Inmaculada de la Fuente - Inspiración y talento

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¿Qué tienen en común Carmen de Burgos, Sofía Casanova, Victoria Kent, Clara Campoamor, Margarita Nelken, María Teresa León, Elena Fortún, Dora Maar, Gerda Taro, Tina Modotti, Carmen Laforet, Pilar Miró, Carmen Díez de Rivera, Montserrat Roig, Carmen Alborch y Soledad Puértolas? Todas ellas son mujeres transgresoras de su tiempo que, con su capacidad y compromiso, defendieron la posición de la mujer dentro de los círculos artísticos, intelectuales y políticos.
Inmaculada de la Fuente nos muestra, a través de las biografías de estas dieciséis mujeres, las transformaciones políticas, económicas y sociales tanto de España como de los demás países donde estas intelectuales dejaron la huella de su talento. Sus actitudes sutiles, desenfadadas y contestatarias cimentaron el camino para que otras mujeres tomaran como modelo esa osadía. Por eso, ellas representan el espíritu reivindicativo del espacio femenino en un ambiente claramente dominado por los hombres.
En este libro no solo presenciamos la vida y obra de estas mujeres, sino la importancia de sus acciones, la trascendencia de sus ideas y sus trayectorias "canónicas " y acordes a su tiempo. Sus vidas llenas de fuego y vértigo encarnan de forma indiscutible la inspiración y el talento.

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El 14 de abril de 1931 la abogada se encontraba en San Sebastián y se la vio en uno de los balcones del Centro republicano celebrando la proclamación de la República. Con ella estaba la feminista suiza Antoniette Quinche, a quien había conocido en 1929 en un Foro Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas, una organización que había creado la propia abogada española. En un viaje de Campoamor a París en 1928 —su primera visita a la capital francesa—, para participar en el IX Congreso Internacional sobre Protección a la Infancia, surgieron los primeros contactos con juristas francesas y alemanas a las que se agregaron abogadas de otros países. El resultado de estos primeros encuentros fue la Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas, fundada por Campoamor, la alemana Margaret Brendt, las francesas Marcelle Kraemer Bach y Agatha Divrande y la letrada estona Poska Gruntal.

En abril de 1928 fue admitida en la Real Sociedad Madrileña de Amigos del País, con una conferencia sobre «Las instituciones tutelares del menor delincuente en Austria y Alemania», un tema que conocía a través de sus colegas europeas y en el que tenía puntos de vista comunes con la experta española, Matilde Huici. Atenta a la vertiente internacional de esta problemática, formó parte del núcleo fundador de la sección española del Instituto Internacional de Cooperación Intelectual y de la Federación Internacional de Uniones Intelectuales, foros promovidos por la Sociedad de Naciones en los que participaron también sus compañeras Kent y Huici, la pintora María Luisa Pérez Herrero y Rosario Lacy, médico de profesión y feminista, aunque se inscribiera en una ideología más conservadora.

Este incesante activismo prefiguraba ya su salto a la política. De hecho, en 1929 había pedido la excedencia en la Escuela de Adultas, uno de sus trabajos alimenticios seguros, al haber accedido por oposición. Llegó a las Cortes españolas a los 43 años, siendo ya una abogada respetada. Dos años antes, en 1929, había fundado con Matilde Huici la Agrupación Liberal Socialista, un proyecto de corto vuelo en el que intentó aunar sus ideales liberales y sociales, aunque precisamente por eso había cierta indefinición en su programa y suscitó críticas desde el PSOE, partido al que Huici terminó afiliándose. No fue ese el trayecto que siguió Campoamor. Aunque trató de mantener la Agrupación Liberal Socialista, ya en precario, al elegir partido se vinculó a Acción Republicana (el nombre inicial del partido de Manuel Azaña), y creó en 1931 la Unión Republicana Femenina para atraer a otras mujeres al partido. Una vez proclamada la Segunda República, se ofreció a encabezar las listas de diputados en alguna provincia. Aunque las españolas no podían votar aún, sí podían ser elegidas. La concesión del sufragio, sin embargo, tendría que ser aprobada en las futuras Cortes.

Al no conseguir ir en cabeza en las listas electorales por Acción Republicana, Campoamor dejó esta formación e ingresó en el Partido Radical, en cuyas filas tenía más posibilidades de salir candidata. Dentro de ese partido que Campoamor definía como laico, liberal, democrático y centrista, aunque quizás solo estuviera proyectando en él su propio ideario, obtuvo el acta de diputada en las Cortes Constituyentes. Junto con una abrumadora mayoría de diputados varones, Campoamor coincidió en el hemiciclo con otras dos mujeres: Victoria Kent, diputada por el Partido Radical Socialista y Margarita Nelken, la tercera en obtener el acta de diputada, tras las elecciones parciales del 4 de octubre, por el PSOE.

