La predicción no siempre se cumple, y Mandela pudo continuar un viaje que, sin embargo, prosiguió accidentado. Por la mañana, después de una noche de conducción casi eterna, se quedó sin combustible. Con un bidón vacío en la mano, Mandela se acercó hasta una explotación agrícola donde una mujer mayor, y blanca, directamente le dijo que para él no tenía gasolina. En realidad, la mujer podía haber dicho que no tenía gasolina ni para él, ni para nadie que fuera como él. Pero resumió el mensaje. Para él no había nada que vender ni que prestar ni que regalar. Siguió caminando, lo que le permitió razonar un cambio de estrategia. La situación no daba para orgullos estériles, sino para una humildad práctica, aunque fuera falsa. Por eso, en la siguiente granja, Mandela se dirigió al granjero con el término baas , que significaba amo o patrón. Odió la palabra y lo que ella denotaba y connotaba, pero obtuvo el combustible.
La secuencia que siguió fue sencilla. Llegó a Thaba ‘Nchu. Moroka firmó el documento. Mandela volvió a Johannesburgo.
Lo que vino después, no lo fue tanto. El CNA advirtió al Gobierno de que debía derogar las seis leyes antes del 29 de febrero de 1952. Si no lo hacía, se sentían legitimados para emprender acciones fuera del marco legal para conseguirlo. Malan respondió con un lenguaje que no auguraba nada bueno. El Gobierno tenía, en su opinión, la autoridad suficiente para tomar cualquier medida que considerara oportuna frente a aquella postura. Cualquiera era cualquiera.
Mandela, en su autobiografía, calificó este momento como una declaración de guerra. En cualquier caso, aquello sirvió para preparar la desobediencia civil como forma de lucha contra la injusticia. Después de varias manifestaciones por las principales ciudades del país, el CNA y el Congreso Indio de Sudáfrica (CISA) anunciaron el 31 de mayo que la Campaña del desafío comenzaría el 26 de junio de 1952, cuando se cumplía el segundo aniversario del Día nacional de protesta. Mandela fue el responsable en su organización, de reclutar voluntarios y de recaudar fondos. La campaña se preveía difícil. El objetivo era la resistencia pacífica a la acción del Gobierno, lo que podía suponer el arresto y encarcelamiento de los voluntarios. «Uno de los objetivos de la Campaña de desobediencia civil de 1952 fue... imbuir cierto espíritu de resistencia ante la opresión; no tener miedo al hombre blanco, al policía, a su cárcel, sus juzgados..., y aquella vez 8.500 personas fueron a la cárcel deliberadamente porque rompieron leyes cuya intención era humillarnos y mantenernos aislados, reservar determinados privilegios a los blancos. Rompimos aquellas leyes y nos expusimos al encarcelamiento, y como resultado de campañas de esa naturaleza conseguimos que nuestro pueblo ya no temiera la represión, que estuviera preparado para desafiarla Y si un hombre puede enfrentarse a la ley e ir a la cárcel y salir de ella, no es probable que ese individuo se deje intimidar por la vida carcelaria» 12.
Uno de los actos simbólicos de aquella campaña fue la quema del carné que habilitaba la circulación de los ciudadanos negros, el conocido pass . Mandela fue el primero en hacer arder aquel documento, antes de lo cual «escogió el momento y el lugar que podían causar el máximo impacto en los medios. Las fotografías de la época le muestran sonriendo para las cámaras mientras infringía aquella ley fundamental del apartheid . En el plazo de unos días, miles de personas negras siguieron su ejemplo» 13.
La campaña contemplaba dos niveles de acción. En la primera, grupos reducidos de voluntarios irrumpirían en espacios exclusivos para blancos. Trenes. Bancos. Playas. En este caso, incluso se preveía avisar a las autoridades del tipo de acción que se pretendía desarrollar para que las detenciones y acciones policiales fueran lo menos violentas posible. La segunda, sin acuse de recibo, pretendía movilizaciones masivas y paros organizados por todo el país. Cuatro días antes de la Campaña tuvo lugar el Día de los voluntarios, en el que Mandela ofreció un mitin a cerca de 10.000 personas. Todo estaba a punto.
