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Jennifer Crusie: Mujeres Audaces

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Jennifer Crusie Mujeres Audaces

Mujeres Audaces: краткое содержание, описание и аннотация

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Nell, Suze y Margie se casaron con los hermanos Dysart, con desigual fortuna. Deprimida tras su divorcio, Nell deambula por la vida hasta que Suze le consigue empleo en una pequeña y modesta agencia de detectives, con un jefe a primera vista fácil de manejar. Gabe tampoco está satisfecho con su vida. Su agencia está perdiendo dinero con un caso de extorsión y su mujer lo ha dejado… otra vez. Lo único bueno es su nueva secretaria, que parece eficiente y dócil. Pero una cosa lleva a la otra, y pronto Nell y Gabe están felices. Hasta que de pronto alguien empieza a matar gente. Y poco después, comienza el amor… Mujeres audaces es la divertida historia de tres amigas que se confiesan todo y que luchan cada día por vivir intensamente. Un bestseller audaz para lectoras dinámicas.

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– ¿Por qué quiere trabajar con nosotros? -dijo él, y ella le sonrió, tratando de verse simpática y entusiasmada, además del aspecto antes mencionado de alegre y dispuesta, lo que era difícil, puesto que era de mediana edad e irritable.

– Me pareció que sería interesante trabajar para una agencia de detectives. -Me pareció que me vendría bien un trabajo para poder ahorrar el dinero del divorcio para mi vejez.

– Se asombraría de lo aburrido que es -dijo él-. La mayor parte de su tarea consistiría en ripear y archivar y atender los teléfonos. Usted está demasiado calificada para este puesto.

Además tengo cuarenta y dos años y estoy desempleada, pensó ella, pero dijo con entusiasmo:

– Estoy lista para un cambio.

Él asintió, con un gesto que daba la impresión de que no creía nada de todo eso, y ella se preguntó si él sería tan similar a Tim que la reciclaría dentro de veinte años; si, con el paso del tiempo, la miraría y le diría: «Estos años nos han distanciado. Juro que no he entrevistado a otras secretarias a escondidas, pero ahora necesito a una persona nueva. Alguien que verdaderamente sepa mecanografiar. Alguien…»

El apoyabrazos de la silla se tambaleó debajo de su mano, y ella se dio cuenta de que había estado tironeándolo. Relájate. Volvió a empujarlo hacia atrás, mientras apretaba el codo contra su costado para evitar que la silla siguiera moviéndose, sin quitar el zapato del punto de la alfombra. Quédate quieta, se dijo para sí.

A sus espaldas, la persiana se agitó y se deslizó un poco.

– Sin duda, usted tiene las habilidades que necesitamos -dijo McKenna, y ella se obligó a sonreír-. Sin embargo, el trabajo que hacemos aquí es altamente confidencial. Tenemos una regla: jamás se habla del trabajo fuera de la oficina. ¿Usted es discreta?

– Por supuesto -dijo Nell, apretando la silla con más fuerza mientras trataba de irradiar discreción.

– ¿Entiende que se trata de un puesto temporal?

– Eh, sí -mintió Nell, sintiéndose de improviso con más frío. Esta era su nueva vida, exactamente igual a su antigua vida. Oyó un débil crack en el apoyabrazos y aflojó un poco la mano.

– Nuestra recepcionista se está recuperando de un accidente y debería estar de vuelta en seis semanas -estaba diciendo él-. Entonces, el 13 de octubre…

– Soy historia -terminó Nell. Por lo menos él le informaba por anticipado que habría un final. Ella no se encariñaría. No tendría un hijo con él. No…

El apoyabrazos volvió a temblar, esta vez mucho más flojo, y él asintió.

– Si quiere el puesto, es suyo.

La persiana volvió a moverse; el sonido de algo oxidado que se deslizaba.

– Acepto el puesto -dijo Nell.

Él rebuscó en el cajón del medio del escritorio y le entregó una llave.

– Con esto podrá entrar en la oficina externa los días en que llegue antes de que mi socio, Riley, o yo hayamos abierto. -Se puso de pie y le ofreció la mano-. Bienvenida a Investigaciones McKenna, señora Dysart. La esperamos el lunes a las nueve.

Nell también se puso de pie, mientras soltaba con suavidad el apoyabrazos con la esperanza de que no se cayera al piso. Buscó la mano de él, extendiendo la propia con violencia, como para demostrar confianza y fortaleza, y golpeó uno de los vasos de plástico. El café se derramó sobre los papeles mientras los dos miraban, las manos entrelazadas sobre la masacre.

