Tomás Moscardó - 3MGH Mireia desaparecida

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Frenética. Solo 48 horas para solucionar un caso tan extraño…
Mireia, una adolescente que se encuentra de viaje de estudios en Mallorca, desaparece sin dejar rastro.
La sargento de la Guardia Civil Antonia Borrás será la elegida para revolver el caso que a priori parece una desaparición por motivos sexuales.
Cuando Antonia toma las riendas del caso se enfrentará a un oscuro mundo de hackers en la internet profunda, millones de dólares en Bitcoin, asesinos a sueldo y cárteles de la droga envueltos en un caso donde no hay forma de unir las piezas del puzle.
Nadie es totalmente inocente, nada es lo que parece y la sargento aprenderá que si quiere resolver el caso deberá basar su lógica en el principio de la navaja Ockham.
Frenética. Solo 48 horas para solucionar un caso tan extraño que te enganchará y querrás «un capítulo más»
Mallorca. Pasearás por esta isla donde se esconden más cosas de las que a simple vista se ven, además de sus preciosas playas descubrirás un mundo de crimen organizado que viaja entre la vida real y el ciberespacio.
Una mujer al frente de la de la investigación. Esta novela rompe con el esquema del detective masculino y nos muestra a una mujer de armas tomar con la que no querrías jugártela, astuta, intuitiva y rebelde que no cejará en el empeño para encontrar con vida a Mireia.

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Al llegar a su domicilio entró descalzándose, ya que sus pies la estaban matando. Se dirigió al cuarto de baño, tomó una ducha caliente y se preparó un sándwich en su pequeña cocina en forma de isla de su pequeño apartamento en un barrio popular de Palma con vistas a la Catedral.

La sargento se sentó con las piernas cruzadas sobre un sofá poniendo el plato con el sándwich sobre la tapicería azul.

De su habitual mochila negra extrajo su ordenador portátil y lo colocó sobre una mesa baja que se encontraba frente al sofá del salón comedor. Clavó sus negros ojos en él sosteniendo con los dedos índice y corazón de su mano derecha un botellín de cerveza. Así se mantuvo unos segundos y, acto seguido, levantó la tapa del ordenador portátil diciendo en voz alta:

—¡Voy a por ti, cabrón!

Capítulo 2

Una pizarra en blanco

Martes, 25 de junio, 08:00 h Cuartel de la UCO, Palma

Tal como la sargento Borrás había comentado, a las ocho de la mañana tenía que reunirse con el agente Iñaki para empezar a componer las piezas del rompecabezas del caso.

Con los ojos rojos de haber dormido poco y entre bostezos, la sargento Borrás entró en la sala operativa donde establecería el centro de mando de la investigación. Allí de pie ya le esperaba Iñaki con dos vasos de café de la máquina de bebidas calientes.

—Buenos días, Antonia, parece que hemos dormido poco esta noche.

—Poco y mal. Quemando la salud, como decía una vieja canción que escuchaba mi padre, no recuerdo ahora de quién era.

—Aquí tienes un café cargadito.

—Gracias, hoy voy a necesitar media docena de estos.

En uno de los laterales de la sala operativa color verde oscuro se encontraba la pizarra blanca donde se iría creando el tablero de investigación con las fotografías y anotaciones que fueran relevantes. En ese momento aún se encontraba totalmente en blanco.

La sargento Borrás se quedó de pie frente a la pizarra y la miró fijamente. Pasó unos segundos mirándola en silencio, unos segundos que parecían eternos, hasta que al final se giró y se acercó a la mesa donde Iñaki tenía preparadas las carpetas con los datos que había podido recopilar y procesar. Para Iñaki también había sido una noche larga.

—¿Tienes la foto de Mireia? —preguntó a Iñaki.

—Aquí la tienes.

La sargento se dirigió de nuevo hacia la pizarra y se detuvo unos segundos con la fotografía de Mireia en las manos.

—No hay nada que me dé más miedo que este momento, Iñaki, el momento en que la pizarra está totalmente en blanco y hay que colocar la primera foto. Esa primera foto que te dice que estamos al principio del todo, esa primera foto de la cual irán saliendo flechas hacia otras fotos y notas, esa primera foto que nos recuerda que sabemos desde dónde y cuándo empezamos, pero que no tenemos ni puta idea de cuándo y a dónde llegaremos.

—Siempre es un momento jodido, Antonia, pero es necesario dar el primer paso para recorrer el todo el camino.

La sargento seguía manteniendo la fotografía de Mireia en sus manos, dio un suspiro y la colocó en el centro de la pizarra. De la parte derecha cogió un pequeño imán negro de los varios que había y lo colocó sobre la imagen. En la parte inferior de la superficie había varios rotuladores especiales para este tipo de pizarras. La sargento eligió el rotulador rojo, lo destapó y olfateó la punta del rotulador. Acto seguido escribió bajo la fotografía de Mireia: «DESAPARECIDA».

