Una disidencia en forma de olas
En abril de 1985, con motivo del 65.º aniversario de la fundación del PCE, el escritor y comunista Manuel Vázquez Montalbán publicaba en el órgano del PCE Mundo Obrero un pequeño artículo de reflexión titulado «La cultura de la poda». 1 En sus líneas, describía la existencia de una conducta en la cultura política comunista que, a su juicio, resultaba diferenciadora frente a otras culturas políticas: la dinámica de las constantes purgas internas. No obstante, pese a lo interesante de las reflexiones del escritor catalán, tampoco está de más recordar que estas prácticas autodestructivas han existido en todos los movimientos políticos, no solo en el comunista. En todo caso, para Vázquez Montalbán, esta «cultura de la poda» obedecía a un desencadenante endógeno: la falta de mecanismos democráticos dentro de los partidos comunistas que garantizaran la pluralidad interna y que, a su vez, permitía a los partidos actuar «como si aún conservaran aquella necesidad de decantación de los orígenes, en busca de una conciencia colectiva “ideal”». Además, añadía cómo «En nombre de esa búsqueda de la conciencia colectiva ideal, de la purificación del intelectual orgánico colectivo , se han cometido auténticos genocidios internos y no siempre en el sentido figurado de la palabra genocidio. “La poda fortalece al árbol”». 2 Lo cierto es que en la historia del PCE la actitud general hacia la disidencia interna fue siempre la misma: la censura, el estigma y la persecución de quienes opinaban de manera diferente a la dirección del partido. Al contrario de lo que se pueda pensar, estas prácticas no desaparecieron con el paso del tiempo. De tal manera que se volvieron a reproducir masivamente con la llegada de la crisis generalizada del movimiento comunista internacional en la cual se inserta este trabajo. Sin embargo, es necesario recordar que las formas empleadas para llevar a cabo las purgas internas fueron evolucionando, de modo que no resultan comparables los métodos utilizados en los años cuarenta con los de los años setenta y ochenta. 3 Por otra parte, también resulta relevante resaltar que esta «cultura de la poda» no fue un fenómeno en propiedad exclusiva de los dirigentes más reformistas, sino que, tristemente, se volvería a reproducir de manera bastante similar en los distintos partidos que los expulsados fueron creando a lo largo de los años.
Un repaso a la historia reciente de los comunistas españoles permite rastrear la existencia de disidencias internas prácticamente en cualquier periodo. Sin embargo, no todos los movimientos de oposición fueron iguales en su origen, ni tuvieron la misma configuración e influencia. El fenómeno de la disidencia sufrió un aumento exponencial y un salto cualitativo tras la «fecha bisagra de 1968» y la crisis general del movimiento comunista. 4 La crisis de Checoslovaquia de ese año se convertiría en el detonante para el surgimiento de un movimiento centrífugo de unas dimensiones nunca antes vistas en la historia del PCE. Lo que diferenciaría esta nueva disidencia de otros movimientos precedentes era su propia configuración interna, que bien podría definirse como una especie de oxímoron, ya que, como bien señalaba Gregorio Morán, 1968 fue el año en que la ortodoxia se convirtió en disidencia. 5 Además, otro factor importante es que, lejos de desaparecer al remitir el eco del 68 checoslovaco y convertirse en un estallido momentáneo, este fenómeno sufriría nuevos impulsos durante las dos décadas siguientes que guardarían importantes nexos entre sí.
