Inmaculada de la Fuente - Inspiración y talento

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¿Qué tienen en común Carmen de Burgos, Sofía Casanova, Victoria Kent, Clara Campoamor, Margarita Nelken, María Teresa León, Elena Fortún, Dora Maar, Gerda Taro, Tina Modotti, Carmen Laforet, Pilar Miró, Carmen Díez de Rivera, Montserrat Roig, Carmen Alborch y Soledad Puértolas? Todas ellas son mujeres transgresoras de su tiempo que, con su capacidad y compromiso, defendieron la posición de la mujer dentro de los círculos artísticos, intelectuales y políticos.
Inmaculada de la Fuente nos muestra, a través de las biografías de estas dieciséis mujeres, las transformaciones políticas, económicas y sociales tanto de España como de los demás países donde estas intelectuales dejaron la huella de su talento. Sus actitudes sutiles, desenfadadas y contestatarias cimentaron el camino para que otras mujeres tomaran como modelo esa osadía. Por eso, ellas representan el espíritu reivindicativo del espacio femenino en un ambiente claramente dominado por los hombres.
En este libro no solo presenciamos la vida y obra de estas mujeres, sino la importancia de sus acciones, la trascendencia de sus ideas y sus trayectorias "canónicas " y acordes a su tiempo. Sus vidas llenas de fuego y vértigo encarnan de forma indiscutible la inspiración y el talento.

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Tenía su despacho de abogada en el número 11 de la plaza de Santa Ana, donde vivía, y, cuando se aprobó la ley de divorcio, llevó dos casos de enorme repercusión social: el divorcio de Concha Espina de su marido Ramón de la Serna y Cueto, y el de Josefina Blanco, esposa del dramaturgo Ramón María del Valle-Inclán.

Los foros internacionales feministas o jurídicos dieron una nueva dimensión a su trayectoria y le hicieron comprender la importancia de las alianzas transnacionales. A comienzos de 1928 intervino en el XI Congreso Internacional de Protección de la Infancia celebrado en Madrid y poco después fue nombrada delegada del Tribunal Tutelar de Menores. En ese ámbito coincidió con sus colegas Victoria Kent y Matilde Huici, aunque esta era la verdadera especialista en Tribunales de Menores. En junio de 1930 fue ponente en el I Congreso de la sección española de la Unión Internacional de Abogados. Convencida europeísta, como Carmen de Burgos, a finales de 1929 había creado, con Isabel Oyarzábal, Carmen Baroja y otras mujeres del Lyceum Club, la Liga Femenina Española por la Paz. La iniciativa perseguía integrarse en la Women’s Internacional League for Peace and Freedom (WILPEF) y apoyar a la Sociedad de Naciones. Oyarzábal también lideraba, con María Espinosa de los Monteros, la ANME (Asociación Nacional de Mujeres Españolas) a la que Campoamor pertenecía. La conciencia en pro del desarme era muy viva en Barcelona (al igual que en Valencia) y en 1930 se creó la sección catalana de la Liga por la Paz, presidida por Montserrat Graner de Bertrán. Campoamor intervino en la Sociedad de Naciones en 1931 a través de la Liga y de la International Federation of University Women y, dos años después, en 1933, como delegada del Gobierno. Los contactos con la sección catalana eran fluidos y Campoamor fue invitada a Barcelona en 1932 para hablar de pacifismo en el Círculo Republicano de la calle Puertaferrisa (actual Portaferrissa). Su última intervención en la asamblea anual de Sociedad de Naciones fue en 1934, dentro de una delegación liderada por Salvador de Madariaga.

Empezaba a formar parte de la élite cultural y profesional femenina. Solo las infatigables María de Maeztu (en el campo educativo y académico) e Isabel Oyarzábal y María Lejárraga habían mostrado un interés tan vivo por formar parte de organizaciones feministas transversales. Campoamor parecía seguir sus pasos, sumando, además, su presencia en los foros jurídicos donde confluía con Victoria Kent. Pero rechazó colaborar con la dictadura de Miguel Primo de Rivera, que, de forma selectiva, quería incorporar a mujeres de prestigio a determinadas organizaciones. No aceptó la propuesta del Ministerio de Trabajo de estar presente en los comités paritarios de trabajadores-empresarios —una forma de maquillar la realidad con una representación femenina escogida—, aunque otras colegas sí se integraran. Su negativa causó malestar en el Gobierno y la llevó a pedir una excedencia de su puesto de mecanógrafa en el Ministerio de Instrucción Pública. Como consecuencia, Primo de Rivera no la incluyó en 1927 en la Asamblea Nacional Consultiva, donde había trece puestos reservados a mujeres de prestigio, entre ellas María de Maeztu. Hay que tener en cuenta que en 1926 Campoamor había rechazado estar en la Junta Directiva del Ateneo madrileño cuando Primo de Rivera decidió intervenir en la institución y nombrar él mismo una Junta Directiva en la que habría un puesto para ella. Aunque el 13 de marzo de 1930 sí iba a entrar como secretaria tercera en la junta ateneísta por votación democrática, lo que la convertiría en la primera mujer que tuvo un cargo directivo en el Ateneo. Era ya miembro de Acción Republicana desde 1929 y llegó a formar parte del Consejo Nacional, aunque, en El voto femenino y yo, puntualizó que en aquel entonces, más que militar en el partido como tal, consideraba que se sentía parte de un grupo.

