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Créditos © SAN PABLO 2018 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723 secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es © Javier Fariñas Martín 2018 Distribución : SAN PABLO. División Comercial Resina, 1. 28021 Madrid Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050 E-mail: ventas@sanpablo.es ISBN: 9788428561518 Depósito legal: M. 14.464-2018 Impresión y encuadernación: Rodona. Industria gráfica. S. L. Printed in Spain. Impreso en España Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).
El país de los mil mandelas
Introducción
I. Nosekeni Fanny (1918-1941)
II. Lazar Sidelsky (1941-1948)
III. Daniel Malan (1948-1952)
IV. Oliver Tambo (1952-1957)
V. Albert Luthuli (1958-1961)
VI. Petrus Molefe (1961-1962)
VII. Cecil Williams (1962-1964)
VIII. Winnie Mandela (1964-1968)
IX. Thembi Mandela (1968-1975)
X. Hector Pieterson (1975-1981)
XI. Kobie Coetsee (1981-1986)
XII. Walter Sisulu (1986-1990)
XIII. Frederick de Klerck (1990)
XIV. Mangosuthu Buthelezi (1990-1994)
XV. Nelson Mandela (1994-2013)
El legado y la herencia
Anexos
Agradecimientos
Notas
© SAN PABLO 2018 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)
Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723
secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es
© Javier Fariñas Martín 2018
Distribución : SAN PABLO. División Comercial
Resina, 1. 28021 Madrid
Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050
E-mail: ventas@sanpablo.es
ISBN: 9788428561518
Depósito legal: M. 14.464-2018
Impresión y encuadernación: Rodona. Industria gráfica. S. L.
Printed in Spain. Impreso en España
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).
A David, porque optó por plantarle cara a Goliat.
Nkosi Siklel’ iAfrika .
(Dios bendiga a África)
«Lo que importa en la vida
no es el mero hecho de haber vivido.
Es el cambio que hemos provocado en la vida de otros
lo que determina el significado de nuestra vida».
NELSON MANDELA (18 de mayo de 2002,
en el 90 cumpleaños de Walter Sisulu)
El país de los mil mandelas
Tap, tap, tap
En su diminuta celda de Robben Island, Nelson Mandela corría cada mañana durante una hora sin moverse del sitio. La rutina del deporte matutino la adquirió en su afición juvenil al boxeo y la adaptó luego a las estrecheces de la cárcel. Aquel tap, tap, tap de sus pies rebotando en el cemento despertaba a sus colegas presidiarios, que acabaron hasta el gorro de la vida sana de Madiba. La anécdota me la explicó Ahmed Kathrada, su amigo del alma y compañero de prisión desde el primer día. Llegaron juntos a la isla. En los seis años que viví en Sudáfrica, tuve el privilegio de entrevistar a muchas de las personas del círculo próximo a Mandela. Desde su familia, hasta compañeros de lucha, sus abogados y carceleros o a sus amigos más cercanos. Entre todos ellos, Mandela tenía una predilección especial por Kathrada, a quien consideraba su hermano mayor. El cariño era mutuo. Kathrada, quien murió en marzo del 2017, decía que echaba de menos aquel tap, tap, tap madrugador de su amigo.
Sudáfrica fue un milagro. Un milagro imperfecto y quizás exasperantemente lento, pero un milagro al fin y al cabo. Nelson Mandela fue el arquitecto principal de aquel milagro. A principios de los años noventa, lo normal habría sido que el país hubiera reventado en mil pedazos. El régimen racista del apartheid había convertido a la nación africana en un agujero de privilegios para unos pocos y en un atentado a los derechos humanos. Los muertos, las desapariciones, las humillaciones y la injusticia sostenida habían engendrado un odio candente en millones de sudafricanos negros. Cuando después de 27 años en prisión Mandela salió de la cárcel, muchos sudafricanos no solo querían justicia; querían venganza. Para el líder anti-apartheid habría sido fácil lanzar a los suyos contra la minoría blanca a pesar del coste evidente: Sudáfrica habría quedado arrasada. Prefirió tender la mano.
En el barrio de Melville, donde residí en Johannesburgo, solía desayunar en una cafetería de la 7th Street de sillas bajas y paredes de ladrillo visto. Adornaban la pared tres cuadros pintados a mano. En uno aparecía el rostro del músico Bob Marley, el segundo representaba la imagen del futbolista Diego Armando Maradona y en el tercero estaba dibujado el retrato de Mandela. Aquella pared rota era una confirmación. Sudáfrica había abrazado la conversión de Madiba de héroe anti-apartheid a icono pop. Y no solo Sudáfrica. El mundo también ha aceptado el trato. Madiba se ha convertido en leyenda. En una suerte de líder mitológico perfecto que condensa las bondades del ser humano.
En este libro, Javier se viste de historiador para acercarnos al Nelson Mandela de carne y hueso. Al hombre Madiba. En un trabajo tan minucioso como necesario, el texto se aleja del aura angelical del personaje para narrar sus imperfecciones, contradicciones y temores. Porque solo así se puede entender cómo Mandela llegó a ser Mandela. Y, sobre todo, cómo reunió el valor de estar a la altura de la historia que le tocó vivir.
Este libro también es un reconocimiento a un pueblo que luchó. Sin una Sudáfrica rebelde, orgullosa y que se rebeló en masa contra la injusticia, Mandela no habría sido imprescindible. No habría podido. Desde su niñez hasta sus años de presidencia, Madiba estuvo acompañado por personas que le hicieron evolucionar hasta ser quien fue. Recibió pronto las primeras lecciones prácticas de democracia cuando era un crío en Mqhekezweni o de liderazgo y rebeldía escuchando a Meligqili a orillas del Mbashe. «Nosotros los xhosas, y todos los sudafricanos negros, somos un pueblo conquistado. Somos esclavos en nuestro propio país», le dijo Meligqili a aquel joven Madiba. Y aquellas palabras se grabaron a fuego en su consciencia. Luego llegaron Oliver Tambo, Albertina y Walter Sisulu, Helen Suzman, Ahmed Kathrada y muchos otros. O un pueblo dispuesto a verter su sangre para derrocar a un régimen racista. No fue Mandela. Fueron mil mandelas.
De Madiba se aplaude la fidelidad a sus valores y la firmeza de sus ideales. Y que jamás bajó la cabeza. Pero Kathrada insistía en que eso no hizo de Mandela un líder extraordinario. Cualquier hombre íntegro –decía Kathradadefiende sus principios hasta el final. Madiba hizo más. El héroe sudafricano siempre intentó comprender. Mientras estuvo encarcelado –salió con 71 años y le dio tiempo a ser el primer presidente negro de Sudáfrica, ganar el Nobel de la Paz y casarse enamorado– estudió la historia y cultura del pueblo afrikáner, la del enemigo, y aprendió su lengua. Charló durante horas con sus carceleros blancos. Buscó entender el odio, el desprecio y el miedo. Al principio, Kathrada y los otros compañeros anti-apartheid encarcelados no entendían por qué Madiba se acercaba al opresor. Luego comprendieron: «Al salir libre, estaba listo para liderar a todo un pueblo, no solo el suyo». Cuando venció y pudo humillar, Madiba eligió el respeto. En su primera rueda de prensa libre, el periodista John Carlin le preguntó a Mandela cuál era su mayor reto. «Reconciliar las aspiraciones de los negros con los temores de los blancos», contestó.
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