•Que la infancia no es dada, que requiere para hacer presencia social de otro actor que reconozca su existencia, su diferencia con el estado-condición-situación del que la interpreta.
•Que la idea de infancia-niñez se construye y se reconstruye, en tanto entran en contradicción o en consonancia las distintas instancias capaces de definirla.
•Que la construcción puede ser dinámica, pero también puede mantenerse en el tiempo y anquilosarse, darse por univoca y por verdadera.
•Que los procesos de construcción social se relacionan con los procesos históricos, políticos, sociales y culturales que los anidan.
•Que cada uno de nosotros tiene un lugar en esa construcción social sobre la infancia (Ministerio de Cultura y Educación-Dirección de Educación Superior, s. f.). Con ellos en mente, declaro que al hablar de la categoría de infancia se está haciendo referencia a una construcción histórica y cultural adultocéntrica, propia de la sociedad moderna, y que, en el caso particular de fisioterapia, parece estar vinculada a una mirada biologista, centrada en el modelo de salud-enfermedad (Lemus, 2010).
La categoría infancia no es un hecho natural, pero lo hemos naturalizado, como los sostiene Ferré
La constitución de la niñez como sujeto puede analizarse en la tensión estrecha que se produce entre la intervención adulta y la experiencia del niño/niña, entre lo que se ha denominado la construcción social de la infancia y la historia irrepetible de cada niño/niña, entre la imagen que se da de sí mismo/a y que una sociedad construye para la generación infantil en una época y en un lugar específico, así como la trayectoria individual de quien lo enuncia.
Una rápida mirada a los acontecimientos históricos y sociales será suficiente para mostrarnos que los niños/niñas han sido testigos fundamentales de los cambios sociales, políticos y económicos, y de las consecuencias que estos cambios han producido en las diferentes épocas y sociedades. Pero la sociedad adulta no los ha reconocido como parte fundamental de sí misma y menos aún como sujeto social. De hecho, proyecta los problemas y situaciones de las infancias a una instancia futura, ¡bajo la falacia de que los niños/niñas son el futuro de los pueblos!
Los griegos, por ejemplo, que parecen ser los —y digo “los” dado que son hombres, varones, de una elite particular, educados, con capitales— que nos presentan la primera de las acepciones que sobre estas personas se tiene, cobijan la infancia bajo la categoría de “creatura”. De este modo, cuando las mamás daban a luz, le presentaban el bebé al padre, como creador de esta nueva vida.
Como creaturas eran “dados” por la naturaleza, quien (como fuente de esta vida), en caso de fallo, debía hacerse cargo de este error. Si este nuevo ser era considerado como débil o enfermo, o estaba en condición de discapacidad, podía rechazarlo/a. Estos chicos, en la mayoría de las ciudades griegas, eran abandonados en lugares especiales, adonde acudían otros padres para adoptarlos, pero si no tenían suerte, eran vendidos como esclavos. En Esparta, en cambio, estos niños/niñas eran eliminados, arrojándolos desde lo alto del monte Taigeto (Pigna, 2018), dando clara validez al infanticidio selectivo. Es importante recordar que algunas comunidades indígenas y raizales de Colombia aún tienen esta misma concepción y práctica de gestión ante los fallos de la cría.
Importa decir que son los griegos, como padres de la filosofía, de las ciencias y las prácticas corporales, quienes también dan un lugar a un corto periodo para ser niño/niña, dado que, para los oficios de la guerra, a los trece años ya estarían listos, y ellas listas para casarse. Sin embargo, recordemos que estamos hablando de una representación del niño (y no de la niña), en tanto se analizan discursos (poemas, fábulas y cuentos), así como las imágenes (pinturas, esculturas, etc.), y se enfoca en un sujeto pasivo, pero con una fisonomía diferencial, en la cual el lugar de los hoyuelos (en el rostro) lo caracterizan en el ámbito teatral (Hernández, 2003), ya que son “adultos con rol de niños”.
