Índice de contenido
Enero de 1646
Siete Lagos, septiembre de 1660
Siete Lagos, febrero de 1718
Siete Lagos, julio de 1805
Parte ILA LLAMADA
El águila
El león
El toro
El hombre
La pantera
Babilonia
Siete estrellas
Parte IISIETE LAGOS
El pueblo
El bosque
La escuela
El psiquiátrico
La iglesia
Parte IIIEL LIBRO DE LOS SELLOS
La ramera
Los cuatro jinetes
El libro arcano
Los segadores
Abbadón
Parte IVLA MUCHEDUMBRE DE LOS MARCADOS
Ciento cuarenta y cuatro mil almas
La Secta del Silencio
La casa al borde del averno
El octavo sello
Epílogo
PROYECTO S7VEN 144
Agradecimientos
Compañeres
1° edición: Mayo de 2021
© 2021 Julieta P. Carrizo
© 2021 Ediciones Fey SAS
www.edicionesfey.com
Ilustraciones: Carlos Orsi
Diseño y maquetación: Ramiro Reyna
Carrizo, Julieta P.
La llamada de Siete Lagos / Julieta P. Carrizo ; editado por Ignacio Javier Pedraza ; ilustrado por Marcelo Orsi. - 1a ed. - Córdoba : Fey, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-47874-3-9
1. Narrativa Argentina. 2. Novelas de Ciencia Ficción. 3. Novelas de Terror. I. Pedraza, Ignacio Javier, ed. II. Orsi, Marcelo, ilus. III. Título.
CDD A863
A mi padre, que me enseñó el insondable y misterioso mundo de la mente humana, y que los horrores más grandes se encuentran adentro de nosotros mismos.
Los rayos dorados del sol se escabullían a través de los árboles, bañaban sus hojas rojizas con pequeños haces de luz que bailaban allí donde había claros. El hombre observó absorto la belleza infinita de aquellos colores, se extasió con el aroma de los abetos y las coníferas, y se dejó encantar por el sonido de los pájaros.
No muy lejos se oía el murmullo de un pequeño río que desembocaba en el gran lago. El espejo azul se extendía varios kilómetros, luego se dividía en algunos lugares, donde formaba lagos menores. Siete en total.
«Un buen nombre si logramos asentarnos aquí —pensó Olek, mirando al cielo—: el pueblo de los Siete Lagos». Sonrió. El caballo que montaba bufó algo inquieto y dio unos pasos hacia delante.
—Tranquilo Iván —musitó el indígena acariciando la cabeza del alazán. A su lado, su compañero también se había quedado inmóvil mientras observaba el paisaje.
—Es un lugar hermoso —replicó el otro con voz ronca—. La tribu podrá renacer aquí, alejados de nuestros enemigos, con recursos suficientes para vivir y crecer de nuevo.
—Olek —llamó alguien detrás de ellos.
Ambos se voltearon para encontrarse con un hombre entrado en años, con ropas más suntuosas que las simples telas que ellos llevaban. Una túnica de exquisito género aterciopelado con hilos de oro entrelazados le ceñía el cuerpo, una capa de piel caía majestuosa por su espalda y un cinto de cuentas doradas le rodeaba la cintura. Cubría su cabeza con un turbante de paño oriental. En su mano derecha sostenía un largo bastón de madera con joyas incrustadas.
—Dmytro —saludó Olek. Se apeó del caballo y se acercó a su jefe.
—¿Ya investigaron los alrededores? —El jefe clavó los profundos ojos negros en el muchacho. Este se sintió intimidado ante la mirada penetrante y profunda del Gran Brujo, sin embargo, consiguió mantener la cabeza en alto para responder.
—Está todo limpio, Gran Jefe. —Indicó con un movimiento, lanzó una mirada de soslayo a su compañero, que se había bajado de la montura y se mantenía inmóvil—. Creemos que otras tribus han pasado por aquí hace algún tiempo. Pero el lugar se encuentra desierto, podremos asentarnos sin ningún problema.
Detrás de Dmytro estaba su asesor, un hombre alto y corpulento, demasiado grande para ser humano, con el rostro angular, rígido y deformado. Sin embargo, no era su semblante lo que asustaba, sino la amenazante mirada feroz de sus ojos negros. Nadie se atrevía a cruzar palabra con el Gran Guerrero, únicamente Dmytro tenía relación con él.
—Yegor —llamó el brujo con un movimiento apenas perceptible de la mano. El gigante se acercó a ellos y Olek tuvo ganas de escapar—. Este es el lugar.
—No cabe la menor duda —respondió Yegor con voz gutural—. Los dioses lo han dispuesto, nosotros lo hemos encontrado.
—Será aquí donde renazca nuestra tribu. —Dmytro volvió a mirar a Olek—. Toma tu caballo, ve hacia donde se encuentran los demás, junten todo y guíalos hasta nosotros. Una nueva era comienza. —Sonrió.
Los rayos de sol, que hacía minutos se escurrían entre los árboles, desaparecieron. Las nubes se aprestaron a cubrir el cielo y algunos truenos resonaron a lo lejos. Olek se subió a su caballo. Junto a su compañero, comenzaron a cabalgar en dirección al campamento. El bosque le pareció lúgubre y oscuro, como si la belleza de unos momentos antes se hubiera desvanecido. Ya no estaba seguro de querer asentar su hogar allí, pero si el Gran Brujo lo ordenaba no podía hacer otra cosa, pues era él quien tenía el don de ver el futuro y predecir las cosas venideras.
Siete Lagos, septiembre de 1660
—No puedo hacer lo que me pides —dijo la mujer con desesperación. Olek le tomó las manos con fuerza y la obligó a mirarlo.
—Uliana, por favor. —Presionó sus dedos para que ella no intentara zafarse—. No podemos seguir en este lugar, esto es obra de Chornobog.
—No digas esas cosas —replicó ella en un vano intento por contener un sollozo—. Hemos construido un hogar aquí, hemos prosperado, esta es nuestra tierra ahora.
—¡La gente está muriendo! La peste va a terminar matándonos a todos Uliana, nadie se va a salvar, el pueblo no nos dejará salir.
—Olek, por favor. —Intentó restar importancia a sus palabras—. Exageras, es solo una enfermedad, pronto vamos a controlarla.
—El hospital se encuentra atestado, nuestros hermanos entran. Ninguno sale. —Miró fijamente a su esposa—. Por favor.
—Dmytro dice que todo pasará pronto…
—Dmytro es el que ha traído la desgracia sobre nuestra gente. —Soltó por fin las manos de su mujer—. ¿No te das cuenta de lo que sucede aquí, Uliana? ¿Acaso me vas a decir que no sabes lo que pasa por las noches en el Círculo del Poder? ¿Has visto lo que ha sucedido con los árboles y los animales? La contaminación del lago, del aire, de las plantaciones.
—No digas esas cosas, Olek —suplicó ella en voz baja—. Si alguien nos escucha…
—Todos tienen el mismo miedo que nosotros, pero nadie se anima a decirlo. No me voy a quedar aquí para ver cómo mueren nuestros hijos. Esta noche nos marchamos —dijo Olek tajante.
Uliana miró a su marido asustada, luego se acercó a la ventana y observó la aldea. Las calles estaban vacías, las casas cerradas, el mercado abandonado. Aquel pueblo, que parecía próspero y prometedor, ahora se desmoronaba a causa de la peste. Una densa bruma oscura comenzó a reptar por los caminos; Uliana apartó la vista. Tal vez su marido tuviera razón y Chornobog acechaba entre ellos; si así era, no podía permitir que sus hijos fueran alcanzados por él.
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