– Eres mi esposa y tienes todo el derecho a molestarte por encontrarme con otra mujer.
– Pero no soy una esposa de verdad, ¿no es así, Gray? -Clare quitó el babero a Alice y, tras levantarla de la silla, la dejó en el suelo con una caja de plástico en las manos para que jugara-. Si nos hubiéramos casado en circunstancias normales, supongo que me habría molestado, pero en este caso no creo que sea asunto mío. Entiendo cómo te debes haber sentido.
– ¿De verdad? -le preguntó con sarcasmo-. ¿Y cómo me sentí?
Clare lo miró con valentía.
– Bueno, supongo que pensaste que era una lástima que Lizzy no se hubiera decidido a romper su compromiso hasta el día después de tu boda.
Gray la miró un momento sin saber qué hacer y después se acercó al fregadero para llenar la hervidora de agua. La encendió y, cuando se dio la vuelta, ya volvía a ser el mismo hombre controlado de siempre, aunque las minúsculas pulsaciones de un músculo en su mentón delataban los esfuerzos que estaba haciendo para mantener la calma.
– Pues te aseguro Clare que no es eso lo que pensé -le dijo con frialdad-. Simplemente sentí lástima por lo disgustada que estaba Lizzy. Romper un compromiso no es una decisión fácil de tomar.
– Bueno, ella debería saber cómo hacerlo -le dijo, con sarcasmo-. ¡Tiene mucha práctica!
– ¡No estás siendo justa! -le respondió enfadado.
– ¿Ah, no? -aclaró el trapo bajo el grifo y lo retorció con una fuerza innecesaria-. ¿Acaso eres más justo tú cuando la animas a seguir esperando a su príncipe azul? Deberías haberle dicho la verdad, Gray. Entonces no pensaría que tenemos una relación tan maravillosa, ¿verdad? ¡Sabe Dios de dónde habrá sacado esa idea!
– Simplemente ha percibido la atracción sexual que hay entre nosotros -le respondió Gray con frialdad, mientras sacaba el café del armario. Miró a Clare que se había quedado muy quieta al lado del fregadero-. Eso no se puede negar. No después de lo de anoche.
Clare se ruborizó y levantó la barbilla.
– No iba a negarlo, pero ser compatibles en la cama no convierte el resto de la relación en perfecta.
– ¡Clare, te aseguro que eso no tienes que recordármelo! -le dijo, con frialdad-. Sin embargo, la atracción sexual es importante y ni toda la amistad o el respeto del mundo pueden sustituirla. Si no existe entre Lizzy y Stephen es que él no es el hombre apropiado para ella.
Clare estaba deseando que terminara aquel día que tan bien había empezado. A medida que avanzaba la mañana un gran número de gente, que el día anterior había encontrado dónde dormir, apareció frotándose los ojos. Encantada de poder hacer algo que la mantuviera ocupada y no la dejara pensar, Clare les ofreció una comida y después fue con Alice a despedirlos a la pista de aterrizaje donde, una tras otra, fueron despegando todas las avionetas.
Lizzy fue la última en marcharse. Conocía a todo el mundo y no le fue difícil que la llevaran hasta el aeropuerto de Mathinson, desde donde podía tomar un avión de vuelta a Perth.
– Lamento tanto lo sucedido antes -dijo a Clare, mientras la abrazaba-. No pretendía estropearte la mañana.
– No importa -le respondió Clare, con los labios apretados.
– Os habéis portado de maravilla -siguió diciendo Lizzy, abrazando a Gray esta vez-. Tenéis mucha suerte de estar juntos. En cuanto a ti -tomó a Alice en sus brazos-, eres una preciosidad.
Encantada como siempre de ser el centro de atención, Alice sonrió y se apretó contra Lizzy, que la besó con cariño.
– Es un bebé encantador. Cuando queráis tener una luna de miel como Dios manda, estaré encantada de venir a cuidar de ella, mientras estáis fuera.
– Pero… ¿y tu trabajo? -le preguntó Clare, sorprendida.
