– Susannah Campbell Dysart, el momento definitorio de tu juventud.
– … Pero si tengo que elegir entre el Almuerzo Caliente y Jack Dysart-prosiguió Riley-, me quedo con el Almuerzo Caliente. De todas formas tenía que ir a la universidad el lunes; me queda de paso.
Gabe lo miró con el entrecejo fruncido.
– Pensé que el lunes tenías que trabajar en una investigación. ¿Qué vas a hacer en la universidad?
– Voy a almorzar -dijo Riley, con aire de inocencia.
La irritación de Gabe aumentó. Riley tenía treinta y cuatro años. Ya hacía tiempo que debía haber alcanzado la madurez.
– ¿Ahora estás saliendo con una estudiante de posgrado?
– De primer año -dijo Riley, sin culpa-. Está haciendo una licenciatura en horticultura. ¿Sabías que las coníferas…?
– Entonces ella tiene, ¿cuántos? ¿Quince años menos que tú?
– Trece -dijo Riley-. Estoy expandiendo mis horizontes aprendiendo cosas sobre el mundo de las plantas. Tú, por otra parte, eres tan rutinario que ni siquiera puedes ver tus propios horizontes. Sal con nosotros, encuentra a alguien…
– Con una estudiante. -Gabe sacudió la cabeza, asqueado-. No. Esta noche voy a invitar a cenar a Chloe. Voy a estar con alguien.
Riley sacudió la cabeza, igualmente asqueado.
– Por más que me guste Chloe, dormir con tu ex esposa no te va a sacar de la rutina.
– De la misma forma en que dormir con una estudiante de primer año de la universidad no te va a ayudar a alcanzar la adultez -dijo Gabe.
– Bueno, piensa lo que quieras. -Riley se puso de pie, cordial como siempre-. Dale mis saludos a Jack y a los muchachos el lunes. -Levantó la silla rota y la reemplazó por la que estaba junto a la ventana y luego se marchó, y Gabe comenzó a ordenar el resto de los papeles manchados que estaban sobre el escritorio. Después de una reflexión, levantó el teléfono y apretó la tecla de discado rápido que tenía programado el número del The Star-Struck Cup, la casa de té de su ex esposa. Podría haber cruzado la puerta que comunicaba la sala de recepción de la agencia con la tienda de venta al público de The Cup y hablar con su ex en persona, pero no quería ver a Chloe en ese momento, sólo quería asegurarse de que tendría acceso a su persona más tarde.
Cuando Chloe atendió, con la voz burbujeante en el teléfono, él dijo:
– Soy yo.
– Bien -dijo ella, mientras algunas de las burbujas se disipaban-. Oye, recién estuvo una mujer aquí que compró galletitas de almendra. Alta y delgada. Pelirroja perdiendo el color. Ojos bonitos. ¿Viene de tu oficina?
– Sí, pero no es una clienta, así que puedes ahorrarte el discurso de que tengo que salvarla. Es la reemplazante temporaria de Lynnie.
– Tiene un aspecto interesante -dijo Chloe-. Apuesto que es de virgo. Dame su fecha de nacimiento.
– No. ¿Cena a las ocho?
– Sí, por favor. Tenemos que hablar. Lu piensa que tal vez, se haga un paseo por Europa como mochilera este otoño.
– De ninguna manera. Ya pagué las cuotas del primer trimestre de la universidad.
– Estamos hablando de la vida de tu hija, Gabe.
– No. Apenas tiene dieciocho años. Es demasiado joven para ir sola a Europa.
– Tiene la misma edad que tenía yo cuando me casé contigo -señaló Chloe.
Y fíjate qué mala decisión tomaste.
– Chloe, ella va a ir a la universidad. Si la detesta después del primer trimestre, hablamos.
Chloe suspiró.
– Está bien. En cuanto a esta chica de virgo…
– No -dijo Gabe y colgó, pensando en su adorable y rubia hija que estaba haciendo planes para irse de mochilera a países lejanos llenos de hombres depredadores, mientras su adorable y rubia ex esposa consultaba las mismas estrellas que le habían dicho que se divorciara de él.
