Lope de Vega - FUENTEOVEJUNA

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no hay amor sino el que digo,

que por mi gusto le sigo

y quiero dármele en todo.

BARRILDO: Dijo el cura del lugar

cierto día en el sermón

que había cierto Platón

que nos enseñaba a amar;

que éste amaba el alma sola

y la virtud de lo amado.

PASCUALA: En materia habéis entrado

que, por ventura, acrisola

los caletres de los sabios

en sus cademias y escuelas.

LAURENCIA: Muy bien dice, y no te muelas

en persuadir sus agravios.

Da gracias, Mengo, a los cielos,

que te hicieron sin amor.

MENGO: ¿Amas tú?

LAURENCIA: Mi propio honor.

FRONDOSO: Dios te castigue con celos.

BARRILDO: ¿Quién gana?

PASCUALA: Con la qüistión

podéis ir al sacristán,

porque él o el cura os darán

bastante satisfacción.

Laurencia no quiere bien,

yo tengo poca experiencia.

¿Cómo daremos sentencia?

FRONDOSO: ¿Qué mayor que ese desdén?

Sale FLORES

FLORES: Dios guarde a la buena gente.

FRONDOSO: Éste es del comendador

crïado.

LAURENCIA: ¡Gentil azor!

¿De adónde bueno, pariente?

FLORES: ¿No me veis a lo soldado?

LAURENCIA: ¿Viene don Fernando acá?

FLORES: La guerra se acaba ya,

puesto que nos ha costado

alguna sangre y amigos.

FRONDOSO: Contadnos cómo pasó.

FLORES: ¿Quién lo dirá como yo,

siendo mis ojos testigos?

Para emprender la jornada

de esta ciudad, que ya tiene

nombre de Ciudad Real,

juntó el gallardo maestre

dos mil lucidos infantes

de sus vasallos valientes,

y trescientos de a caballo

de seglares y de freiles;

porque la cruz roja obliga

cuantos al pecho la tienen,

aunque sean de orden sacro;

mas contra moros, se entiende.

Salió el muchacho bizarro

con una casaca verde,

bordada de cifras de oro,

que sólo los brazaletes

por las mangas descubrían,

que seis alamares prenden.

Un corpulento bridón,

Rucio rodado, que al Betis

bebió el agua, y en su orilla

despuntó la grama fértil;

el codón labrado en cintas

de ante, y el rizo copete

cogido en blancas lazadas,

que con las moscas de nieve

que bañan la blanca piel

iguales labores teje.

A su lado Fernán Gómez,

vuestro señor, en un fuerte

melado, de negros cabos,

puesto que con blanco bebe.

Sobre turca jacerina,

peto y espaldar luciente,

con naranjada orla saca,

que de oro y perlas guarnece.

El morrión, que coronado

con blancas plumas, parece

que del color naranjado

aquellos azahares vierte;

ceñida al brazo una liga

roja y blanca, con que mueve

un fresno entero por lanza

que hasta en Granada le temen.

La ciudad se puso en arma;

dicen que salir no quieren

de la corona real,

y el patrimonio defienden.

Entróla bien resistida,

y el maestre a los rebeldes

y a los que entonces trataron

su honor injuriosamente

mandó cortar las cabezas,

y a los de la baja plebe,

con mordazas en la boca,

azotar públicamente.

Queda en ella tan temido

y tan amado, que creen

que quien en tan pocos años

pelea, castiga y vence,

ha de ser en otra edad

rayo del África fértil,

que tantas lunas azules

a su roja cruz sujete.

Al comendador y a todos

ha hecho tantas mercedes,

que el saco de la ciudad

el de su hacienda parece.

Mas ya la música suena;

recibidle alegremente,

que al triunfo las voluntades

son los mejores laureles.

Salen el COMENDADOR y ORTUÑO, MÚSICOS,
JUAN ROJO y ESTEBAN, ALONSO, ALCAIDES. Cantan los MÚSICOS

MUSICOS: "Sea bien venido

el comendadore

de rendir las tierras

y matar los hombres.

¡Vivan los Guzmanes!

¡Vivan los Girones!

