Eduardo Abad García - A contracorriente

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A través de un recorrido por el surgimiento y la evolución de la disidencia de origen ortodoxo en el comunismo español, de aquellos a quienes la opinión pública encasilló como «prosoviéticos», se plantea la hipótesis de que este movimiento de oposición en el seno del Partido Comunista de España estuvo motivado por la mutación progresiva de la política y la imagen del partido. Estas transformaciones no serían bien recibidas por algunos sectores de su militancia y, como consecuencia, se produjeron varios movimientos divergentes cuyo nexo común radicaba en la reivindicación de la identidad comunista clásica.También fue importante el contexto, marcado por las frustraciones de la Transición y la crisis del movimiento comunista internacional. Fruto de una exhaustiva investigación, este trabajo propone una periodización de esta corriente en tres olas, metáfora que ayuda a comprender las distintas dimensiones de un fenómeno complejo y facilita su análisis sincrónico centrado en la identidad comunista. Se trata de la primera ocasión en que se estudia este hecho de forma global y monográfica. Por lo tanto, el objetivo principal es contribuir a esclarecer una de las facetas más desconocidas de la historia del comunismo español –poco después del centenario de su nacimiento–, sin la cual esta no estaría completa.

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No resulta llamativo que mucha de la militancia comunista ortodoxa tratara de distanciarse del estigma que suponía la etiqueta de «prosoviéticos». La identidad surge gracias a los procesos de reconocimiento exógeno pero también de los procesos de auto-identificación. 64 En muchos casos esa autorrepresentación se ve condicionada por las imágenes que crean de ellos los medios de comunicación, la opinión pública, las estructuras de poder y los grupos sociales que les son hostiles. 65 Esto choca con una de las principales aspiraciones que implican los procesos de construcción de la identidad, la necesidad de diferenciarse del resto y el derecho a ser reconocidos como tales. 66

La influencia que el mito movilizador soviético alcanzó entre los comunistas españoles durante el siglo XX fue, sin duda alguna, de enormes dimensiones. 67 Esta cuestión tuvo bastante peso en la configuración de la identidad ortodoxa porque era un elemento que ya estaba en el «ADN» comunista de forma previa a las crisis del PCE. Este factor identitario destacaba especialmente por su funcionalidad en el conjunto de valores del universo simbólico comunista. 68 Sin embargo, este seguidismo respecto a la «patria del socialismo» no fue en modo alguno un aspecto estático y sufrió una notable evolución a lo largo del siglo XX. Tras la disolución de la III Internacional los partidos comunistas fueron relajando sus relaciones con la URSS. Incluso anteriormente, durante la Guerra Civil española, el PCE impulsó un proyecto de país que destacaba especialmente por su defensa de la soberanía nacional. De esta manera, en la década de los años setenta todos los PP. CC., independientemente de su postura con respecto a la URSS, se consideraban a sí mismos organizaciones plenamente soberanas. No obstante, en el PCE esta cuestión se convirtió en un elemento conflictivo y un arma arrojadiza para la disidencia. La estrategia adoptada por los eurocomunistas también aludía a su propia historia, de hecho, resaltaba que fue el propio PCUS quien disolvió la Komintern al ser imposible hacer de los partidos comunistas un partido único. 69 Para el referente de la ortodoxia comunista europea Álvaro Cunhal la «soberanía de las decisiones» era un síntoma de que los partidos entraban en una «nueva y superior fase del desarrollo del Movimiento Comunista Internacional». Esta nueva fase estaba marcada por la «madurez política» de los comunistas de Europa Occidental, pero igualmente se encargaba de denunciar la falta de independencia de clase de quienes, fruto de la presión de la burguesía, pretendían renunciar a las «realidades históricas del socialismo». 70 Recordemos que el propio Líster ya había marcado sus distancias con el PCUS al votar a favor de la condena del PCE a la intervención militar en Checoslovaquia. Lejos de esconderlo, esta peculiar postura fue destacada como un símbolo de la autonomía de su partido. 71 Una evidencia de ello son las polémicas declaraciones a la prensa de Carmen Gómez Serrano, militante del PCOE y cónyuge de Líster, recién regresada a España tras su exilio. Como quedó reflejado en la prensa de la época, para ella un elemento destacable era su independencia respecto a la URSS: «el Partido Comunista Obrero Español era el auténtico partido comunista, puesto que también les parecía excesivo el prosovietismo planteado por el VIII y IX Congresos del PCE, de Eduardo García. De ahí que los miembros del PCOE se consideren totalmente independientes de ambos». 72

