– Mis porcelanas -dijo Nell.
– ¿Todavía no has desempacado las porcelanas? -Margie sonaba escandalizada.
– Ya lo va a hacer . -Suze dirigió una inconfundible mirada de cállate en dirección a Margie.
Esta, por supuesto, no la vio.
– Si ya hubiera sacado las porcelanas, podría mirarlas, y eso la haría sentirse más instalada.
– No, no lo haría -dijo Suze, todavía mirándola fijo e intencionadamente-. Las mías están fuera de las cajas y me dan ganas de vomitar, aunque eso puede ser porque me quedé con las espantosas porcelanas de los Dysart.
– A mí me encanta mirar mis platos -dijo Margie tristemente sobre su café, lo que no era ninguna novedad para el resto de la mesa. Ninguna mujer del planeta tenía tanta vajilla de cerámica Franciscan Desert Rose como Margie.
Por fin Suze consiguió que Margie la mirara, y ésta se enderezó, sonriendo. Nell quiso decir: «Miren, chicas, todo está bien», pero si lo hacía luego tendría que volver a lidiar con las dos tratando de tranquilizarla.
– Bueno, yo creo que es maravilloso -dijo Margie, con fingida alegría-. Este nuevo trabajo y todo eso. A ti siempre te gustó trabajar. -Sonaba levemente intrigada, como si eso fuera un misterio para ella.
– No me gustaba trabajar -dijo Nell-. Me gustaba dirigir mi propia empresa.
– La empresa de Tim -dijo Margie.
– La construimos juntos.
– ¿Entonces por qué la tiene él ahora? -dijo Margie, y Nell deseó que Suze la mirara fijo otra vez.
– Bueno, a mí me gustaría trabajar -se interpuso Suze-. No sé qué quiero hacer, pero después de catorce años de universidad, debo de estar calificada para hacer algo.
Entonces búscate un trabajo, pensó Nell, impaciente al oír una vez más los lamentos de Suze, y luego se sintió culpable. Suze hablaba de trabajar y no hacía nada al respecto, pero Nell tampoco había hecho nada, hasta que Jack había llamado a los McKenna.
Margie seguía obsesionada respecto de Tim.
– Dime que por lo menos te quedaste con la mitad de esos feos premios de vidrio que a él lo ponían tan orgulloso.
Nell mantuvo la calma. Gruñirle a Margie era como patear a un cachorro.
– ¿Los Carámbanos? No. Los dejé en la agencia. No habría sido justo…
– ¿Nunca te cansas de ser justa? -dijo Suze.
Sí , pensó Nell.
– No -dijo-. Y en cuanto al nuevo trabajo, lo único que voy a hacer es atender el teléfono y tipear durante seis semanas. No es una carrera. Es como una práctica, para ponerme en marcha otra vez.
– Es una agencia de detectives -dijo Suze-. Pensé que sería excitante. Sam Spade y Effie Perine. -Sonaba nostálgica.
– ¿Quiénes? -dijo Margie.
– Un detective famoso y su secretaria -dijo Suze-. Los estudié en mi curso sobre cine negro. Siempre pensaba que Sam y Effie tenían los mejores trabajos posibles. El vestuario también estaba bien. -Empujó el plato hacia Nell-. Come una galletita.
Margie volvió a dirigirse a Nell.
– ¿Tu jefe es atractivo?
– No. -Nell revolvió el café y pensó en Gabe McKenna. Decidió que eran sus ojos los que la ponían nerviosa. Eso y el mero peso de su presencia, la amenaza de un potencial ataque de nervios. No era un hombre con quien meterse-. Es alto y de aspecto sólido, y frunce el entrecejo todo el tiempo, y tiene ojos tan oscuros que es difícil descifrarlo. Parece… No sé. Enojado. Sarcástico. -Lo recordó sentado detrás del escritorio, sin prestarle atención a ella-. En realidad, se parece a Tim.
– Eso no suena parecido a Tim -dijo Margie-. Tim siempre sonríe y dice cosas amables.
– Tim siempre está tratando de vender pólizas de seguro -dijo Suze-. Pero tienes razón, eso no suena parecido a Tim. No te los confundas. Tim es un perdedor. Este tipo nuevo puede ser una buena persona. Cualquiera excepto Tim puede ser una buena persona.
