Javier Fariñas Martín - Nelson Mandela

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Amplio recorrido biográfico de Nelson Mandela, uno de los hombres más importantes de nuestro tiempo. Este libro es un reconocimiento a un pueblo que luchó. Sin una Sudáfrica rebelde, orgullosa y que se rebeló en masa contra la injusticia, Mandela no habría sido imprescindible. Desde su niñez hasta sus años de presidencia, Madiba, como se le denomina cariñosamente en su país, estuvo acompañado por personas que le hicieron evolucionar hasta ser quien fue. La obra tiene como anexos el Manifiesto del Congreso del Pueblo carta de la Libertad y la Autodefensa de Nelson Mandela ante la Corte Suprema en el juicio de Rivonia, en el que fue condenado a cadena perpetua. El libro tiene, además, un índice onomástico.

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Los negros, frente a esa elección divina, eran ciudadanos de segunda clase.

Aquella noche, y a pesar de la advertencia de Tambo, no había tiempo para la reflexión. Advirtieron, con el paso del tiempo, que la propuesta del Partido Nacional no hacía nada más que institucionalizar la división racial que ya sufrían millones de sudafricanos casi desde el origen de los tiempos. Así lo reconocería el propio Mandela con los años: «La declaración formal de los principios políticos que alentaban el partido de Malan era conocida como apartheid . Era una palabra nueva, pero resumía una idea ya vieja. Significaba literalmente “segregación”, y representaba la codificación en un sistema opresivo de todas las leyes y normas que habían mantenido a los africanos en una posición de inferioridad respecto a los blancos durante siglos. Lo que hasta entonces había sido una realidad más o menos de facto iba a convertirse de manera inexorable en una realidad de iure. La segregación había sido a menudo implantada sin orden ni concierto a lo largo de los anteriores 300 años. Ahora, iba a consolidarse en un sistema monolítico que era diabólico en sus detalles, implacable en sus propósitos y despiadado en su poder. El apartheid partía de una premisa, que los blancos eran superiores a los africanos, los indios y los mestizos. El objetivo del nuevo sistema era implantar de modo definitivo y para siempre la supremacía blanca» 2.

En una derivada menos relevante, lo inglés quedaba relegado a un plano secundario. El afrikáans, hablado por la minoría, pasaba a ser lengua oficial. El resto, quedaba a rebufo del imperio de la ley, de su ley, que pretendía ante todo el mantenimiento de un estatus económico y político que no entendía ni de justicia ni de igualdad.

Los blancos, que conservaban las tierras, negaban cualquier derecho a la población negra. Los no blancos debían desarrollarse en bantustanes o reservas tribales. El Partido Nacional promulgó en los años siguientes, para amachambrar su supremacía, un conjunto de leyes que dio forma al apartheid . A pesar de que 1948 marcó la ruptura definitiva entre los privilegios de los blancos y el sometimiento de los negros, la historia de segregación había arrancado mucho antes. En 1913 el Gobierno sudafricano había aprobado la Ley de tierras de nativos, por la que la minoría blanca acaparaba el 87% del territorio del país. La herida por esa injusticia aún sangraba cuando el Partido Nacional llegó al poder y apretó más las condiciones que debían cumplir los negros para ser poseedores de tierras. Los pocos resquicios legales que manejaban para ser propietarios de un suelo sobre el que levantar su casa se vieron reducidos considerablemente.

Otras leyes previas a la llegada de Daniel Malan al poder, aprobadas entre 1923 y 1927, ya habían organizado los suburbios de los negros que nutrían de mano de obra el tejido industrial sudafricano; ya habían establecido qué trabajos podían ocupar los negros y habían limitado el peso de los jefes tradicionales africanos frente a la Corona británica. El cerco ya era oprimente antes de la llegada del Partido Nacional. Con ellos en el poder, la opresión se convirtió en asfixia.

Daniel Malan comenzó con fuerza su mandato. Habida cuenta del impulso que habían adquirido los sindicatos, especialmente los mineros, expresó su deseo de controlar o reprimir el movimiento de los trabajadores y retiró el derecho de representación de los mestizos en el Parlamento. Uno de los principales artífices del apartheid , Hendrick Verwoerd, ministro de Asuntos Nativos, recordó de forma categórica que «no hay sitio para el bantú en la comunidad europea por encima del nivel de ciertas formas de mano de obra... ¿Qué sentido tiene enseñar matemáticas a un niño bantú, cuando no va a poder aplicarlas?» 3.