La primera acción fue en Port Elizabeth. Un grupo de 32 voluntarios entró en la estación de tren por la puerta de los ciudadanos blancos. Fueron detenidos; los primeros de un total de 250 voluntarios que se habían saltado de forma pacífica las normas del apartheid . Entre ellos estaba Mandela, que fue abordado por la policía cuando regresaba a casa después de un duro día de trabajo. Eran ya más de las once de la noche, por lo que estaba vigente el toque de queda, y un ciudadano negro no podía circular por la calle sin un permiso extraordinario. Entre sus planes no estaba ser detenido tan pronto, pero no hubo excusas. Era uno de tantos que durmió en Marshall Square, una cárcel sórdida y oscura en la que, a pesar de todo, los huelguistas entonaron a todo pulmón el Nkosi Sikelel’ iAfrika (Dios bendiga a África), el himno del pueblo negro sudafricano que, con el tiempo, formaría parte del nuevo himno de la nación. La preocupación de Mandela en aquella noche de canciones y reivindicación fue quién llevaría adelante la campaña si él iba a estar mucho tiempo encerrado. Al final, fueron solo tres días.
Antes de esa breve detención ya había pasado por la cárcel. Bueno, hablar de cárcel sería mucho. Pasó apenas un día en el calabozo no por participar en la Campaña de desobediencia civil, sino por pasar a un baño para blancos. ¿Se equivocó al leer el letrero que determinaba quién podía orinar o no en ese lugar o convirtió aquello en un gesto simbólico de lucha contra todo un sistema? En una conversación con Richard Stengel, y entre risas, reconocería que fue por un error. Aunque esa sonrisa escondía, quizás, otra intencionalidad 14.
Durante la campaña, al final fueron detenidas 8.500 personas. Entre los que estaban dentro y, sobre todo, entre los que no habían sido arrestados, se hizo viral un llamamiento dirigido al Primer Ministro: «Malan, abre las puertas de la cárcel. Queremos entrar». La estancia en prisión solía ser breve, apenas unos días que terminaban tras la asunción del pago de una pequeña multa, pero la repercusión del hecho fue mayúscula durante los seis meses que duró el desafío. El impacto tuvo un efecto directo e inmediato en el CNA, que multiplicó por cinco sus afiliados, pasando de 20.000 a 100.000 miembros. «Cometimos muchos errores, pero la Campaña de desafío abrió un nuevo capítulo en la lucha. Las seis leyes que habíamos cuestionado no fueron derogadas, pero no nos habíamos hecho ilusiones al respecto. Las habíamos elegido porque eran la manifestación más inmediata y visible de la opresión, y el mejor mecanismo para incorporar a la lucha al mayor número posible de personas» 15, cosa que lograron con la primera embestida.
El 30 de julio de 1952, Nelson Mandela estaba trabajando en un despacho de abogados cuando llegó la policía con una orden de detención. Se le acusaba de violar la ilegalización del Partido Comunista. El requerimiento, replicado con otros líderes del partido en Johannesburgo, Kimberley y Port Elizabeth, era una nueva forma de actuar del Gobierno de Daniel Malan. La Policía se había hecho con documentación en diversas redadas en sedes del CNA y en casas de sus afiliados, lo que permitió la detención de militantes del partido, de la Liga Juvenil, del CISA y del Congreso Indio del Transvaal (CIT). James Sebe Moroka, presidente del CNA, Walter Sisulu o el propio Mandela se sentaron en el banquillo en un juicio que se desarrolló en septiembre de ese año en Johannesburgo. Eran, en total, 21 acusados. Si salían condenados, las autoridades descabezarían a los principales actores de la inestabilidad en la que se veía inmersa Sudáfrica desde el inicio de la Campaña de desobediencia. Si eso hubiera ocurrido, se habrían cumplido los planes del Gobierno, pero también los de los acusados, ya que estos habían planificado ser condenados en grupo. Sin embargo, Moroka se desmarcó y actuó por cuenta propia. Eligió un abogado diferente y en pleno proceso renegó de la causa anti-apartheid , expresó su convencimiento de que los negros nunca podrían tener los mismos derechos que los blancos y señaló a algunos de sus compañeros de banquillo como seguidores del Partido Comunista. Una traición en toda regla que quebró el ánimo del resto de los antiguos compañeros de brega. El juicio, que social y mediáticamente tuvo gran impacto entre la ciudadanía, se saldó con una condena de nueve meses de cárcel y trabajos forzados por «comunismo estatutario». La sentencia quedó en suspenso durante dos años. El juez tuvo en consideración que, a pesar del efecto de las movilizaciones, decidieron intencionadamente no utilizar la violencia.
Читать дальше