Clare no desvió los ojos del cielo.
– Yo también las echaré de menos.
Se volvió para mirarlo y el corazón le dio un vuelco al ver la angustia que reflejaban sus ojos.
– Háblame de Pippa -le suplicó.
Aquel atardecer, con el rostro iluminado por el brillo de los últimos rayos de sol, Clare empezó a hablar. Sabía que a su hermana le habría gustado que la recordara alegre, así que pasó por alto las terribles semanas de su enfermedad y le dijo cuánto lo había amado Pippa, lo que había lamentado marcharse de aquel modo y cuánto habría deseado poder regresar a Bushman's Creek para estar junto a él y su hija.
Cuando terminó de hablar, Clare estaba otra vez llorando y Jack le apretó la mano con fuerza. Sus dedos eran cálidos y fuertes como los de Gray.
– Gracias por tus palabras, Clare, y por mantener tu promesa y traerme a Alice. Es lo único que me queda de Pippa. Te prometo que cuidaré de ella como Pippa habría deseado.
– Sé que lo harás -respondió Clare entre sollozos.
Jack le apretó otra vez la mano y después se la soltó.
– ¿Y tú qué vas a hacer ahora?
– ¡Oh! Tengo mi vida en Londres -le dijo, tratando de mostrar entusiasmo.
– Sí, ya me lo ha dicho Gray. Me contó lo de la boda y todo lo que has hecho por Pippa, por Alice… por nosotros. Yo quería pedirte que te quedaras en el rancho, pero Gray dice que ya has hecho bastante y que deseas marcharte a casa.
Clare evitó mirarlo, y permaneció con las manos apretadas sobre el regazo.
– Creo que será lo mejor -le dijo, pensando que a Gray le había faltado tiempo para decidir su partida.
– No te pido que te quedes para siempre, pero sí durante un tiempo. No te lo pido por mí, sino por Alice. Todavía te necesita.
Clare negó con la cabeza.
– No, es a ti a quien necesita ahora, Jack. Tenéis que construiros una vida juntos y yo no formo parte de ella. Cuanto antes me vaya, antes se acostumbrará a ti -la voz estuvo a punto de quebrársele, pero se tranquilizó-. Si pensara que Alice me necesita de verdad, por supuesto que me quedaría, pero creo que es hora de que cada uno continuemos con nuestras vidas, y es mejor que me vaya. Le será más fácil olvidarme ahora que es un bebé.
Jack la estudió con aquellos ojos que se parecían tanto a los de Gray y Alice.
– ¿Estás segura?
Clare asintió y tragó saliva, para tratar de librarse del nudo que se le había hecho en la garganta.
– Lo único que sé es que cuanto más tiempo me quede, más me va a costar despedirme de ella.
– Lo comprendo. ¿Cuándo te quieres marchar?
– Lo antes posible -le dijo, en voz baja, preguntándose si le llegaba el sonido de su corazón rompiéndose en pedazos.
– Mañana hay un avión a Darwin y desde allí podrás tomar un vuelo internacional -calló un momento, mientras observaba el perfil de Clare, con cierta ansiedad-. Gray dice que Lizzy vendrá a ayudarnos hasta que podamos encontrar una gobernanta -Clare sintió una opresión en el pecho-, pero tendrás que decirle a Lizzy la verdad sobre tu matrimonio. ¿Te importará tener que hacerlo?
– No -respondió, desolada-. Ya no importa.
Clare se quitó los anillos y los dejó sobre la cómoda, donde Gray los pudiera encontrar fácilmente. Miró a su alrededor, como tratando de grabar aquella habitación en su retina para siempre, después tomó su maleta, muy ligera ahora que ya no contenía las cosas de Alice, y salió al porche, donde la esperaban Jack y Alice.
Clare tomó en sus brazos a la niña por última vez. Tenía muchas cosas que decirle, pero era demasiado pequeña para entenderlo, y se limitó a abrazarla con fuerza, esperando que Alice se diera cuenta de cuánto la quería. Alice jugueteó con sus cabellos, alegremente y Clare tuvo que cerrar los ojos para contener las lágrimas.