Volvió a buscar las aspirinas y esta vez las bajó con el whisky Glenlivet que siempre guardaba en el cajón inferior, como lo había hecho su padre antes que él. Tendría que hacer algo respecto de Chloe y Lu, sin mencionar a Jack Dysart y a Trevor Ogilvie y cualquiera fuera el lío en que se habían metido ellos mismos y a su estudio legal esta vez. La única perspectiva alegre de su futuro era que pocas horas más tarde dormiría con Chloe. Eso siempre era agradable.
¿ Agradable ? Se detuvo. Por Cristo, ¿qué había pasado con «ardiente»? No podría ser Chloe, ella estaba igual que siempre.
Entonces soy yo , pensó, mirando la botella de whisky escocés en una mano y el frasco de aspirinas en la otra. Estoy acabado; necesito alcohol y drogas para soportar un día entero.
Por supuesto que lo que él tomaba en exceso era Glenlivet y Bayer, no ginebra barata y crack. Sus ojos se detuvieron en la fotografía que estaba en la pared opuesta: su papá y Trevor Ogilvie, cuarenta años antes, las manos de cada uno aferradas sobre el hombro del traje a rayas del otro, sonriendo a la cámara, brindando con vasos de whisky. Una buena y antigua tradición, pensó, y recordó a su padre que decía: «Trevor es un gran tipo, pero sin mí, dejaría de prestar atención a sus problemas hasta que le explotaran en la cara».
Me dejaste más que la agencia, papá.
Sin que eso lo alegrara, Gabe guardó ambas botellas en el escritorio y comenzó a clasificar el desorden para encontrar sus anotaciones. Era una gran cosa que tuvieran una secretaria que empezaría el lunes. Él necesitaba a alguien que obedeciera órdenes y que le hiciera la vida más fácil, como había hecho Chloe cuando había sido su secretaria. Echó una mirada de inquietud a la ventana rota. Estaba bastante seguro de que Eleanor Dysart le haría la vida más fácil.
Y si no era así, la despediría, aunque fuera la ex cuñada de su cliente más importante. Si había algo que no necesitaba en su vida era más gente que lo volviera loco.
De eso ya tenía suficiente.
Al otro lado del parque del barrio, Nell estaba sentada a la gran mesa de cenar de su muy pequeño departamento y decía:
– Y entonces, cuando me estaba yendo, la persiana se cayó haciendo un ruido enorme y ahí estaba la ventana rota.
Miró impasible mientras su cuñada, Suze Dysart, sufría un ataque de hipo por la risa, una belleza platinada incluso cuando jadeaba.
– Tal vez crea que la rompió alguien desde afuera -dijo Margie, la otra cuñada de Nell, desde un costado, con su cara pequeña y poco atractiva mostrando la misma esperanza de siempre por encima de la taza de café que Nell acababa de servirle-. Si tú nunca se lo dices, quizás él jamás se entere. -Sacó un pequeño termo plateado de su cartera mientras hablaba y agregó a su taza la leche de soja que siempre llevaba consigo.
– Él es un detective -dijo Nell-. Por Dios, espero que se dé cuenta; si no estaré trabajando para Elmer Fudd.
– Oh, por Dios, hacía mucho tiempo que no me reía así. -Suze respiró profundamente-. ¿Qué vas a hacer con respecto a la alfombra?
– Tal vez puedas poner la parte agujereada debajo del escritorio. -Margie buscó una galletita de almendra-. Si nunca la ve, tal vez jamás se dé cuenta. -Mordió la galletita y dijo-: Me encantan, pero la mujer que las hace es muy tacaña con la receta.
– Si tú pudieras hacer las galletitas, ¿se las comprarías a ella? -dijo Suze, y cuando Margie sacudió la cabeza, agregó-: Bueno, por eso. -Se volvió hacia Nell y empujó el plato de galletitas hacia ella-. Come y cuéntanos más. ¿Cómo es el lugar? ¿Cómo es tu nuevo jefe?
– Es un desordenado -dijo Nell-. Voy a tardar las seis semanas completas sólo para limpiarle el escritorio. -Ése era un buen pensamiento, organizarle la vida a alguien, volver a estar a cargo de las cosas. Es hora de seguir avanzando , pensó y se quedó inmóvil.
– Ay. -Margie miró por debajo de la mesa-. ¿Qué acabo de patear? ¿Por qué hay cajas aquí abajo?
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