En cuanto a su origen, el fenómeno disidente se demostró poliédrico. Por una parte, en su despliegue resulta evidente el peso inicial de conflictos particulares entre sectores de la militancia comunista, cuyo origen era relativamente diverso. Se trataba de episodios muy localizados, pero que motivaron la transformación colectiva de sectores que hasta ese momento se habían identificado con la dirección del partido como críticos y disconformes. Por otra parte, también es importante recalcar que existió un nexo común que articuló fuertes vínculos culturales entre las distintas etapas de esta disidencia. Ese vínculo no fue otro que una autopercepción compartida por estos militantes como comunistas contrarios a la nueva línea más moderada del PCE, que simbolizaba como nadie su secretario general Santiago Carrillo. Un proceso marcado por la construcción colectiva de su identidad. Es decir, en la construcción de las diferencias existentes entre el «nosotros» que les definía y el «ellos» que encarnarían los sectores oficialistas del PCE. Para articular ideológicamente su rechazo, reivindicaron la ortodoxia del marxismo-leninismo, el internacionalismo proletario y el modelo bolchevique de partido, elementos todos ellos clásicos de su cultura política y pilares de la identidad comunista durante décadas. Además, otro rasgo diferenciador fue la pervivencia simbólica de la URSS como un referente mayormente positivo, a la vez que reivindicaban la memoria colectiva de los comunistas españoles en todas sus facetas.
Conviene subrayar cómo este proceso tuvo una configuración que se alargó durante décadas y que fue más allá de los conflictos meramente coyunturales. El fenómeno de la disidencia ortodoxa se enmarcó en una rebeldía colectiva de corte transversal que fue llevada a cabo por distintos sectores de la militancia comunista en diversos momentos de la historia. Además, sus orígenes hay que buscarlos dentro de cada etapa en un momento concreto en el cual se produjo la toma de conciencia frente a lo que valoraban como un proceso de mutación de la identidad global del PCE, que a sus ojos suponía una renuncia intolerable. Sería esta transformación en su mentalidad la que les haría romper los vínculos de la disciplina de partido y actuar tanto dentro como fuera del PCE con un objetivo: recuperar lo que consideraban que un día había sido el Partido Comunista de España.
La historiografía sobre el PCE en las últimas décadas ha conocido un importante repunte, tanto en cantidad como en calidad, y, por suerte, cada año aparecen nuevos e interesantes ensayos o monografías. Los estudios sobre el fenómeno comunista que se llevaron a cabo de forma posterior a la II Guerra Mundial estuvieron, en la mayoría de los casos, tremendamente condicionados por el contexto de la Guerra Fría. La producción escrita sobre este objeto de estudio oscilaba entre la burda manipulación anticomunista y la hagiografía heroica de los textos de carácter más militante. La historiografía producida a partir de la década de los setenta se centró especialmente en una historia política donde las perspectivas internas y los enfoques «desde abajo» desempeñaban un escaso papel. Otros campos de las ciencias sociales, como por ejemplo la sociología o la antropología, sí centraron sus miradas en las teorías de los sujetos sociales o la identidad colectiva, pero en muchos casos equipararon erróneamente la participación en organizaciones clandestinas con alguna clase de patología psicológica (personalidades dependientes, baja autoestima, baja inteligencia o egocentrismo). 6 Estas categorizaciones derivadas de una perspectiva anticomunista también se pueden encontrar fácilmente, incluso en la actualidad, en el campo de la historia, como muestra el uso acrítico del concepto de «religión política». 7 Sin embargo, en los últimos años, han surgido nuevos enfoques de investigación que rompen con la historiografía clásica, centrada principalmente en dirigentes y episodios concretos, lo que abre perspectivas inéditas de análisis y permite identificar nuevos sujetos de estudio dentro de la vida del PCE. 8 Para el caso español resultan especialmente relevantes el libro colectivo Nosotros los comunistas. Memoria identidad e Historia Social , el libro de Juan Andrade El PCE y el PSOE en (la) Transición o los escritos de Giaime Pala sobre la identidad de la militancia en el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC). 9 En estas obras se trabaja sobre la identidad de los comunistas desde categorías sociológicas que, lejos de ver el comunismo como una «patología política», 10 tratan con el rigor necesario los problemas vinculados con los procesos de construcción de la identidad colectiva de la militancia comunista. También resultan muy relevantes todos aquellos estudios que se encuentran relacionados con el estudio de las políticas de memoria de los comunistas. 11 En los últimos años han continuado apareciendo libros sobre esta temática, demostrando que la historiografía sobre el PCE se encuentra en un buen momento. 12
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