– Culpa mía -dijo él, soltándola para agarrar el vaso-. Siempre me olvido de tirar estas cosas a la basura.

– Bueno, ése será mi trabajo las próximas seis semanas -dijo ella, con un aire de absoluta seguridad-. Le agradezco mucho, señor McKenna.

Le dedicó una última sonrisa llena de un optimismo demente y salió de la oficina antes de que sucediera algo más.

Lo último que vio cuando cerraba la pesada puerta fue la persiana, que se resbalaba una vez, rebotaba y después caía con un golpe, exponiendo la ventana con una rajadura en forma de estrella, brillante bajo la luz de la tarde.

Cuando Eleanor Dysart se fue, Gabe miró la ventana rota y suspiró. Encontró un frasco de Bayer en el cajón del medio y tomó dos aspirinas, enjuagándolas con un café de varias horas de antigüedad que había sido horrible cuando estaba caliente, e hizo una mueca cuando alguien golpeó la puerta de su oficina.

Su primo Riley asomó su rubia cabellera por la puerta, haciendo su habitual imitación de un jugador de fútbol norteamericano medio retardado.

– ¿Quién era la delgaducha pelirroja que acaba de irse? Atractiva; pero si aceptamos su caso, deberíamos darle de comer.

– Eleanor Dysart -dijo Gabe-. Va a reemplazar a Lynnie. Y es más fuerte de lo que parece.

Riley miró la ventana con el entrecejo fruncido mientras se sentaba en la silla que Eleanor Dysart acababa de desocupar.

– ¿Cuándo se rompió la ventana?

– Hace unos cinco minutos. Y vamos a contratarla, aunque sea una rompeventanas, porque está calificada y porque Jack Dysart nos lo pidió.

Riley parecía disgustado.

– ¿Una de sus ex esposas de la que no habíamos oído hablar? -Se recostó sobre el apoyabrazos, que crujió y se rompió, por lo que tuvo que echarse hacia atrás para no caerse de la silla.

– ¿Qué diablos?

– Cuñada -dijo Gabe, mirando la silla con tristeza-. Divorciada de su hermano.

– Esos chicos Dysart son un infierno para las esposas -dijo Riley, recogiendo el apoyabrazos del suelo.

– Le mencioné a Jack que necesitábamos una temporaria y él la mandó. Trátala bien. Otros no lo han hecho. -Gabe guardó el frasco de aspirinas en el cajón y tomó un papel empapado en café. Usó otro papel para absorber el líquido y se lo pasó a Riley-. Tienes el Almuerzo Caliente el lunes.

Riley se dio por vencido con el apoyabrazos y lo dejó caer al piso para tomar el papel.

– Detesto perseguir a cónyuges adúlteros.

El dolor de cabeza de Gabe se resistía a la aspirina.

– Si las investigaciones de parejas te molestan, tal vez deberías replantearte tu carrera.

– Es la gente, no el trabajo. Como Jack Dysart. Un abogado que cree que el adulterio es un pasatiempo para mí es como el último escalón de la cadena alimentaria. Qué perdedor.

Esa no es la razón por la que lo odias, pensó Gabe, pero eran las últimas horas de una tarde de viernes y no tenía interés en alentar los viejos rencores de su primo.

– Tengo que encontrarme con él y con Trevor Ogilvie el lunes. Los dos socios principales al mismo tiempo.

– Te felicito. Ojalá Jack esté hasta el cuello en problemas.

– Los están chantajeando.

– ¿Chantaje? -dijo Riley, la voz llena de incredulidad-. ¿Jack? ¿Existen cosas que son aún peores que lo que todos saben de él?

– Es posible -dijo Gabe, mientras pensaba en Jack y su total falta de interés por las consecuencias de sus acciones. Era asombrosa la forma en que un abogado atractivo, encantador, egoísta y adinerado podía salirse con la suya. Al menos, eran asombrosas las cosas que Jack hacía sin tener que responder por ellas-. Jack cree que es un empleado descontento que trata de asustarlos. Trevor cree que es una broma y que si esperan unas semanas…

Riley resopló.

– Ahí tienes a Trevor. Un abogado que hizo una fortuna demorando a sus oponentes hasta la muerte. Lo que incluso es mejor que lo que hace Jack, ese ladino hijo de puta.

Gabe sintió una puntada de irritación.

– Oh, diablos, Riley, dale un poco de crédito al hombre; ya van catorce años y sigue casado. Ella pasó los treinta hace bastante y él no se alejó. Por lo que sabemos, hasta podría serle fiel.

Riley lo miró con el entrecejo fruncido.

– No tengo la menor idea de qué estás hablando…

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