Alex dejó de caminar y Shea se quedó de puntillas chupándole el lóbulo de la oreja. Pero en vez de volverse hacia ella, Alex se había apartado.
– Shea, tenemos que hablar.
– Ya lo sé.
Frunció el ceño ligeramente. ¿Sabría Alex que estaba embarazada? No, por supuesto que no. Los dos habían pensado que habían sido muy cuidadosos y Alex siempre había usado protección. Aparte de aquella primera vez. Shea sonrió para sí misma. Pero aquella y única vez había sido suficiente para concebir a su hijo.
– Shea, yo… -Alex se detuvo y se pasó la mano por el pelo con nerviosismo-. Ya sabes que quiero ampliar mi educación, que había planeado mantener el trabajo en la tienda de surf e ir a la universidad a tiempo parcial, ¿verdad?
Shea asintió con la cabeza.
– Bueno, eso me llevaría unos cuantos años más que si estudiara a tiempo completo.
– Pero creía que no podías permitírtelo ni siquiera con la beca -empezó Shea.
– Y no podía. Por eso esta idea de Joe Rosten es tan estupenda. Quiere pagarme los estudios para que después empiece a trabajar con él. Me pagará la matrícula, los gastos de manutención, etc. Es un sueño hecho realidad.
– ¿Quieres decir que el señor Rosten va a darte una especie de beca?
– Algo así. Por supuesto, tendré que trabajar para él en cuanto consiga mi título, pero eso no es problema. Hay cientos de personas que matarían por conseguirlo. Y yo sacaré mi título y tendré un trabajo esperando por mí -Alex sacudió la cabeza-. Todavía no puedo creerlo.
– Alex, suena maravilloso. ¿Cuándo te lo pidió? ¿Cómo se acercó a ti para preguntártelo?
– Vino a la tienda ayer con Patti, empezamos a hablar acerca de mis planes y de repente me hizo la oferta. Así de sencillo. Entonces, anoche se pasó por mi casa y habló con mi padre acerca de ello. Ya sabes que papá y Joe se conocen de cuando Joe estuvo aquí durante la guerra.
– Oh, Alex. Yo tampoco puedo creerlo -Shea le abrazó-. ¿A qué universidad piensas ir? Supongo que Queensland es la más cercana.
– Bueno, ese es el asunto, Shea. Joe se vuelve a Estados Unidos y quiere que me vaya con él a la misma universidad a la que asistió él.
– ¿Quieres decir que quiere que vivas en Estados Unidos? -preguntó con incredulidad Shea antes de que Alex asintiera-. Pero eso es un trastorno enorme. ¿Qué piensa tu padre?
– A papá no le importa. No es como si Joe fuera un desconocido. Papá se ha mantenido en contacto con él desde la guerra y Joe quiere que mi padre vaya a visitarnos de vez en cuando. Ya sabes que Joe y Patti sólo vienen aquí los veranos.
Ella sintió que se le secaba a boca. Y todo el verano, Patti Rosten había estado persiguiendo a Alex. No era que él lo hubiera notado, pero… -Shea sintió el primer temblor de intranquilidad-. Pero el señor Rosten ha comprado la casa grande blanca.
– Sólo como inversión. Joe y Patti se van la próxima semana y quieren que me vaya con ellos.
¿Quería decir Alex que iba a irse sin ella?
– ¿Y por qué tan pronto? -consiguió decir.
¿Quizá ella lo seguiría más adelante?
– Parece lo más sensato. Así tendré tiempo de instalarme. Joe va a alquilarme un pequeño apartamento adosado a su casa y así podré estudiar algo antes de que empiece el curso.
– ¿Y qué pasará conmigo?
– Ya sabes lo que siento por ti, Shea -dijo con cuidado Alex-. Pero he estado pensando en nosotros y, bueno, me siento muy culpable porque tú eres muy joven y yo no debería haberme aprovechado de eso.
– ¿Aprovecharte? ¿Quieres decir que no deberíamos haber hecho el amor?
– No, no deberíamos. Tú eres tan joven y…
– Alex, por Dios bendito. Ya no soy una niña y he pasado la edad de consentimiento sexual.
Alex alzó las manos pero las dejó caer.
– Quería decir que eres inexperimentada y…
– Sé lo suficiente como para saber que te amo Alex. Siempre te he amado.
