Acto seguido, le llega el turno a otra organización ortodoxa. Se trata de las Células Comunistas (CC. CC.), cuya mayor influencia se vivió en las Islas Canarias. Este movimiento también tuvo especial peso entre sectores profesionales e intelectuales, quienes plantearon nuevas críticas al sistema de funcionamiento interno del partido, al mismo tiempo que reivindicaban la identidad comunista más clásica. Por último, se analiza un episodio de transición entre la segunda ola y la tercera, como fue el caso del nacimiento y crisis del Partido Comunista Unificado (PCEU). Este partido nació de la fusión en 1980 entre el PCE (VIII-IX Congreso) y el PCT, es decir de la fusión entre la primera y la segunda ola. Sin embargo, rápidamente surgieron drásticas desavenencias que provocaron la existencia de dos organizaciones enfrentadas pero que utilizaban el mismo nombre. Estas organizaciones acabarían participando activamente en la consolidación de la tercera ola disidente hasta acabar integrándose en ella.
El tercer y último capítulo está dedicado a la tercera ola, cuyos orígenes están directamente relacionados con las consecuencias moleculares que el eurocomunismo produjo en el PCE y con la grave crisis interna que atravesó ese partido entre 1978 y 1989. Las principales características de esta etapa estaban relacionadas con esa crisis y con la búsqueda de un referente colectivo que el PCE había dejado de representar para muchos militantes. Por tanto, era una ola que volvía a reivindicar la identidad comunista que, según estos sectores, había sido abandonada con la irrupción del eurocomunismo. La forma de hacerlo estaba vinculada a la consigna de la unidad de los comunistas como vía para la construcción de un nuevo partido que rivalizara con el PCE e incluso que lograra desbancarlo. Fue una ola mucho más heterogénea que las anteriores, en parte por su mayor amplitud numérica, lo que permitió integrar una diversidad relativamente amplia de perfiles de militancia. Además, esta ola permitió asimilar los restos de otras anteriores en su seno, con las que «conversó» hasta integrarlas o lograr destruirlas. El capítulo comienza indagando en los orígenes de esta oleada, repasando la existencia de algunos fenómenos locales en los cuales, en plena Transición, se crearon plataformas de unidad comunista potenciadas por grupos de comunistas independientes. Además, también se hace un repaso sobre el proceso de formación de los primeros grupos de peso, como la Coordinadora Leninista que lideraba García Salve. Más tarde ya aparecerían las primeras plataformas formadas por los expulsados del partido dirigido por Carrillo, como el Movimiento de Recuperación del PCE (MRPCE) o la Promotora de Recuperación y Unificación de los Comunistas (PRUC).
Todos estos grupos fueron convergiendo, no sin problemas, hacia la celebración de un congreso de unificación. En este contexto la crisis del comunismo catalán marcó el inicio de un nuevo impulso para los disidentes en toda España. Cataluña fue el escenario del mayor fenómeno de disidencia contra el eurocomunismo. La crisis desatada antes y después del V Congreso del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) ofreció una nueva perspectiva a la disidencia ortodoxa. Este episodio se convertiría en un detonante que logró canalizar los descontentos existentes por múltiples factores y nuclearlos en torno a la idea fuerza de recuperar la identidad comunista. Tras una política de expulsiones masivas, los disidentes fundarían el Partit dels Comunistes de Catalunya (PCC). Un partido que contaba con miles de militantes, una fuerte integración en el territorio y en la clase obrera catalana. En el futuro, este partido se convertiría en el principal impulsor y valedor general de los comunistas ortodoxos. Finalmente, en 1984 se produciría un congreso de unidad comunista en el que participarían todas las fuerzas de la tercera ola. Este cónclave dio lugar a un nuevo partido, primero llamado Partido Comunista (PC) a secas y más tarde Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE). En sus primeros años, el PCPE alcanzaría una buena implantación. Sin embargo, como se analiza en el último epígrafe, acabaría sufriendo una importante crisis interna con el abandono de un relevante sector de su militancia, que se reintegraría en el PCE. A esto se sumó el inicio de la crisis de los países del socialismo real, fenómeno que afectaría drásticamente a esta corriente comunista.
