– ¡Gah! -repitió Alice, esta vez con más fuerza, y al ver que seguían sin hacerle caso tiró la cuchara al suelo.
El sonido hizo que Gray levantara la cabeza y viera a Clare mirándolos, afligida.
– ¡Clare! -dijo y soltó a Lizzy para dirigirse hacia donde estaba ella.
Temerosa de traicionarse echándose a llorar en cualquier momento, Clare escogió la postura más segura y se refugió tras una máscara de fría indiferencia.
– No os preocupéis por mí -dijo con frialdad, mientras se agachaba para recoger la cuchara.
– Pensé que estabas dormida -dijo Gray.
Clare pensó, con amargura, que no le cabía ninguna duda de ello.
– ¿Ah, sí?
Gray entrecerró los ojos al percibir su tono irónico.
– Alice y yo vinimos a la cocina para hacerte una taza de té -perseveró.
– ¡Y me encontraron a mí llorando en tu cocina! -intervino Lizzy. Se secó la cara y sonrió con tristeza a Clare, que por primera vez se dio cuenta de que había estado llorando-. Lo siento, Clare, ya sé que es una mañana muy especial para ti. No quería estropeártela.
Parecía muy disgustada, pero no culpable de que Clare la hubiera sorprendido dando un apasionado abrazo a su marido, al día siguiente de su boda. Clare sintió que las garras de los celos empezaban a desclavarse de su corazón.
– ¿Qué ocurre? -preguntó.
Lizzy respiró profundamente.
– He decidido no casarme con Stephen -le dijo.
– Pero… ¿por qué? -Clare la miró consternada. Lizzy tenía que casarse con Stephen, ¿cómo si no iba Gray a olvidarla?
– Creo que no nos amamos lo suficiente -respondió Lizzy con tristeza.
Clare pensó que por lo menos no había dicho que, finalmente, había terminado por darse cuenta de que seguía enamorada de Gray. El miedo que había sentido al verlos abrazados había sido tremendo, pero aquello era casi igual de duro. Gray no la amaría nunca mientras Lizzy estuviera libre, mientras hubiera una remota posibilidad de que pudiera ser suya.
– Claro que amas a Stephen -se apresuró a decirle-. ¡Es maravilloso, divertido, inteligente y además está enamorado de ti! -vio como la expresión de Gray se endurecía. Estaba claro que no le nacían ninguna gracia sus intentos de convencer a Lizzy para que se quedara con Stephen, pero de todos modos siguió intentándolo-. No tomes ninguna decisión precipitada, Lizzy. Stephen es un buen hombre y está hecho para ti. Le echarás más de menos de lo que crees.
– Tú no lo entiendes -Lizzy sollozó de nuevo-, porque tienes a Gray.
– Créeme, sé de lo que estoy hablando -insistió Clare, sin mirar a Gray-, el amor de verdad solo se presenta una vez, y cuando ocurre se debe hacer todo lo posible por conservarlo -aquello, después de todo era lo que ella estaba haciendo-. No eches a perder algo que podría ser tan especial, porque lo lamentarás el resto de tu vida.
– ¡De eso se trata! -dijo Lizzy entre sollozos-. No estoy segura de que lo que Stephen y yo tenemos sea tan especial. Ayer os observaba a vosotros y cuando os mirabais era como si no hubiera nadie más en el mundo. Entonces me di cuenta de que si me casaba con Stephen no sería igual. Nosotros no tenemos lo que tenéis Gray y tú.
– Para nosotros, es… diferente -dijo Gray, lanzando una mirada de advertencia a Clare.
– Ya lo sé -asintió-. A eso me refiero. Entre vosotros hay algo que relampaguea cuando estáis juntos. Ni siquiera hace falta que os toquéis. Hay electricidad en el aire entre vosotros y eso no ocurre entre Stephen y yo.
Se hizo un incómodo silencio.
– Pero Stephen y tu parecíais felices juntos -insistió Clare, con desesperación.
Lizzy suspiró.