No era la primera vez que se discutía en las Cortes la cuestión del voto femenino. Algunos diputados propusieron añadir enmiendas para incluir el derecho al voto para la mujer ya en 1877, durante un debate sobre la conveniencia de reponer la ley electoral de 1865, y en 1907, al abordar en el Senado la reforma de la ley electoral. Pero no prosperaron. Solo en 1931 se dieron las circunstancias históricas idóneas para plantear una reivindicación que reconocidas españolas defendían. Entre ellas las del Lyceum Club que pensaban que la liberación de la mujer estaba íntimamente unida a su educación y a su emancipación.

«Dejad que la mujer se manifieste como es»

La diputada Campoamor logró formar parte de la Comisión Constitucional (y de la de Trabajo y Previsión), el escenario donde se iban a dirimir los artículos de la Carta Magna relacionados con el sufragio femenino. Aunque el derecho al voto para ambos sexos figuraba ya en el borrador, en los primeros debates salieron a la luz las reticencias de algunos diputados. Clara Campoamor intervino por primera vez el 2 de septiembre de 1931 para desactivar los prejuicios de sus compañeros: «Dejad que la mujer se manifieste como es, para conocerla y para juzgarla; respetad su derecho como ser humano […]. Dejad, además, a la mujer que actúe en Derecho, que será la única forma que se eduque en él, fueran cuales fueren los tropiezos, y vacilaciones que en principio tuviere», pidió a la Cámara. Rechazaba que se retocara el artículo que iba a consagrar la igualdad entre hombres y mujeres, añadiéndole un sorprendente matiz: «Se reconoce, en principio, la igualdad de derechos de los dos sexos». ¿Por qué «en principio»? Esa cautela, inspirada en la Constitución de Weimar, no figuraba en la primera redacción y sobraba. El argumento más extendido entre los diputados reacios aludía a la escasa formación política de las mujeres y a su dependencia del confesor. Campoamor recordó que ya en Reino Unido se esgrimió esa excusa en sentido contrario, al vaticinar que ellas votarían a los laboristas. «Poneos de acuerdo, señores, antes de definir de una vez a favor de quién va a votar la mujer; pero no condicionéis su voto con la esperanza de que lo emita a favor vuestro. Ese no es el principio». Y recordó, citando a Stuart Mill, que la desgracia de la mujer «es que no ha sido juzgada por normas propias, tiene que ser siempre juzgada por normas varoniles».

Aunque tanto el PSOE como el Partido Radical de Clara Campoamor apoyaban el derecho al voto femenino, en sus filas afloraron resistencias. Indalecio Prieto fue uno de los socialistas relevantes que mostró su rechazo. El día de la votación abandonó el hemiciclo para no secundar a su partido y afirmó que conceder el sufragio femenino era «una puñalada trapera» a la República. De aquellos escarceos dialécticos nacería la aversión que Campoamor manifestaría hacia Prieto en La revolución española vista por una republicana. Pero también había disidentes en su propio grupo. Los partidos republicanos, incluido el de Azaña, eran los más reticentes, a excepción de los pequeños grupos republicanos progresistas y la Agrupación de Defensa de la República, además de la Esquerra Republicana de Cataluña, que votaron a favor. Las derechas apoyaron también el sufragio, y no por defender un inexistente feminismo en sus filas, sino por estimar que el voto femenino les sería favorable.

Una parlamentaria incisiva

Su oratoria firme y su retórica nítida arrancaron aplausos y algunos apoyos. Pero los temores de otros hacían presagiar un resultado ajustado en la votación. Así que Campoamor volvió a dirigirse a la Cámara el 30 de septiembre; un debate que continuó el 1 de octubre. El Partido Radical Socialista, partidario de aplazar temporalmente el sufragio, designó a Victoria Kent, su única diputada, para darle la réplica. De modo que fue Kent, en contradicción con su ejecutoria feminista, quien solicitó posponer el ejercicio del voto. No era «la capacidad de la mujer» la que estaba en juego, advirtió, sino «la oportunidad» de ejercer ese derecho. Campoamor se lanzó a rebatirla: «Lejos yo de censurar ni de atacar las manifestaciones de mi colega, señorita Kent, comprendo, por el contrario, la tortura de su espíritu al haberse visto hoy en el trance de negar la capacidad inicial de la mujer». Y agregó con pasión:

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