Lynsey Stevens - Volver a tus Brazos

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Shea había quedado devastada cuando su amor de juventud la había abandonado para seguir su carrera. Alex Finlay había sido toda su vida, ¿Cómo podía culparla de haberse refugiado en su primo en busca de consuelo?
Durante diez años, el pensamiento de que Shea se había casado con otro había acosado a Alex. Ahora volvía, rico y con éxito, para reunirse con la viuda. Nada parecía interponerse entre ellos excepto el secreto de Shea: Alex era el verdadero padre de su hijo.
Cuando descubrió la verdad, Alex quiso formar una familia con Shea. Sólo había una cosa que se lo impedía: no podía dejar de pensar en ella como la mujer de su primo.

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David esbozó una débil sonrisa.

– De acuerdo -acordó con desgana Shea mientras David salía con pasos resueltos.

Shea suspiró. Si David creía que podría manipular a alguien del calibre de Alex, iba a llevarse una buena sorpresa.

Shea terminó su inspección y se acercó a la puerta abierta. Sin ganas de reunirse con Alex y David, soltó un suspiro de alivio cuando vio al último doblar la esquina y acercarse aprisa a ella.

– ¿Has terminado? -preguntó él con el ceño fruncido.

A Shea le dio un vuelco el corazón.

– ¿Qué ha dicho?

David la tomó por el brazo.

– Aquí no -miró con intensidad hacia la oficina-. Vamos. Podremos hablar en el coche.

Mientras caminaban hacia la carretera asfaltada, Shea pudo sentir los ojos ardientes de Alex clavados en su espalda y se sintió agradecida cuando entraron en la autopista en dirección a la ciudad.

– Creo que a los dos nos vendría bien una taza de café.

Shea seguía mirando al frente sin ver nada.

Por experiencia, sabía que David se tomaba su trabajo muy en serio y no le gustaba que le metieran prisas. Siempre insistía en que dejaran cualquier discusión hasta estar de vuelta en su oficina con una taza de café delante.

Sin embargo, no se dirigió hacia la inmobiliaria como ella había esperado, sino que siguió todo recto.

Shea se removió en su asiento.

– Pensé que íbamos a tu oficina.

David esbozó una sonrisa torcida.

– Hace un día tan bonito que he pensado que en el café Playa estaremos mejor que en la oficina. ¿Te parece bien?

Shea asintió con desgana y siguió sentada en silencio hasta que él aparcó el coche bajo un árbol cerca del conocido restaurante.

Llegaban un poco pronto para el almuerzo y David escogió una mesa en el muelle exterior, comprobando que Shea quedaba instalada antes de entrar a pedir. La otra media docena de clientes, evidentemente turistas, no dejaban de soltar exclamaciones acerca de la vista panorámica del Océano Pacífico.

David regresó y se sentó frente a ella.

– ¿Quién podría pensar en contaminar los océanos cuando contemplas esos colores tan magníficos? -señaló David-. Estas vistas tan maravillosas fueron las que me decidieron a instalarme aquí.

Shea se agitó irritada en su asiento.

– Bueno, ¿qué dijo Alex? -repitió, incapaz de contener la curiosidad ni un segundo más.

Pero, para su exasperación, la joven camarera eligió ese momento para servirles el café y David esperó hasta que la chica se alejó.

– Es el más retorcido y terco… -se detuvo y la miró con gesto de disculpa-. Perdona, Shea. Por favor, disculpa mi rudeza. Pero Alex Finlay es realmente insoportable.

– ¿Quieres decir que se niega a aceptar mi solicitud de alquiler?

David posó la taza de café y se inclinó hacia adelante.

– No ha dicho exactamente eso.

– Entonces, ¿qué ha dicho?

– No gran cosa -David frunció el ceño-. Sólo que se lo pensará.

– ¿Que se lo pensará? ¿Qué es lo que tiene que pensar? ¿Los términos del alquiler? ¿O el que yo tenga mi negocio en su edificio?

– No tengo ni idea, Shea. Ah, tomó una copia del contrato normal de arrendamiento y dijo que la examinaría y me la devolvería. Pero simplemente no quería hablar de negocios conmigo. Esto es muy irregular.

Shea dio un sorbo a su café. ¿A qué estaría jugando Alex?

– Quizá sea sólo cauteloso ante el contrato. Quiero decir, que yo le dije que era un contrato típico, que éramos una empresa seria. Le aseguré que no había problemas con el estado económico de tu negocio y que estabas interesada en un alquiler a largo plazo. Yo hubiera creído que tendría que haber dado brincos ante tal oferta.

