La historia de esta corriente se puede dividir en distintas olas, las cuales guardan toda una serie de especificidades que están muy relacionadas con la problemática de la autopercepción. Los primeros que sintieron la necesidad de rebelarse fueron quienes se vieron afectados por los hechos acontecidos en la etapa que abarca desde la crisis de Checoslovaquia en 1968 hasta el VIII Congreso del PCE en 1972. Las principales características de esta primera ola son un buen ejemplo del funcionamiento de la identidad disidente. En este corto periodo de tiempo surgieron divergencias con orígenes diversos pero que tenían varios puntos comunes y acabaron confluyendo en torno a los intentos de preservación de su percepción de la cultura comunista. El esquema de su desarrollo es en buena medida extrapolable a otras olas y sirve de modelo para analizar las etapas en las cuales se pueden analizar las distintas fases de esta corriente. Como primera fase, estos comunistas plantearon una lucha desde dentro del partido con el objetivo de tratar que se rectificara la nueva línea política y se respetara su identidad. Sin embargo, en una segunda fase, fruto de un evidente trabajo fraccional y derrotadas sus posiciones por el aparato del partido, acabaron siendo expulsados parcial o totalmente del PCE. En este punto desarrollaron redes de solidaridad y apoyo entre los expulsados, ampliando su alcance e impulsando nuevos contactos entre la militancia del interior y el exilio. Una vez fuera del PCE construyeron distintas formas organizativas y se reapropiaron de la identidad comunista tradicional para construir una nueva cosmovisión colectiva basada en la ortodoxia comunista. 34 Sus prácticas políticas, en muchos casos, fueron sectarias y tendentes a la atomización por culpa del fenómeno denominado «cooperación competitiva», el cual les condujo a tensiones internas y a un creciente «faccionalismo». 35 Sin embargo, es importante recalcar que su leitmotiv fue siempre el de unificar a todos los comunistas que creían bajo una cultura política caracterizada por un imaginario colectivo del pasado presente.
Lejos de solucionarse, los conflictos derivados de la crisis molecular de los comunistas se reprodujeron cíclicamente como respuesta a las paulatinas transformaciones que fue sufriendo la imagen del PCE a lo largo de los años. En cada una de las olas estudiadas se pueden identificar dos fases diferenciadas. La primera fase se puede caracterizar como «latente», en tanto en cuanto la disidencia se mantiene dentro de las estructuras del PCE, en una especie de clandestinidad interna. En este periodo, la identidad se nutre de las acciones ocultas de un limitado número de actores y los grupos de disidentes se limitan a relaciones interpersonales de carácter más informal cuyo alcance es muy limitado. La segunda fase, por el contrario, se puede caracterizar de «visible». En este ciclo la principal característica es el predominio de la acción pública con el desarrollo de una activa propaganda partidista y la construcción de amplias redes de militancia. El desarrollo de estructuras organizativas más o menos estables y el trabajo abierto hacia todo tipo de trabajadores fueron otros factores importantes de este tramo. 36
Otro aspecto relevante tiene que ver con el público potencial al cual dedicaban sus acciones. Este aspecto está directamente vinculado con el desarrollo de una identidad compartida entre militantes del PCE y militantes que se encontraban fuera del PCE. Además, es necesario recalcar la autopercepción existente de su papel como vanguardia de la disidencia, que actuaría a modo de «punta de un iceberg». 37 Las fuentes orales ponen de manifiesto que, según su cosmovisión colectiva, en sus organizaciones «no estaban todos». 38 En el imaginario colectivo de las fuerzas que encuadran al comunismo ortodoxo, el mayor número de comunistas susceptibles de compartir su línea se encontraban todavía dentro del PCE «secuestrado por Carrillo». 39 Este factor explica las ambiguas relaciones de todos estos grupos con el PCE, con el que aún compartían muchos vínculos.