María Cambrils y las redes feministas

Antes de dedicarse a la política activa, mantuvo amistad con algunas mujeres del PSOE como la valenciana María Cambrils, a la que le prologó el libro Feminismo socialista, publicado en 1925. Cambrils dedicó el libro al fundador de su partido, Pablo Iglesias Posse, su «venerable maestro» y sufragó ella misma la edición, indicando que lo recaudado por la venta del libro se destinaría a un fondo para comprar una imprenta para El Socialista. En la introducción del libro se leía:

Todo hombre que adquiera y lea este libro deberá facilitar su lectura a las mujeres de su familia y de sus amistades, pues con ello contribuirá a la difusión de los principios que conviene conozca la mujer en bien de las libertades ciudadanas.

Campoamor definía a Cambrils en el prólogo como una militante que «cree en la mujer porque cree en sí misma». La feminista socialista, por su parte, escribió que Campoamor era una abogada «de extraordinarias condiciones oratorias y periodista de nervio», refiriéndose a sus columnas en «El Día y otros diarios españoles».

La amistad con María Cambrils no era un hecho aislado. Campoamor se había interesado tiempo atrás por la Escuela Nueva, proyecto pedagógico radicado en la Casa del Pueblo de Madrid que pretendía dotar de una formación cultural básica a los trabajadores y difundir el socialismo. Asistió a sus actividades, dio conferencias en agrupaciones y colaboró también en El Socialista. Y en 1927 participó con feministas socialistas en un mitin contra el artículo 438 del Código Penal. Denunciado ya por Carmen de Burgos, el rechazo a este vestigio calderoniano unía a la mayoría de las mujeres. Campoamor lo tenía claro: «Hay que dar otro recurso que la pistola al marido burlado para deshacerse de su mujer: hay que darle el divorcio», declaró. La Segunda República abolió dicho artículo, aunque había desaparecido ya de hecho del Código Penal de la dictadura de Primo de Rivera. Pero estos nexos feministas y culturales con determinados socialistas no se extendieron a sus dirigentes y, a la hora de entrar en política, sus pasos se dirigieron a Acción Republicana.

Uno de sus frentes internacionales giraba en torno a la Federación Internacional de Mujeres Universitarias fundada en Londres en 1919 por Virginia Gildersleeve, Caroline Spurgeon y Rose Sidgwick. Influidas por las devastadoras consecuencias de la Primera Guerra Mundial, decidieron potenciar la educación de la mujer en todos los ámbitos y crear redes internacionales de universitarias. Un caldo de cultivo idóneo para fomentar las ideas feministas. En España, María de Maeztu impulsó en 1920 Juventud Universitaria Femenina, que Clara Campoamor presidió desde 1929, dándole un carácter más reivindicativo. Pero como para homologarse con la Federación Internacional se requería que sus miembros fueran no estudiantes, sino mujeres con la carrera terminada, en 1921 pasó a llamarse Federación Española de Mujeres Universitarias. Aunque sin perder su nombre original; de hecho, en España coexistieron ambas siglas. En 1928 la Federación Internacional de Mujeres Universitarias celebró su Congreso en Barcelona, Madrid y Sevilla, teniendo a Campoamor como anfitriona.

En la entrevista realizada por Josefina Carabias para Estampa en 1931, confesó su fe republicana al comentar que en su casa no eran los Reyes los que traían los juguetes en enero, sino una señora a la que su padre llamaba «la República», una lejana, etérea y desconocida dama que había desaparecido del horizonte paterno en 1874 y que empezó a tomar cuerpo en el imaginario político de su hija al final de la segunda década del siglo XX. Campoamor, al igual que su hermano Ignacio, compartía el ideario de los políticos conjurados en San Sebastián: sustituir la debilitada monarquía de Alfonso XIII, que había perdido peso al apoyar la dictadura de Primo de Rivera, por su soñada República. Tras la sublevación de Jaca y la detención del comité revolucionario que apoyaba el Pacto de San Sebastián, Campoamor, al igual que Victoria Kent —abogada de Álvaro de Albornoz— colaboró en la defensa de dos dirigentes guipuzcoanos condenados a muerte, Manuel Andrés Casaus y José Bago, además de su propio hermano, Ignacio Campoamor. A este, redactor de La Prensa y secretario de la Unión Republicana de San Sebastián, le pedían de doce a veinte años de prisión. El 6 de abril de 1930, en el marco de su defensa, Clara Campoamor participó en San Sebastián en un mitin con Miguel de Unamuno a favor de la amnistía. Ocho días después llegaría la República y serían liberados. Su hermano fue nombrado poco después gobernador de Cuenca hasta 1933 y acabaría también en el exilio.

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