– Y yo también te amo. Pero el momento no es el adecuado, Shea. Necesitas… bueno, vivir un poco más la vida.
– ¿Probar con otro hombre? -gritó enfadada Shea.
– ¡Dios santo, no! No quería decir eso. Sólo… -Alex sacudió la cabeza-. Quería decir que sólo tienes diecisiete años, eres demasiado joven como para establecerte.
– ¿Por qué no puedo ir contigo? Yo también podría conseguir un trabajo.
– Creo que debo hacer esto por mi cuenta una temporada. Pienso que necesitaré toda la concentración y esfuerzo posibles, sin distracciones.
– ¿Y yo sería una distracción? ¿Es así como me ves?
– Ya sabes que no es eso lo que quiero decir. De momento, no tengo nada que ofrecerte, Shea, excepto pobreza. Ni siquiera es mío ese viejo coche destartalado. Quiero más para ti.
– Yo sólo te quiero a ti, Alex.
– Mira, Shea. Sólo serán unos pocos años. Conseguiré mi título y…
– ¿Unos pocos años? Si ni siquiera puedo pasarme un día sin ti, cuanto menos unos años. Te necesito ahora.
– Shea, me halaga que creas sentir eso por mí y, si sigues sintiéndolo dentro de un par de años, entonces podremos hacer planes.
– ¿Hacer planes? Yo pensé que ya teníamos planes hechos, Alex.
– Sólo los estamos posponiendo un tiempo. Shea, por favor. No me pongas esto más difícil.
– ¿Ponértelo más difícil? -Shea alzó la voz-. ¡Dios mío, Alex! Eres un arrogante y despreciable bastardo y te odio. ¡Te odio!
El se movió hacia ella, pero ella dio un paso atrás.
– ¡No! ¡No me toques! Te odio de verdad, Alex, y no quiero volver a verte nunca.
Él intentó alcanzarla de nuevo, pero ella le dio un empujón y, tropezando con torpeza en una hondonada, Alex cayó de espaldas contra la suave arena.
Shea se dio la vuelta. Salió corriendo por la playa y trepó la duna cubierta de hierba. Estaba al borde de la carretera cuando Alex llegó a la base. Por suerte, pasó un taxi en ese momento y Shea lo paró agitando los brazos con frenesí, de forma que cuando Alex cruzó la carretera, ella ya estaba sentada en la parte trasera. Le observó quedarse de pie con impotencia bajo la luz de la luna mientras el taxi arrancaba.
Durante cinco días, se negó a verlo y no contestó a sus llamadas. Al final, cuando Alex estaba a punto de partir al día siguiente, fue Jamie el que la convenció para que hablara con él.
– ¿Sigues pensando que deberíamos esperar unos años, Alex? -le preguntó sin rodeos.
– Shea, no quiero que nos separemos así… -empezó Alex.
– ¿Sigues queriendo ir a Estados Unidos tú solo? -repitió Shea.
– Sí, Shea, eso quiero. Tú eres joven y…
– Entonces no hay nada más que decir, ¿verdad? -le atajó ella-. Adiós, Alex. Que lo pases muy bien.
Shea suspiró y se recostó contra las almohadas. En retrospectiva, desde la seguridad de once años después, podía reconocer que parte de su dolor se lo había infligido ella misma.
Con la arrogancia, egoísmo e ingenuidad de la juventud, ella simplemente lo había adorado y le había erigido en una especie de dios. Entonces, cuando había descubierto que el dios tenía los pies de barro, que había caído del pedestal en que ella le había colocado con su ceguera, ella casi se había derrumbado junto a él.
Shea arrellanó los almohadones inquieta y cerró los ojos, deseando que llegara el olvido del sueño. Alex sólo estaba de vuelta en su vida desde hacía unas pocas horas y ella ya le estaba disculpando.
La cara de Alex seguía deslizándose con facilidad en su mente.
Una parte de ella reconocía que sería fácil caer bajo su hechizo de nuevo. Había pensado que lo había perdido todo la última vez, pero ahora tenía mucho más que perder.
Niall. El corazón se le contrajo de dolor. Si Alex descubriera que tenía un hijo, ¿intentaría apartar a Niall de ella? No. Alex no haría eso. ¿O sí?
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