– Gray tenía razón cuando me dijo esta mañana que una taza de café me vendría bien -le dijo Lizzy, alegremente-. He pensado mucho desde entonces y creo que es hora de que se produzcan algunos cambios en mi vida. Me ha gustado mi trabajo, pero lo llevo haciendo un montón de tiempo y ya me aburre. En cuanto regrese, dimitiré y me pondré a buscar algo diferente, así que tendré tiempo para venir y ayudaros, si me necesitáis.
Gray miró el rostro inexpresivo de Clare.
– Es muy amable por tu parte, Lizzy -le dijo-. Tal vez te tomemos la palabra. Por el momento no nos podemos ir… pero tal vez cuando regrese Jack.
Clare pensó que seguía siendo un actor excelente, porque nunca se irían de luna de miel. Ella regresaría a Inglaterra y Gray tendría la excusa perfecta para que Lizzy volviera a Bushman's Creek para ocupar su lugar. Se despidió de los últimos invitados, con una sonrisa forzada en los labios y asintiendo cada vez que le decían lo feliz que debía estar por haberse casado con un hombre tan estupendo.
Se sintió muy aliviada al ver desaparecer en el cielo la última avioneta y poder dejar de sonreír. Clare se quedó sola en aquel desierto rojizo, con Gray y Alice, mirando al cielo hasta que las avionetas se convirtieron en un pequeño punto en la distancia y se volvió a hacer el silencio sobre Bushman's Creek.
Después de todo el barullo, Alice se mostró cansada e irritable el resto del día. Clare comprendía cómo se sentía y deseó poder gritar y tirar cosas como hacían los bebés. Para cuando pudo acostar a Alice aquella noche estaba exhausta.
– Creo que me voy a la cama -le dijo, después de que Gray le ofreciera un café tras una cena que había transcurrido en completo silencio. Era el día libre de los trabajadores y habían aprovechado para marcharse al pub de Mathinson, así que estaban solos. Los dos habían hecho un tremendo esfuerzo por aparentar normalidad, pero parecían no tener nada de qué hablar-. Estoy cansada -le dijo Clare.
– Todos estamos cansados -admitió él, con cierta desolación en el tono de voz.
Por lo menos era una excusa para tumbarse en la cama sin tocarse. Clare pensó en volver a su antigua habitación, pero solo conseguiría poner en evidencia ante Gray lo dolida que estaba, y eso no podía consentirlo. Tal vez el orgullo fuera un pobre consuelo, pero era lo único que le quedaba.
Así que cuando Gray entró en la alcoba, fingió estar dormida y permaneció echada de espaldas a él.
Le pudo oír trajinar por la habitación. Habría deseado estar dormida, pero, ¿cómo iba a poder relajarse si la oscuridad vibraba con los sonidos que emitía al desvestirse? Podía imaginárselo claramente sacándose la camisa de los pantalones, desabrochándose el cinturón, quitándose las botas… Apretó los ojos con fuerza para tratar de apartar aquellas seductoras imágenes de su cabeza.
Notó como se hundía la cama bajo su peso, cuando se acostó a su lado, y se puso tensa, deseando y temiendo a la vez que la tocara, porque sabía que se entregaría a él por completo en cuanto lo hiciera. Notó que la miraba y dudaba, pero ninguna voz profunda murmuró su nombre para comprobar si estaba despierta, ninguna mano se deslizó seductora sobre la curva de su cadera, ni sintió que la besaban en el hombro, hasta que, ardiente de deseo se daba la vuelta para perderse en sus brazos.
Le dolía el cuerpo de cansancio, pero estaba demasiado triste y agotada para relajarse, y apenas se había adormecido un poco cuando el llanto de Alice la despertó y le hizo saltar de la cama. Al final ninguno de los dos durmió mucho, porque en cuanto Clare o Gray se volvían a echar, Alice empezaba a llorar de nuevo y así durante toda la noche.
Como la situación continuó las noches siguientes, Clare empezó a temer que Alice pudiera estar enferma, y Gray lo dejó todo para llevarlas al médico en Mathinson.
– Solo se trata de una fase -les había dicho el médico, añadiendo que se le pasaría y que no había motivo alguno de preocupación, pero para entonces Clare lo que más deseaba en el mundo era poder dormir una noche entera.
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