Justo en el caso opuesto se encuentra la OPI-PCT, que como ya se indicó anteriormente tuvo una personalidad muy característica. Ya durante su etapa como corriente crítica del PCE iniciada en 1973 fueron especialmente susceptibles a los distintos ataques que desde la dirección «carrillista» vinculaban sus críticas con el apoyo de los países del socialismo real:

¡Acabáramos! ¡Son rusos, espías, agentes del extranjero! Si alguna acusación podía ser más disparatada –y notablemente cínica– era esta, lanzada contra apenas un centenar de estudiantes, profesionales y obreros. Hay que repasar los mejores artículos de «Arriba» para encontrar argumentos similares. 73

Este partido mantuvo en numerosas ocasiones una posición que iba más allá de la simple independencia planteada por el PCOE, era abiertamente crítico con muchos aspectos de la URSS. En realidad, se mantuvo en una posición ambivalente que alternaba la crítica a muchos aspectos concretos de la construcción del socialismo en estos países, el mantenimiento de una adhesión formal a la identidad comunista ortodoxa y la defensa total del papel antiimperialista de la URSS:

Reconociendo, analizando y asumiendo, así como evitando los errores del Este y no renegando de esa experiencia socialista es como en el oeste debemos levantar la hipoteca soviética sobre la revolución del proletariado y teniendo presente que los problemas que implican al socialismo son indisociables del mismo modo que la libertad no se puede dividir. 74

A pesar de todas estas notables diferencias, el PCT acabaría unificándose con el PCE (VIII-IX) y formando efímeramente el PCEU, por lo que tradicionalmente también se le etiquetó de forma errónea como «prosoviético». En los años finales de la Transición se acrecentó la crisis del PCE, lo que provocó un movimiento más compacto, numeroso y variado. Movidos por el objetivo de la unificación de los comunistas y la recuperación del PCE, surgieron nuevas plataformas de disidencia ortodoxa que igualmente remarcaron con distintos matices su adhesión a la URSS. Este movimiento era consecuencia del desgaste que producían entre la militancia de base las políticas eurocomunistas. «El “ eurocomunismo ”, le gritaba un delegado obrero en una comisión del congreso a uno de los delegados a los que la prensa llama “ leninistas ”, no es una palabra; es romper huelgas». 75 En este nuevo contexto de lucha de líneas su alternativa trató de ser nuevamente descalificada bajo el epíteto de «prosoviéticos» o «afganos». 76 Este fue el caso de la crisis que se desencadenó en el V Congrés del PSUC y que dio lugar al PCC:

Hacía pocas horas que se había acabado el 5º Congreso y ya Simón Sánchez Montero decía que detrás nuestro estaba la embajada soviética. ¿Es que los obreros del Bajo Llobregat están subvencionados por la embajada soviética? ¡Hombre! Esto no tiene ningún sentido […] Nosotros no nos hemos llamado prosoviéticos. Los medios de comunicación han usado esta calificación, que ha salido de algunos miembros de la dirección eurocomunista del partido […] Nosotros no hemos dicho nunca: somos prosoviéticos. Nosotros hemos dicho siempre que somos comunistas, ahora, también hemos dicho que antisoviéticos no lo seremos. Pero una cosa es el propósito de no ser antisoviético y otra cosa es que te coloquen el cartel de prosoviético cuando no lo has pedido. 77

Esta campaña de desprestigio hacía los disidentes continuó de forma paralela a la crisis de identidad del PCE y a la convergencia de militantes ortodoxos en una misma organización. Un buen ejemplo de la intensidad de estos ataques lo encontramos en la portada de Cambio 16 correspondiente al número 713 de 1985. En la portada de este número aparecía una ilustración donde se mostraba a Ignacio Gallego como uno de los lagartos alienígenas de la popular serie de televisión V , acompañado del titular «Ignacio Gallego: El lagarto de Moscú». En su interior, varios artículos de dudoso rigor informativo defendían una visión sesgada que se centraba de forma obsesiva en la financiación que supuestamente obtenía este partido de los países del Este. También se incluía una pequeña entrevista al propio Gallego, donde respondía en estos términos a la pregunta de si su partido era o no «prosoviético»:

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