Gabriela Mistral - Tala

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que mofa y que consiente,

y voy ciega en marea

verde resplandeciente,

braceándole la vida,

braceándole la muerte!

II

El Anáhuac lo ensanchan

maizales que crecen.

La tierra, por divina,

parece que la vuelen.

En la luz sólo existen

eternidades verdes,

remada de esplendores

que bajan y que ascienden.

Las Sierras Madres pasa

su pasión vehemente.

El indio que los cruza

“como que no parece”.

Maizal hasta donde

lo postrero emblanquece,

y México se acaba

donde el maíz se muere.

III

Por bocado de Xóchitl,

madre de las mujeres,

porque el umbral en hijos

y en danza reverbere,

se matan los mexitlis

como Tlálocs [19]que jueguen

y la piel del Anáhuac

de escamas resplandece.

Xóchitl va caminando

filos y filos verdes.

Su hombre halló tendido

en caña de la muerte.

La besa con el beso

que a la nada desciende

y le siembra la carne

en el Anáhuac leve,

en donde llama un cuerno

por el que todo vuelve…

IV

Mazorca del aire [20]

y mazorcal terrestre,

el tendal de los muertos

y el Quetzatcóatl verde,

se están como uno solo

mitad frío y ardiente,

y la mano en la mano,

se velan y se tienen.

Están en turno y pausa

que el Anáhuac comprende,

hasta que el silbo largo

por los maíces suene

de que las cañas rotas

dancen y desperecen:

¡eternidad que va

y eternidad que viene!

V

Las mesas del maíz

quieren que yo me acuerde.

El corro está mirándome

fugaz y eternamente.

Los sentados son órganos [21],

las sentadas magueyes.

Delante de mi pecho

la mazorcada tienden.

De la voz y los modos

gracia tolteca llueve.

La casta come lento,

como el venado bebe.

Dorados son el hombre,

el bocado, el aceite,

y en sesgo de ave pasan

las jícaras alegres.

Otra vez me tuvieron

éstos que aquí me tienen,

y el corro, de lo eterno,

parece que espejee…

VI

El santo maíz sube

en un ímpetu verde,

y dormido se llena

de tórtolas ardientes.

El secreto maíz

en vaina fresca hierve

y hierve de unos crótalos

y de unos hidromieles.

El dios que lo consuma,

es dios que lo enceguece:

le da forma de ofrenda

por dársela ferviente;

en voladores hálitos

su entrega se disuelve.

Y México se acaba

donde la milpa [22]muere.

VII

El pecho del maíz

su fervor lo retiene.

El ojo del maíz

tiene el abismo breve.

El habla del maíz

en valva y valva envuelve.

Ley vieja del maíz,

caída no perece,

y el hombre del maíz

se juega, no se pierde.

Ahora es en Anáhuac

y ya fue en el Oriente:

¡eternidades van

y eternidades vienen!

VII

Molinos rompe-cielos

mis ojos no los quieren.

El maizal no aman

ysu harina no muelen:

no come grano santo

la hiperbórea gente.

Cuando mecen sus hijos

de otra mecida mecen,

en vez de los niveles

de balanceadas frentes.

A costas del maíz

mejor que no naveguen:

maíz de nuestra boca

lo coma quien lo rece.

El cuerno mexicano

de maizal se vierte

y así tiemblan los pulsos

en trance de cogerle

y así canta la sangre

con el arcángel verde,

porque el mágico Anáhuac

se ama perdidamente…

IX

Hace años que el maíz

no me canta en las sienes

ni corre por mis ojos

su crinada serpiente.

Me faltan los maíces

y me sobran las mieses.

Y al sueño, en vez de Anáhuac,

le dejo que me suelte

su mazorca infinita

que me aplaca y me duerme.

Y grano rojo y negro [23]

y dorado y en cierne,

el sueño sin Anáhuac

me cuenta hasta mi muerte.

MAR CARIBE

A E. Ribera Chevremont.

Isla de Puerto Rico,

isla de palmas,

apenas cuerpo, apenas,

como la Santa,

apenas posadura

sobre las aguas;

del millar de palmeras

como más alta,

y en las dos mil colinas

como llamada.

La que como María

funde al nombrarla

y que, como paloma,

vuela nombrada.

Isla en amaneceres

de mí gozada,

sin cuerpo acongojado,

trémula de alma;

de sus constelaciones

amamantada,

en la siesta de fuego

punzada de hablas,

y otra vez en el alba,

adoncellada.

Isla en caña y cafés

apasionada;

tan dulce de decir

como una infancia;

bendita de cantar

como un ¡hosanna!

sirena sin canción

sobre las aguas,

ofendida de mar

en marejada:

¡Cordelia de las olas,

Cordelia amarga!

Seas salvada como

la corza blanca

y como el llama nuevo

del Pachacámac [24],

y como el huevo de oro

de la nidada,

y como la Ifigenia,

viva en la llama.

Te salven los Arcángeles

de nuestra raza:

Miguel castigador,

Rafael que marcha,

y Gabriel que conduce

la hora colmada.

Antes que en mí se acaben

marcha y mirada;

antes de que mi carne

sea una fábula

y antes que mis rodillas

vuelen en ráfagas…

Día de la liberación de Filipinas.

Saudade

PAÍS DE LA AUSENCIA

A Ribeiro Couto

País de la ausencia

extraño país,

más ligero que ángel

y seña sutil,

color de alga muerta,

color de neblí,

con edad de siempre,

sin edad feliz.

No echa granada,

no cría jazmín,

y no tiene cielos

ni mares de añil.

Nombre suyo, nombre,

nunca se lo oí,

y en país sin nombre

me voy a morir.

Ni puente ni barca

me trajo hasta aquí,

no me lo contaron

por isla o país.

Yo no lo buscaba

ni lo descubrí.

Parece una fábula

que yo me aprendí,

sueño de tomar

y de desasir.

Y es mi patria donde

vivir y morir.

Me nació de cosas

que no son país;

de patrias y patrias

que tuve y perdí;

de las criaturas

que yo vi morir;

de lo que era mío

y se fue de mí.

Perdí cordilleras

en donde dormí;

perdí huertos de oro

dulces de vivir;

perdí yo las islas

de caña y añil,

y las sombras de ellos

me las vi ceñir

y juntas y amantes

hacerse país.

Guedejas de nieblas

sin dorso y cerviz,

alientos dormidos

me los vi seguir,

y en años errantes

volverse país,

y en país sin nombre

me voy a morir.

LA EXTRANJERA

A Francis de Miomandre.

– “Habla con dejo de sus mares bárbaros,

con no sé qué algas y no sé qué arenas;

reza oración a dios sin bulto y peso,

envejecida como si muriera.

Ese huerto nuestro que nos hizo extraño,

ha puesto cactus y zarpadas hierbas.

Alienta del resuello del desierto

y ha amado con pasión de que blanquea,

que nunca cuenta y que si nos contase

sería como el mapa de otra estrella.

Vivirá entre nosotros ochenta años,

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