LA ORTODOXIA COMO HILO CONDUCTOR
Los comunistas ortodoxos fueron una corriente del comunismo español que tuvo su base en las divergencias surgidas fruto de los cambios producidos en el PCE de los años finales del Franquismo y la Transición. Como respuesta a esos cambios, muchos comunistas sintieron la necesidad de defender la percepción de lo que significaba para ellos ser comunista. Entre esas transformaciones tuvo mucho peso el distanciamiento y la crítica al PCUS, pero también todos los elementos identitarios que el arquetipo simbólico del país soviético aún representaba entre los comunistas españoles. 27 Es cierto que no se trató de un proceso homogéneo, pero es que la filiación colectiva se expresa muy pocas veces a través de identidades completamente integradas y monolíticas. 28 A lo largo de las sucesivas olas en las que se estructura la historia de esta corriente comunista se puede rastrear la existencia de una relativamente rica pluralidad de factores simbólicos que les aportaban algunos rasgos específicos. Sin embargo, estos elementos diferenciadores, aunque siempre estuvieron de alguna manera presentes, fueron diluyéndose en el propio proceso global de disidencia ortodoxa que les hizo converger bajo una misma afinidad política y cultural.
Por lo tanto, una importante paradoja es la que se da en esta corriente por la presencia de lo que a primera vista podría ser caracterizado como múltiples microidentidades. Esta interpretación se sustentaría en esa pluralidad interna que existió gracias a la diversidad de su origen político y las trayectorias militantes de sus miembros. 29 Lejos de que esto suponga en esta corriente una división de facto en varias identidades excluyentes, las diferentes olas convergieron bajo el paraguas de una misma identidad múltiple. Es decir, una autopercepción que pese a tener unos fuertes elementos comunes también tenía una notable pluralidad interna. La existencia de identidades múltiples en los movimientos sociopolíticos no es una característica exclusiva de los comunistas ortodoxos, se trata de un fenómeno del cual existe una amplia literatura en el campo de la sociología. 30 Sin embargo, es necesario recalcar cómo este factor fue una característica importante de los comunistas ortodoxos a lo largo de las diferentes olas. Esto fue debido a la variedad de criterios y sentimientos que llevaron a estos actores a la adhesión a estas organizaciones. No es lo mismo que la disidencia se desarrolle debido a la posición que tuvo el PCE respecto a la URSS o a la CEE, que a la sensación de hartazgo y desencanto por falta de democracia interna. No obstante, como ya se ha planteado, al final todas estas divergencias acabaron convergiendo y sumando en la construcción de una misma subcultura ortodoxa. En este sentido, también es importante resaltar cómo, además de reafirmar el «yo» personal y común, la identidad opera siempre como un principio organizador con relación a la experiencia individual y colectiva, ayudando a identificar aliados y adversarios. 31 Precisamente por eso se puede afirmar que los comunistas ortodoxos tenían una identidad múltiple, es decir, internamente heterogénea. Las distintas olas disidentes generaron distintas autorrepresentaciones que coexistieron en diferentes organizaciones e incluso algunas veces llegaron a generar tensiones entre ellas. Durante este proceso adquiere mucha importancia el papel de las identidades como organizadoras del sentido. El sociólogo Manuel Castells define el sentido como «la identificación simbólica que realiza el actor social del objetivo de su acción». 32 Este mismo autor ha propuesto varias categorías sobre la identidad partiendo de la base de que son los sujetos y sus objetivos concretos los que determinan su contenido simbólico y su sentido para quienes se identifican con ella o contra ella. De acuerdo con estas categorías, podríamos considerar a los comunistas ortodoxos como lo que Castells llama una «identidad de resistencia», dado que se encuentran «en posiciones/ condiciones devaluadas o estigmatizadas por la lógica de dominación, por lo que construyen trincheras de resistencia y supervivencia basándose en principios diferentes u opuestos a los que impregnan las instituciones de la sociedad». 33
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