Llegado a este punto, es necesario profundizar en el principal conflicto que rodea a este sujeto de estudio y que es, sin duda alguna, el de su denominación. Esta corriente ha sido caracterizada generalmente como «prosoviética», aunque, como ya se ha adelantado, claramente es un término que no resulta adecuado para englobarlos. La falta de un estudio específico sobre su cultura política ha minusvalorado su heterogeneidad, arrinconando su identidad bajo la apariencia de un simple cliché. En ocasiones, cuando se aborda la historia del PCE, suele hacerse referencia a algunos de estos grupos describiéndolos como «grupúsculos sin futuro». Aunque esto no deja de ser cierto en parte, al menos respecto a sus posibilidades de tomar el PCE, no deja de ser una interpretación un tanto superficial. 40 Por otra parte, la historiografía centrada en la izquierda revolucionaria ha prestado muy poca atención a esta corriente y ha ignorado la potencialidad que encierran las cuestiones relacionadas con su autopercepción por considerarlos demasiado cercanos al PCE. 41 Sin embargo, una excepción temprana a la norma la encontramos en los textos del sociólogo José Manuel Roca, quien para referirse a esta corriente habla de «comunistas (prosoviéticos)». Según su tesis, estos comunistas conformarían el «sector más moderado y ortodoxo de la izquierda radical», dado que continuaron la mayoría de los postulados del PCE, partido que siempre fue su principal referencia. En cuanto a su denominación, opina que: «Nominalmente se consideran comunistas y, por su incondicional defensa de lo que denominan “el campo socialista”, también son llamados prosoviéticos». 42
Otros autores realizan ciertas distinciones respecto a los grupos que se estudian en este trabajo y hablan de que es posible establecer una diferencia fundamental entre dos corrientes: los «prosoviéticos» y los «leninistas». De acuerdo con este planteamiento, Julio Pérez Serrano defiende la tesis de que, aunque estas dos corrientes tuvieron simpatía por el campo socialista y ambos se opusieron igualmente al eurocomunismo, en el fondo, existían algunas singularidades de origen que justifican esta clasificación: «los leninistas lo impugnaban por su carácter reformista y los prosoviéticos por su alejamiento de la línea del PCUS, con la que algunos leninistas marcaban ciertas distancias. Aunque todos compartían la adhesión al marxismo-leninismo y la defensa del sistema socialista internacional». 43 Víctor Peña va un poco más lejos y partiendo de esta misma tesis plantea que mientras que todos los demás grupos serían simplemente «prosoviéticos», la OPI/PCT sería el único grupo susceptible de ser denominado «leninista», dado que:
para los que llamamos prosoviéticos, la contradicción principal gravitaría en torno a la lealtad y el apoyo al campo socialista internacional –y debemos recordar, desde principios de la década de 1960, este se hallaba dividido– liderado por la URSS y, en consecuencia, a su proyecto político; para los que hemos venido en llamar leninistas, la contradicción principal circunnavegaría alrededor de la lucha de clases, y que dependerá del análisis marxista que cada partido haga sobre el desarrollo del capitalismo español y de la naturaleza del Estado franquista. 44
Sin embargo, todas estas conclusiones parten de unos análisis que tratan de totalizar las categorías del sujeto en función de principios politológicos sesgados. Estos análisis simplifican su identidad militante partiendo de la categoría que han proyectado durante décadas sus adversarios. De tal manera que estas categorizaciones no problematizan el origen y las consecuencias que para la historiografía ha tenido hasta ahora el uso indiscriminado de este término para referirnos a estos comunistas. Por otra parte, la segmentación en dos categorías, «prosoviéticos» y «leninistas», únicamente podría servir para excluir a la OPI-PCT de la estigmatización. Esta interpretación se debe más a una visión edulcorada de los postulados políticos de la OPI-PCT que a un análisis riguroso del proceso colectivo de construcción de la identidad de esta corriente comunista. En todas las organizaciones estudiadas en esta investigación convivieron factores colectivos e individuales que mitificaron a la Unión Soviética y los países del campo socialista. Esta cuestión tiene su origen en la cristalización cultural del imaginario comunista desde 1917 y, especialmente, desde la Guerra Civil. 45 Para un análisis en profundidad sobre esta corriente comunista no se puede obviar la importancia de la experiencia de sus militantes como fuente de conocimiento para la comprensión global del fenómeno. Además, independientemente del contenido exacto de sus documentos políticos, sus militantes desarrollaron una cultura política que tuvo como base la identidad comunista ortodoxa, aunque como ya se ha comentado, esta fuera comprendida de distintas maneras y existiera una gran heterogeneidad interna.
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