Si en las paces blando,

dulce en las razones.

Venciendo moriscos,

fuertes como un roble,

de Ciudad Reale

viene vencedore;

que a Fuenteovejuna

trae los pendones.

¡Viva muchos años,

viva Fernán Gómez!"

COMENDADOR: Villa, yo os agradezco justamente

el amor que me habéis aquí mostrado.

ALONSO: Aun no muestra una parte del que siente.

Pero ¿qué mucho que seáis amado,

mereciéndolo vos?

ESTEBAN: Fuenteovejuna

y el regimiento que hoy habéis honrado,

que recibáis os ruega e importuna

un pequeño presente, que esos carros

traen, señor, no sin vergüenza alguna,

de voluntades y árboles bizarros,

más que de ricos dones. Lo primero

traen dos cestas de polidos barros;

de gansos viene un ganadillo entero,

que sacan por las redes las cabezas,

para cantar vueso valor guerrero.

Diez cebones en sal, valientes piezas,

sin otras menudencias y cecinas,

y más que guantes de ámbar, sus cortezas.

Cien pares de capones y gallinas,

que han dejado viudos a sus gallos

en las aldeas que miráis vecinas.

Acá no tienen armas ni caballos,

no jaeces bordados de oro puro,

si no es oro el amor de los vasallos.

Y porque digo puro, os aseguro

que vienen doce cueros, que aun en cueros

por enero podéis guardar un muro,

si de ellos aforráis vuestros guerreros,

mejor que de las armas aceradas;

que el vino suele dar lindos aceros.

De quesos y otras cosas no excusadas

no quiero daros cuenta. Justo pecho

de voluntades que tenéis ganadas;

y a vos y a vuestra casa, buen provecho.

COMENDADOR: Estoy muy agradecido.

Id, regimiento, en buen hora.

ALONSO: Descansad, señor, agora,

y seáis muy bien venido;

que esta espadaña que veis

y juncia a vuestros umbrales

fueran perlas orientales,

y mucho más merecéis,

a ser posible a la villa.

COMENDADOR: Así lo creo, señores.

Id con Dios.

ESTEBAN: Ea, cantores,

vaya otra vez la letrilla.

Cantan

MÚSICOS: "Sea bien venido

el comendadore

de rendir las tierras

y matar los hombres."

Vanse los MÚSICOS y los ALCAIDES

COMENDADOR: Esperad vosotras dos.

LAURENCIA: ¿Qué manda su señoría?

COMENDADOR: ¡Desdenes el otro día,

pues, conmigo! ¡Bien, por Dios!

LAURENCIA: ¿Habla contigo, Pascuala?

PASCUALA: Conmigo no, tirte ahuera.

COMENDADOR: Con vos hablo, hermosa fiera,

y con esotra zagala.

¿Mías no sois?

PASCUALA: Sí, señor;

mas no para casos tales.

COMENDADOR: Entrad, pasado los umbrales;

hombres hay, no hayáis temor.

LAURENCIA: Si los alcaldes entraran,

que de uno soy hija yo,

bien huera entrar; mas si no…

COMENDADOR: ¡Flores!

FLORES: ¿Señor?

COMENDADOR: ¡Que reparan

en no hacer lo que les digo!

FLORES: ¡Entrad, pues!

LAURENCIA: No nos agarre.

FLORES: Entrad; que sois necias.

PASCUALA: Arre;

que echaréis luego el postigo.

FLORES: Entrad; que os quiere enseñar

lo que trae de la guerra.

COMENDADOR: Si entraren, Ortuño, cierra.

Éntrase

LAURENCIA: Flores, dejadnos pasar.

ORTUÑO: ¿También venís presentadas

con lo demás?

PASCUALA: ¡Bien a fe!

Desvíese, no le dé…

FLORES: Basta; que son extremadas.

LAURENCIA: ¿No basta a vuestro señor

tanta carne presentada?

ORTUÑO: La vuestra es la que le agrada.

LAURENCIA: ¡Reviente de mal dolor!

Vanse LAURENCIA y PASCUALA

FLORES: ¡Muy buen recado llevamos!

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