– No permitiré que te olvide -le dijo Jack-. Te enviaré fotos y puedes venir a visitarnos.
– Ya no será lo mismo -consiguió decir, aún con los ojos cerrados.
Oyó llegar la camioneta y los pasos familiares de Gray subiendo las escaleras del porche.
– ¿Clare? -le tocó el brazo y su voz era muy suave-. Si quieres llegar a tiempo para el avión de Darwin tenemos que irnos.
Clare asintió, enmudecida por la desesperación. Besó a Alice por última vez, se la entregó a Jack y después empezó a bajar las escaleras, sin volver la vista atrás.
Como si se hubiera dado cuenta de repente de lo que sucedía, Alice empezó a llorar y Clare se tapó los oídos con desesperación. Gray puso la maleta en la parte trasera de la camioneta y se sentó a su lado. Tras observar su rostro un momento, puso en marcha el motor, tratando así de que no se oyera el llanto de Alice, que cada vez lloraba con más desesperación.
– Vámonos, por favor -susurró Clare y Gray arrancó.
Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, mientras que con la mirada siempre al frente, se apretaba con fuerza los oídos, como temiendo oír aún el llanto de Alice. A pesar de repetirse que no debía volver la vista, no pudo evitar darse la vuelta para ver por última vez la casa y las figuras que la despedían en el porche.
Pero tanto la casa, como Alice y Jack habían desaparecido ya como tragados por el rojo polvo del desierto que iba levantando la camioneta.
Sintiéndose morir de pena, Clare miró al frente di nuevo. Aquella sería la última vez que pasara al lado de riachuelo. Tenía que recordarlo todo, porque los recuerdos serían lo único que le quedaría.
Para alivio suyo, Gray no intentó entablar conversación. En la pista de aterrizaje colocó su maleta en la avioneta y cuando la ayudó a subir, volver a sentir el roce de sus manos le resultó muy difícil de soportar.
Había dejado la camioneta a la sombra y pensó que la encontraría allí cuando regresara, pero que ella no estaría.
Aun viendo lo difícil que le resultaba marcharse Clare sabía que hacía lo correcto, aunque una parte de ella se negara a creer que ya no volvería a viajar en la destartalada camioneta, que nunca volvería a subir la; escaleras del porche, ni dejar que la puerta se cerrara tras ella. No vería a Alice ponerse de pie, ni dar sus primeros pasos o decir las primeras palabras.
Y Gray permanecería allí sin ella, moviéndose por aquellas tierras con su ágil caminar, entrecerrando los ojos para avistar el horizonte, sacudiéndose el polvo de sombrero, y ya era demasiado tarde para decirle cuánto lo amaba.
El avión de Darwin estaba ya estaba listo en la pista con la hélice en movimiento, cuando aterrizaron en Mathinson. Clare se alegró en el fondo, porque así se ahorrarían una despedida larga.
Como una autómata, compró el billete y facturó el equipaje. Después de cumplir con todos los trámites de aeropuerto, Clare y Gray se quedaron mirándose en silencio.
– ¿Vas a regresar directamente? -preguntó ella, finalmente.
– Lizzy llega hoy de Perth -le dijo Gray, con voz cansada-. Su vuelo aterrizará dentro de un par de horas, así que haré tiempo hasta entonces y me la llevaré a casa.
– Muy bien -Clare no pudo seguir mirándolo, así que se concentró en la tarjeta de embarque, que no dejaba de manosear-. Alice estará bien -le dijo, sin estar segura de si estaba tratando de convencerse a sí misma o a Gray.
– Por supuesto que sí.
Una azafata empezó a recoger las tarjetas de embarque y Clare se dio cuenta de que había llegado la hora de la despedida.
– Bueno… -parece que ya ha llegado el momento.
– Sí.
Se miraron sin decir palabra. Clare, sintiendo una mezcla de deseo y pánico, pensó que si Gray la tocaba estaría perdida, pero no lo hizo. Le vio apretar las manos, pero la dejó volverse y entregar la tarjeta de embarque a la azafata.
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