó es directamente responsable de las dificultades encontradas en la cura. Lo más extraño es que la presencia de una conciencia moral rigurosa en extremo no refleja la educación recibida por el niño; al contrario, en muchas ocasiones los padres fueron permisivos en su educación. Ahora bien, se proponen dos explicaciones para dar cuenta de la híper severidad del superyó. En la primera, cuanto más limita el individuo su agresión hacia afuera, tanto más estricto se torna el superyó hacia el yo. En otras palabras, la agresión que no sale queda activa y se descarga en el interior. En la segunda, la crueldad superyoica resulta de una desmezcla pulsional en su seno; por consiguiente, las pulsiones de muerte pueden actuar sin obstáculo. Se observa el carácter pulsional del superyó: éste puede volverse tan feroz como el ello. En cambio, los aspectos benévolos del superyó ponen en evidencia el predominio de las pulsiones de vida o Eros.

Ya tenemos en claro [...] que el yo se encuentra bajo la particular influencia de la percepción, y que puede decirse, en líneas generales, que las percepciones tienen para el yo la misma significatividad y valor que las pulsiones para el ello. Ahora bien, el yo está sometido a la acción eficaz de las pulsiones lo mismo que el ello, del que no es más que un sector particularmente modificado (Freud, 1923a: 41).

[...] uno tiene que distinguir dos variedades de pulsiones, de las que una, las pulsiones sexuales o Eros, es con mucho la más llamativa, la más notable, por lo cual es más fácil anoticiarse de ella. No sólo comprende la pulsión sexual no inhibida, genuina, y las mociones pulsionales sublimadas y de meta inhibida, derivadas de aquella, sino también la pulsión de autoconservación. En cuanto a la segunda clase de pulsiones, tropezamos con dificultades para pesquisarla; por fin, llegamos a ver en el sadismo un representante de ella. Sobre la base de consideraciones teóricas, apoyadas por la biología, suponemos una pulsión de muerte, encargada de reconducir al ser vivo orgánico al estado inerte, mientras que el Eros persigue la meta de complicar la vida mediante la reunión, la síntesis, de la sustancia viva dispersada en partículas, y esto, desde luego, para conservarla (Freud, 1923a: 41).

[...] en cada fragmento de sustancia viva estarían activas las dos clases de pulsiones, si bien en una mezcla desigual [...] (Freud, 1923a: 42).

Una vez que hemos adoptado la representación {la imagen} de una mezcla de las dos clases de pulsiones, se nos impone también la posibilidad de una desmezcla —más o menos completa— de ellas (Freud, 1923a: 42).

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