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Gabriela Mistral: Tala

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Gabriela Mistral Tala

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pero siempre será como si llega,

hablando lengua que jadea y gime

y que le entienden sólo bestezuelas.

Y va a morirse en medio de nosotros,

en una noche en la que más padezca,

con sólo su destino por almohada,

de una muerte callada y extranjera.

BEBER [25]

Al doctor Pedro de Alba

Recuerdo gestos de criaturas

y son gestos de darme el agua.

En el valle de Río Blanco,

en donde nace el Aconcagua,

llegué a beber, salté a beber

en el fuete [26]de una cascada,

que caía crinada y dura

y se rompía yerta y blanca.

Pegué mi boca al hervidero,

y me quemaba el agua santa,

y tres días sangró mi boca

de aquel sorbo del Aconcagua.

En el campo de Mitla, un día

de cigarras, de sol, de marcha,

me doblé a un pozo y vino un indio

a sostenerme sobre el agua,

y mi cabeza, como un fruto,

estaba dentro de sus palmas.

Bebía yo lo que bebía,

que era su cara con mi cara,

y en un relámpago yo supe

carne de Mitla ser mi casta.

En la Isla de Puerto Rico,

a la siesta de azul colmada,

mi cuerpo quieto, las olas locas,

y como cien madres las palmas,

rompió una niña por donaire

junto a mi boca un coco de agua,

y yo bebí, como una hija,

agua de madre, agua de palma.

Y más dulzura no he bebido

con el cuerpo ni con el alma.

A la casa de mis niñeces

mi madre me llevaba el agua.

Entre un sorbo y el otro sorbo

la veía sobre la jarra.

La cabeza más se subía

y la jarra más se abajaba.

Todavía yo tengo el valle,

tengo mi sed y su mirada.

Será esto la eternidad

que aún estamos como estábamos.

Recuerdos gestos de criaturas

y son gestos de darme el agua.

TODAS ÍBAMOS A SER REINAS [27]

Todas íbamos a ser reinas,

de cuatro reinos sobre el mar:

Rosalía con Efigenia

y Lucila con Soledad.

En el valle de Elqui, ceñido

de cien montañas o de más,

que como ofrendas o tributos

arden en rojo y azafrán.

Lo decíamos embriagadas,

y lo tuvimos por verdad,

que seríamos todas reinas

y llegaríamos al mar.

Con las trenzas de los siete años,

y batas claras de percal,

persiguiendo tordos huidos

en la sombra del higueral.

De los cuatro reinos, decíamos,

indudables como el Korán,

que por grandes y por cabales

alcanzarían hasta el mar.

Cuatro esposos desposarían,

por el tiempo de desposar,

y eran reyes y cantadores

como David, rey de Judá.

Y de ser grandes nuestros reinos,

ellos tendrían, sin faltar,

mares verdes, mares de algas,

y el ave loca del faisán.

Y de tener todos los frutos,

árbol de leche, árbol del pan,

el guayacán no cortaríamos

ni morderíamos metal.

Todas íbamos a ser reinas,

y de verídico reinar;

pero ninguna ha sido reina

ni en Arauco ni en Copán…

Rosalía besó marino

ya desposado con el mar,

y al besador, en las Guaitecas,

se lo comió la tempestad.

Soledad crió siete hermanos

y su sangre dejó en su pan,

y sus ojos quedaron negros

de no haber visto nunca el mar.

En las viñas de Montegrande,

con su puro seno candeal,

mece los hijos de otras reinas

y los suyos nunca-jamás.

Efigenia cruzó extranjero

en las rutas, y sin hablar,

le siguió, sin saberle nombre,

porque el hombre parece el mar.

Y Lucila, que hablaba a río,

a montaña y cañaveral,

en las lunas de la locura

recibió reino de verdad.

En las nubes contó diez hijos

y en los salares su reinar,

en los ríos ha visto esposos

y su manto en la tempestad.

Pero en el valle de Elqui, donde

son cien montañas o son más,

cantan las otras que vinieron

y las que vienen cantarán:

– "En la tierra seremos reinas,

y de verídico reinar,

y siendo grandes nuestros reinos,

llegaremos todas al mar."

COSAS

A Max Daireaux

1

Amo las cosas que nunca tuve

con las otras que ya no tengo:

Yo toco un agua silenciosa,

parada en pastos friolentos,

que sin un viento tiritaba

en el huerto que era mi huerto.

La miro como la miraba;

me da un extraño pensamiento,

y juego, lenta, con esa agua

como con pez o con misterio.

2

Pienso en umbral donde dejé

pasos alegres que ya no llevo,

y en el umbral veo una llaga

llena de musgo y de silencio.

3

Me busco un verso que he perdido

que a los siete años me dijeron.

Fue una mujer haciendo el pan

y yo su santa boca veo.

4

Viene un aroma roto en ráfagas;

soy muy dichosa si lo siento;

de tal delgado no es aroma,

siendo el olor de los almendros.

Me vuelve niños los sentidos:

le busco un nombre y no lo acierto,

y huelo el aire y los lugares

buscando almendros que no encuentro.

5

Un río suena siempre cerca.

Ha cuarenta años que lo siento.

Es canturía de mi sangre

o bien un ritmo que me dieron.

O el río Elqui de mi infancia

que me repecho y me vadeo.

Nunca lo pierdo; pecho a pecho,

como dos niños nos tenemos.

6

Cuando sueño la Cordillera,

camino por desfiladeros,

y voy oyéndoles, sin tregua,

un silbo casi juramento.

7

Veo al remate del Pacífico

amoratado mi archipiélago,

y de una isla me ha quedado

y de una isla me ha quedado

un olor acre de alción muerto…

8

Un dorso, un dorso grave y dulce,

remata el sueño que yo sueño.

Es al final de mi camino

y me descanso cuando llego.

Es tronco muerto o es mi padre,

el vago dorso ceniciento.

Yo no pregunto, no lo turbo.

Me tiendo junto, callo y duermo.

9

Amo una piedra de Oaxaca

o Guatemala, a que me acerco,

roja y fija como mi cara

y cuya grieta da un aliento.

Al dormirme queda desnuda;

no sé por qué yo la volteo.

Y tal vez nunca la he tenido

y es mi sepulcro lo que veo…

Anexo de “Saudade”

"SAUDADE"

Suelo creer con Stefan George en un futuro préstamo de lengua a lengua latina. Por lo menos, en el de ciertas palabras, logro definitivo del genio de cada una de ellas, expresiones inconmovibles en su rango de palabras "verdaderas". Sin empacho encabezo una sección de este libro, rematado en el dulce suelo y el dulce aire portugueses con esta palabra Saudade. Ya sé que dan por equivalente de ella la castellana "soledades". La sustitución vale para España; en América el sustantivo soledad no se aplica sino en su sentido inmediato, único que allá le conocemos.

La ola Muerta

DÍA

Día, día del encontrarnos,

tiempo llamado Epifanía.

Día tan fuerte que llegó

color tuétano y ardentía,

sin frenesí sobre los pulsos

que eran tumulto y agonía,

tan tranquilo como las leches

de las vacadas con esquilas.

Día nuestro, por qué camino,

bulto sin pies, se allegaría,

que no supimos, que no velamos,

que cosa alguna lo decía,

que no silbamos a los cerros

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