Serán los mismos griegos, quienes al poner silencio sobre lo que el niño, dado que la niña no aparece claramente reconocida como miembro de vital importancia hasta que llegue a su rol reproductor, acuñan el nombre de infante, es decir, “sin voz” (Hoyos, 2017).
Y es esta categoría la que incluso pervive en instancias del nivel de representación de la Organización de las Naciones Unidas para la Niñez (Unicef), que llega hasta nuestros días; revisemos su definición institucional:
La infancia es la época en la que los niños y niñas tienen que estar en la escuela y en los lugares de recreo, crecer fuertes y seguros de sí mismos y recibir el amor y el estímulo de sus familias y de una comunidad amplia de adultos. Es una época valiosa en la que los niños y las niñas deben vivir sin miedo, seguros frente a la violencia, protegidos contra los malos tratos y la explotación. Como tal, la infancia significa mucho más que el tiempo que transcurre entre el nacimiento y la edad adulta. Se refiere al estado y la condición de la vida de un niño, a la calidad de esos años. (United Nations International Children´s Emergency Fund [Unicef], 2005)
En esta declaración se observa la correlación de infancia con un intervalo de tiempo (época), relacionada con las actividades para resolver “sus” necesidades primarias, ¿la de estar institucionalizado? ¿en la escuela? A estas concepciones, la historia podría probarnos cómo van llegando quienes estudian esta línea de sujetos en tanto vulnerables, desvalidos, y digo “van”, dado que los estudios sobre estos sujetos de derecho en la Amerindia son relativamente recientes, y más centrados en problemas sociales propios de la región, pero pocos (por no arriesgar un casi nulos) en la relación con las infancias mesoamericanas o prehispánicas (Rodríguez y Manarelli, 2007).
Para los/las fisioterapeutas, es vital entender lo epocal, ¿de qué intervalo o intervalos del ciclo de vida estamos hablando? Por ello, la historia de las infancias a la que aludimos son perspectivas eurocéntricas, en su mayoría, es decir, estudian y analizan su propia línea endogámica de historia, dándole legitimidad a un camino cronológico que partía su historia en un a. de C. (antes de Cristo) y d. de C. (después de Cristo), que ahora mismo parecería más ser un a. de C. (antes del COVID-19), y después de él (d. de C.).
Ya en 2015, en el marco de un encuentro de la Asociación Colombiana de Estudiantes de Fisioterapia (Acefit), empecé a tensionar este modo de homologar a los niños/niñas como una condición estable, uniforme, regulada y normada bajo una única sombrilla conceptual, que implica no reconocer la existencia de los siguientes intervalos intercomunicantes de poblaciones:
•Desarrollo embrionario del movimiento corporal humano (MCH).
•Neonato: aparentemente sano o no, prematuro o no.
•Infancia temprana: mil días (12-18-24-30).
•Niño/niña: 3-8.
•Prepúber: 8-11.
•Adolescente: 12-14.
•Juventud inicial: 14-17.11.
En ello apostaba por el marco normativo colombiano, el cual sorprende, por ejemplo, que a la madre, como “madre”, la ley la reconoce en tanto el fruto del parto esté vivo (Congreso de la República de Colombia, 2017); ante ello cabe preguntar: ¿qué sucede con el duelo requerido con o sin licencia de maternidad en Colombia?, ¿qué sucede con el proceso medicalizado para aquella “madre” que para mí lo es desde la gestación, ante la pérdida de su hijo/a?
Como se puede apreciar, esta apuesta de subgrupos o subdivisiones connota profundas reflexiones por parte de los fisioterapeutas, no solo relativos a los instrumentos de evaluar-cosificando las infancias para ser metrizadas, y de la caja de herramientas necesarias para “atenderlos”, que son de por sí preocupaciones legítimas de la profesión, sino porque evidencian invisibilizaciones intencionadas de asuntos que son de importancia radical en este presente que no da espera de los niños/niñas de nuestros países.
Читать дальше