David siguió en el mismo tono mientras Shea intentaba comprender la reticencia de Alex para hacer negocios con ella. ¿Le negaría aquel edificio simplemente por lo que había ocurrido en el pasado? Seguramente no. Alex era un astuto hombre de negocios. No haría…

– Tengo la impresión de que será él el que dé el siguiente paso -interrumpió David sus pensamientos-. Quizá le guste mantenernos a la expectativa. Pero yo no me preocuparía mucho por ello, Shea.

– Siempre podré elegir otro edificio. Ese parecía demasiado bueno como para ser verdad. Pero no me gustaría tener una tienda de maquinaria pesada justo al lado.

– En eso no hay problema. Finlay me ha dicho que definitivamente no quiere ninguna empresa de ese tipo. Cree que está demasiado cerca de la ciudad. Ese tipo está muy concienciado con el medio ambiente, parece, aunque tenga una manera extraña de hacer negocios.

– Iré a hablar con él yo misma -dijo Shea.

David apretó los labios.

– No creo que sea necesario. Yo soy tu representante. Es para eso para lo que me pagas. Creo que será mejor esperar a que él dé el paso.

Shea seguía elucubrando sobre la aparente perversidad de Alex al volver a su casa después del trabajo. No quería esperar por nadie. Quería seguir con la expansión de su negocio y lo haría. Con o sin el edificio de Alex.

Shea se fijó en la bicicleta de Niall y subió los escalones esperando que saliera a recibirla. Pero no estaba en su habitación así que se acercó hasta la cocina.

– ¡Hola, Norah! -saludó a su suegra, que estaba atareada en preparar la cena.

Norah la recibió con una sonrisa débil mientras Shea se sentaba frente a ella.

– ¿No te sientes bien? -le preguntó Shea preocupada.

– Oh, sí, cariño. Es sólo mi vesícula, como siempre. Eso es lo que pasa por haber tomado bizcocho relleno de crema con Sue esta mañana.

– Déjame ayudarte con esto -Shea se dispuso a cortar las verduras-. ¿Has llamado al doctor?

– No es tan grave, cariño. Ya he tomado la medicina y casi estoy normal. No te preocupes. Ya hubiera llamado al doctor Robbins si hubiera creído que era necesario.

– De acuerdo. Pero hazlo. Y no más bizcocho de crema por una temporada.

– No tomaré más bizcocho de crema y punto. No hay peor cosa que el daño que uno se causa a sí mismo.

– ¿Dónde está Niall, por cierto? ¿En casa de Pete? He visto su bicicleta contra la puerta del garaje y creí que estaría aquí.

– Ah, a Pete se le ha estropeado la bicicleta y se han ido a dar un paseo.

Shea echó un vistazo a su reloj.

– Se está haciendo tarde. ¿Te dijeron a dónde irían?

– Les dije que estuvieran de vuelta antes de la seis -Norah estaba ocupada metiendo el pollo en el horno-. Se fueron hacia la playa a ver a Alex. ¿Te acuerdas? Le dijo anoche que podían echar un vistazo a la casa grande blanca.

Shea dejó de cortar las zanahorias.

– ¿Que ha ido a ver a Alex?

– Alex se lo pidió -empezó Norah.

– Pero Niall no tenía por qué ir hoy. Alex acaba de llegar y, bueno… -Shea tragó saliva mientras su suegra se enderezaba-. Yo iba a… quiero decir que pensaba llevarlo yo misma uno de estos días.

– Estará bien con Alex, cariño -dijo Norah con suavidad.

Shea se levantó y se paseó por la cocina.

– Mira, Norah, preferiría que Niall no intimara mucho con Alex.

Norah se secó las manos en el mandil y miró fijamente a Shea.

– No creo que sea una buena idea -continuó apresurada Shea-. Alex acaba de llegar a casa y no lo hemos visto en años. ¿Cómo sabemos cómo es ahora?

– Alex fue siempre muy responsable.

– No es exactamente eso lo que me preocupa. No quiero que Niall se acerque demasiado a él. Alex podría irse con la misma rapidez con la que ha aparecido. ¿Y cómo se lo tomaría Niall?

– Niall no es un bebé, cariño. Si pasara eso, lo entendería. Creo que estás exagerando. Por el momento, Alex es una novedad. Las cosas se asentarán a su debido tiempo.

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