Al año siguiente de su elección, el Gobierno de Malan prohibió los matrimonios mixtos, aprobó la Ley contra la inmoralidad, que ilegalizaba las relaciones sexuales entre blancos y miembros de otras razas; así como la Ley del censo y población, que convertía el color de la piel en fundamental para establecer el tipo de ciudadanía de los sudafricanos. Este cuerpo legal, intrínsecamente injusto, obligaba a la Oficina del Censo a guardar fichas de todo el mundo de acuerdo al color de su piel. Por esta legislación se segregaba a los individuos por su raza o por sus rasgos. Un tono de piel más claro o más oscuro podía provocar la división de una familia. El pelo más o menos rizado podía causar el mismo efecto. No había lugar para la discrepancia o el recurso. La ciudadanía se establecía de una simple paleta de color.

Sudáfrica se había convertido en un país de blancos y de negros. El Gobierno de Pretoria había dividido el país por zonas y esta clasificación racial podía tener consecuencias directas e inminentes, como la posibilidad de que el Gobierno obligara al traslado de residencia para evitar los cambios forzosos, o a portar los famosos pases para acceder a determinados lugares. Por eso, y para evitar el estigma de ser negro, indio o mestizo, miles de sudafricanos intentaban cambiar cada año de raza. Intentaban pasar de negros a mestizos o blancos. De mestizos a indios o blancos. Se intentaba, en definitiva, subir en el ranquin establecido por el Gobierno de Pretoria. Algunos de estos casos, por terriblemente ridículos, alcanzaron el estatus de noticia en los periódicos de la época. Uno de ellos, que recuperó Vicente Romero en su libro África en lucha , fue el protagonizado por la hija de Hutchison Maholwana: «El cumplimiento de una ley absurda y cruel produce situaciones absurdas y crueles. Como ejemplo de ellas se puede recordar el caso protagonizado por el mestizo Hutchison Maholwana, que tiempo atrás conmovió a los lectores de todo el mundo cuando contrató a su propia hija como sirvienta doméstica para que pudiera continuar viviendo con él, y que había sido considerada oficialmente como negra» 4.

Por interés o necesidad, los blancos podían «descender» de categoría. Para que tal cosa ocurriera solo era necesario que testimoniaran que tenían ascendientes negros o de origen asiático. La palabra, para los blancos, era el único requisito. Los mestizos tenían más complicado adquirir la categoría de ciudadanos blancos, ya que además de la documentación requerida, era necesaria la declaración de testigos. Los negros prácticamente tenían vetado el cambio «oficial» de color de piel.

La Ley del censo se complementaba con la de áreas para grupos, que dividía las ciudades por grupos y que en palabras del propio Daniel Malan se convirtió en el espíritu del apartheid . La Ley de áreas para grupos trajo consigo los odiados pass (pases), que los negros debían portar los días pares y los impares, de lunes a domingo. Eran su salvoconducto para ir a trabajar, para desplazarse, para moverse por su propio país. Sin ellos, la vida podía ser una tragedia, literalmente.

Esta ley determinaba los lugares donde podían vivir unos y otros. Negros con negros. Indios con indios. Mestizos con mestizos. Y blancos, con blancos y donde quisieran los blancos. Además del desigual e injusto reparto territorial trazado más de tres décadas atrás, la minoría blanca tenía la posibilidad de determinar qué parcela le apetecía ocupar en un determinado momento. Como si de un niño caprichoso se tratara, si una comunidad blanca se sentía tentada a expandirse por una zona previamente ocupada por alguna minoría o por la mayoría negra, no tenía más que sugerirlo. Si no quería negros, indios o mestizos cerca de sus viviendas, no tenían nada más que indicarlo. Si quería tal o no quería cual, no había nada más que pedirlo. Sin nada de evangélico ni de justo, era la versión afrikáner del «pedid y se os dará». Esta política de hechos casi consumados, inició un proceso de reasentamientos que se extendió durante muchos años y provocó la movilización de millones de sudafricanos. Uno de los primeros intentos de reasentamiento fue el de Sophiatown, una de las barriadas más ilustres y esperanzadas, dentro de sus miserias particulares, de Johannesburgo.

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