– Sí, claro. Nos llevamos bien, y lo quiero mucho, por supuesto, pero no se da entre nosotros esa chispa que veo entre vosotros. Cuando miro hacia atrás me doy cuenta de que tal vez nos comprometimos porque todas nuestras amistades empezaban a casarse. Tenemos muchas cosas en común y nos encontramos bien juntos, así que pensamos que eso bastaría, pero ahora que he visto cómo debería ser una relación, no me puedo conformar. Si me caso tiene que ser perfecto.
– Lizzy… -Clare la miró con desesperación-. Lizzy, nunca es perfecto. No puedes fijarte en nosotros, porque cada pareja tiene sus propias razones para casarse -continuó, escogiendo sus palabras cuidadosamente-. Gray y yo sabemos cuáles son las nuestras, pero no serían las más apropiadas para ti, ¿verdad? -añadió, mirando a Gray, desafiante, pero él no contestó.
Lizzy se pasó los dedos por los cabellos.
– Pensáis que soy una ridícula romántica, ¿verdad? -les dijo, con una sonrisa cansada-. Bueno, tal vez lo sea, pero creo que tengo razón. Anoche no pegué ojo -confesó-. Me pasé la noche pensando en Stephen y creo que no sería honesta con él si nos casáramos sin estar segura de que es el hombre apropiado para mí. En cuanto llegué a la conclusión de que en realidad no deseaba casarme con él, me sentí aliviada y supe que había tomado la decisión acertada -tomó un pañuelo de papel y se sonó la nariz-. La verdad es que no sé por qué lloro -admitió, avergonzada-. Imagino que será porque ya tengo treinta años y deberé empezar de nuevo. Todo el mundo está casado, menos yo. ¿Y si nunca encuentro al hombre que me conviene?
– Lo encontrarás -le aseguró Gray, al tiempo que le daba un fuerte abrazo-. Tengas la edad que tengas siempre serás maravillosa y te mereces lo mejor. Dentro de poco te tocará a ti, te lo prometo. Hay alguien esperándote y cuando lo encuentres sabrás que hiciste lo correcto al esperar a tu príncipe azul.
– Gracias, Gray -Lizzy le sonrió y le devolvió el abrazo-. Siempre has sido mi mejor amigo. ¡No pretendía pasarme la mañana llorando en tu hombro!
– Aquí lo tienes para cuando lo necesites -le dijo, abrazándola de nuevo-. Vamos Lizzy, deja de llorar y ve a darte una ducha. Nosotros te prepararemos un café. Ya verás como después te sentirás mucho mejor.
MIENTRAS daba de desayunar a Alice, Clare pensó con cierta amargura que le parecía muy bien que Gray se preocupara por los sentimientos de Lizzy, pero… ¿y los de ella?
Era como si una piedra le obstruyera la garganta, pero se negaba a llorar. No iba a hacer una escena. Si se abandonaba a las lágrimas y los celos haría el ridículo y avergonzaría a Gray. A pesar de todo lo sucedido, Clare no quería que algo así ocurriera. No después de lo que había pasado la noche anterior.
Al fin y al cabo era culpa de ella, por empeñarse en creer que hacer el amor llegaría a significar para Gray tanto como para ella. No le había parecido tan absurdo pensarlo cuando Lizzy estaba aún comprometida con Stephen, pero ya era libre, todo había cambiado.
Mientras terminaba de dar de desayunar a Alice, que por una vez comía sin rechistar, Clare deseó poder hacer retroceder el tiempo y no haber ido a la cocina para encontrarse a Gray y Lizzy abrazados.
Tenía dos opciones, bien actuar como la esposa agraviada y agobiar a Gray con exigencias poco razonables de que no tuviera nada que ver con su más querida amiga de la infancia, o bien salvar lo que le quedaba de orgullo y fingir que le daba igual lo que hiciera y a quién amara.
Cuando Gray volvió a entrar en la cocina, Clare estaba limpiándole la cara y las manos a Alice con un trapo húmedo.
– Lamento lo sucedido -le dijo él, con cuidado, buscando la expresión de sus ojos.
– No necesitas disculparte -le respondió con indiferencia.
– Me levanté al oír a Alice, y la bajé a la cocina para no despertarte. Te iba a llevar el desayuno a la cama, pero me encontré con Lizzy hecha un mar de lágrimas y no iba a dejarla así.
– Claro que no -respondió Clare-. No tienes por qué darme explicaciones.
Читать дальше