—Ya está, inaugurado el mosaico. Siempre me ha encantado oler estos rotuladores cuando los abres —comentó la sargento.

—Qué casualidad, a mí también me encanta cómo huelen.

—Venga, vamos al lío. Veamos qué sabemos hasta ahora.

Iñaki permanecía sentado detrás de una mesa con las carpetas abiertas sobre la superficie. El agente buscó entre los papeles los datos que tenían de Mireia y comenzó a responder a las preguntas.

—Mireia Grau i Moncada, diecisiete años, nacida en Barcelona, alumna de EIAR, formaba parte del grupo que está de viaje de estudios en Magaluf. La última vez que fue vista fue pasados unos minutos de las veintitrés horas en la terraza del Hotel Night Beach. Desde entonces no se ha vuelto a saber nada de ella. Hija de familia bien al igual que el resto de sus compañeros. Por lo que hemos podido averiguar en los interrogatorios a sus amigos, la han definido como «jodidamente rica», «caprichosa», «borde» y que «disfrutaba de ser la más guay y rica del insti». No se le conoce pareja estable, pero, por lo que sus compañeros dicen, sobre todo en las fiestas no le faltaba sexo con chicos, chicas o ambos a la vez. Aunque no solía beber entre semana, al parecer los fines de semana y en las fiestas era una verdadera esponja, sobre todo de champán acompañado de alguna que otra rayita.

—Vamos, una verdadera joyita, la niña.

—Desde luego, la hija que yo no querría tener.

—¿Qué tenemos de Tania?

Iñaki sacó la fotografía de Tania de la carpeta y extendió su brazo para que la sargento Borrás la cogiera. Esta se acercó a recogerla y volvió a la pizarra. Colocó la fotografía de Tania a la derecha de la de Mireia y la sujetó con otro de los pequeños imanes. Con el rotulador rojo que aún conservaba en la mano escribió bajo la fotografía: «AGREDIDA». Dibujó una flecha entre la fotografía de Tania y la de Mireia y anotó: «AMIGAS».

—Tania Cardona, diecisiete años, nacida en Barcelona. La mejor amiga de Mireia y, por lo que sabemos, siempre ha estado un poco a su sombra. Se conocen desde niñas. Parece que le gustan bastante las bebidas caras y no le hace ascos al polvo blanco. Por lo visto, tiene actualmente un lío con Gerard Puig. La encontraron desnuda, maniatada y amordazada, con gran cantidad de alcohol y cocaína en el cuerpo, sin signos de agresión sexual y, al igual que su compañero, con una extraña punción en el cuello —relató Iñaki.

—¿Alguna información del hospital sobre qué les inyectaron?

—Sí, ha llegado un informe médico del doctor González. En resumen, lo que dice es que en los análisis ha aparecido una toxina desconocida. Lo más parecido que han encontrado es la savia de… ¡Vaya cosa impronunciable!, a ver si lo consigo decir… Strychnos . No tengo ni idea si se dice así.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Antonia.

—Es una planta que se encuentra en la selva amazónica colombiana. Al parecer, la usan los indígenas para envenenar flechas. Se sabe que se hicieron estudios y se usó como anestésico, aunque ya te digo que es lo más parecido que han encontrado, porque lo más probable es que esté mezclado con alguna savia de alguna otra planta. En resumen, parece que una cierta cantidad de lo que sea deja KO la parte consciente de tu cerebro. De ahí se cree que los nativos usaban mezclas para hacer sus particulares viajes astrales o conectar con sus otras realidades. Vamos, que se metían unos viajes de no te menees. Si añades cierta cantidad más de eso, te apaga también la parte inconsciente del cerebro y te deja en stand-by , vamos, lo justo para las funciones vitales y poco más. Al no saber exactamente la composición, creen que el efecto no durará más de una semana. Después no deja ni rastro. Si cuando despierten les hacen una analítica, va a ser como si no hubiesen tenido eso en su cuerpo.

—Bien, ahora que saben lo que les inyectaron sabrán cómo despertar a los chicos, ¿no?

—Pues no, como ya te he comentado, siguen sin saber exactamente lo que es. Hay restos de esa savia, pero ¿con que está mezclada? No se sabe. Además, el doctor dice que no puede intentar despertarlos sin poner en peligro sus vidas. Resulta que esa maldita cosa es mortal, una dosis más alta provoca la muerte inminente por asfixia. El doctor teme que cualquier cosa que les pueda dar amplifique los efectos de la toxina y mate a los críos. Ya han pasado al menos veinticuatro horas, así que mientras sigan estables simplemente esperarán, no quieren correr ningún tipo de riesgo —respondió Iñaki.

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