Nell suspiró.
– Mira, era muy cortés, pero eso era todo.
– Tal vez estaba reprimiendo la atracción que sentía por ti -dijo Suze-. Tal vez se mostraba distante porque no quería abalanzarse sobre ti, pero su corazón latió más rápido cuando te vio.
Margie sacudió la cabeza.
– No lo creo. Nell no es de la clase de las que vuelven locos a los hombres a primera vista. A los hombres les pasa eso contigo porque eres joven y hermosa, entonces piensas que es así con todas.
– No soy tan joven -dijo Suze.
– No se sentía atraído por mí -exclamó Nell con firmeza-. Esto es sólo un trabajo.
– Está bien -dijo Margie-. Pero tienes que empezar a salir con alguien. Deberías casarte de nuevo.
Sí, ya que eso salió tan bien la última vez.
– Tiene razón -comentó Suze-. No te conviene estar sola. -Lo dijo como si se tratara de un destino peor que la muerte.
– Aunque tal vez no -dijo Margie, mirando el espacio-. Pensándolo bien, siempre son los hombres los que quieren casarse. Mira a Tim, que se casó con Whitney tan rápido.
Ay , pensó Nell, y vio que Suze se volvía hacia Margie, lista para ladrar.
– Y Budge no puede esperar, está volviéndome loca con la idea de fijar una fecha. -Margie mordió su galletita y masticó, inmersa en sus pensamientos-. Saben, se vino a vivir conmigo un mes después de que Stewart se fuera, así que nunca tuve mucha oportunidad de buscar. Podría haber alguien mejor que él.
Nell quedó tan sorprendida que casi dejó caer su taza de café.
Suze dejó la suya sobre la bandeja con un fuerte ruido metálico.
Marjorie Ogilvie Trevor, me asombras. ¿Hace siete años que ese hombre vive contigo y estás pensando en abandonarlo?
– Bueno -comenzó Margie.
– Hazlo -dijo Suze-. No lo pienses dos veces. Si necesitas ayuda para mudarte, cuenta conmigo.
– O tal vez busque un trabajo -prosiguió Margie-. Si te gusta tu trabajo, Nell, quizá me busque uno. Pero no en la agencia. Budge dice que los McKenna tratan con mucha gente de bajo nivel.
– ¿En serio? -dijo Nell, sin importarle. El Budge de Margie parecía un muñequito de chupetín y hablaba como un líder de la mayoría moral-. Me asombra que Budge te deje andar conmigo, entonces.
Margie la miró parpadeando.
– Tú no eres de bajo nivel. Sólo estás deprimida.
Suze empujó el plato de galletitas hacia ella para distraerla.
– Nell no está deprimida. Y hablando de Budge, si vas a quedarte con él, por favor dile de nuevo que no me llame «Suzie». Se lo he recordado en muchísimas ocasiones pero sigue haciéndolo. Una vez más y juro por Dios que le romperé los anteojos.
– A veces me pregunto -dijo Margie, sin prestarle atención-, ya saben. ¿Esto es todo lo que hay?
Nell asintió.
– Yo también solía preguntármelo. A veces recorría con la mirada la agencia de seguros y pensaba: «¿Esto es el resto de mi vida?». Después resultó que no. Confía en mí, Margie, no te pases de lista.
– Tú no te pasaste de lista -dijo Suze-. Tú te casaste con el hombre equivocado.
– No, no es cierto -dijo Nell-. Fue el hombre adecuado durante veintidós años. -Contempló su taza de café-. No es que me haya engañado…
– Oh, por el amor de Dios -dijo Suze-. Si oigo una vez más que no es culpa de Tim porque no te engañó antes de abandonarte, voy a tirar algo. Él te dejó sola y te lastimó tanto que ya ni siquiera comes. -Miró fijo el plato de galletitas, visiblemente disgustada-. Es una basura. Lo odio. Encuentra a otro y comienza una nueva vida.
Mi antigua vida me gustaba . Nell inspiró profundamente.
– Mira, ¿podemos esperar a ver si sobrevivo después de trabajar seis semanas para Gabriel McKenna, antes de lidiar con otros hombres?
– Está bien, seis semanas, pero después sales con alguien -dijo Suze-. Y come ahora.
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