Su voz había bajado y ella se removió para que no viera el temblor que le producía su proximidad, sus palabras…
– ¿Todavía lo echas de menos?
Lo inesperado de la pregunta hizo que Shea abriera mucho los ojos de la sorpresa. Niall había preguntado lo mismo.
– Sí -¿cómo podría no echarlo de menos? Jamie haba estado a su lado cuando ella lo había necesitado, su refugio firme, su salvación cuando Alex la había abandonado-. Lo echo de menos -dijo con más fuerza.
– Yo también lo echo de menos.
Una oleada de furia la asaltó y hubiera querido salir corriendo hacia él, abofetearlo, castigarlo…
– No lo habías visto en seis años cuando se murió. ¿Cómo puedes decir que lo echas de menos?
– Echo de menos sus cartas, sus noticias de Niall. Y de ti.
Las cartas de Jamie. ¿Cómo pudo su marido haber mantenido en secreto su contacto con Alex?, pensó Shea con amargura. Sin embargo, la misma voz le decía que cómo podría habérselo contado Jamie, sabiendo lo que ella sentía por Alex.
¿Habría contestado Alex? Lo más probable era que nunca lo supiera.
– No sabía que Jamie te había escrito -dijo con la mandíbula tensa.
– ¿No te lo contó?
– No.
– Quizá sea comprensible. Quizá creyera que tú no querrías saber nada.
Los pensamientos de Shea se arremolinaron confusos de nuevo. Seguramente, Jamie hubiera pensado exactamente eso.
– Eché de menos no poder hablar con él -añadió Alex reflexivo.
– Oh, estoy segura -comentó con ironía ella-. Pero dime, Alex. Si echabas tanto de menos a tu primo, ¿por qué no viniste a su funeral? Tuviste tiempo de venir hasta aquí si hubieras querido.
– ¿Crees que no hubiera venido si hubiera podido?
– Ya lo sé. Surgió algo. Otro negocio multimillonario, supongo.
El clavó la vista en la de ella.
– No. Era personal.
– Ya entiendo. ¿Una cita ardiente, entonces?
Él estiró las manos y la sujetó con firmeza mientras ella intentaba alejarse de él. La miró con furia y los dos se quedaron inmóviles durante un largo momento hasta que Alex la soltó de repente y se dio la vuelta.
– Nada de eso, pero es una historia muy larga y no creo que te apetezca oírla. Baste decir que siento profundamente no haber estado aquí cuando Jamie murió.
Hubo una debilidad en su voz que disolvió parle de la rabia de Shea mientras se llevaba la mano a los ojos distraída.
– Mira, Alex. Lo siento. Yo… Quizá no tenga derecho a hacerte reproches. Supongo que sólo estoy cansada. Probablemente lo estemos los dos. Y verte de vuelta me lo ha recordado todo, el accidente de Jamie, el circo de la prensa, el funeral.
Shea inspiró para calmarse.
– No esperaba verte, eso es todo.
– Y yo no esperaba que estuvieras tan hostil.
Con una gran batalla por mantener el control, Shea se refrenó para no responder a aquellas palabras provocativas.
– Siento que pienses eso, Alex. Pero han pasado once años. No puedes esperar simplemente que nosotros…
Se detuvo y tragó saliva maldiciendo su lengua suelta.
– ¿Que lo retomáramos donde lo habíamos dejado? -terminó Alex por ella-. Quizá no. Pero como ya te dije antes, solíamos ser amigos.
– Nunca fuimos amigos, Alex -respondió Shea con amargura-. Pudimos ser muchas cosas, pero nunca amigos. Al menos no en los últimos meses.
– Yo creía que sí. Los mejores amigos.
– Los amigos no… -se contuvo-. Creo que quizá estés confundiendo la amistad con el sexo. Éramos…
– Éramos amantes.
– Como te estaba diciendo, creo que lo interpretaste mal. Tuvimos una relación física hace muchos años, Alex, una que no tiene nada que ver con otra cosa que la lascivia.
– Ya entiendo. Un caso de sexo arruinando una bonita amistad -comentó Alex con no poco sarcasmo.
– Eso lo deja todo claro, ¿no crees?
Alex soltó una carcajada áspera.
– ¿Lo dices en serio, Shea?
Ella lo miró de forma penetrante.
– Por supuesto
Alex sacudió la cabeza.
– Bueno, pues yo creo que es una broma. Y tú no lo crees más que yo. Nunca hubo sólo sexo entre nosotros.
Alex dio un paso para acercarse. Entonces, él estiró la mano y deslizó un dedo con suavidad y de forma tentadora a lo largo de su brazo desnudo.
Shea no hizo ningún movimiento para escapar. El contacto de su dedo, apenas más que un aleteo sobre su piel caliente, paralizó virtualmente todas sus buenas intenciones. Ella sabía que no podría moverse aunque lo hubiera intentado. Pero no lo hizo.
– Éramos uno en todo el sentido de la palabra. Físicamente. Espiritualmente. Emocionalmente -la voz se hizo imposible y desesperadamente ronca-. ¿No es verdad, Shea?
«Hasta que él se fue». Las palabras resonaron en la mente de Shea como una cascada de agua fría contra una piel febril. «Hasta que se fue».
– ¿Lo éramos? -enarcó las finas cejas-. Es evidente que yo discrepo con tus recuerdos, Alex.
– Y el sarcasmo no te pega nada, cariño. Ni engañarte a ti misma.
– ¿Engañarme a mí misma? -Shea se levantó con los labios apretados-. Al principio, hace once años, esa frase podría haber sido adecuada, pero no ahora. Ahora puedo mirar atrás sin la distorsión emocional de entonces. Compartimos una historia sexual fantástica, Alex. Eso fue todo. Y entonces te fuiste.
– Tú sabes por qué me fui -constató él con seguridad.
– Tenías ambiciones y era más fácil que las consiguieras solo.
Ahora podía decirlo con cierta calma, pero en su momento cada una de las sílabas de aquellas palabras le habían desgarrado el corazón.
– No fue tan simple y tú lo sabes, Shea.
– ¿No lo fue? Pues yo creo que sí.
– Entonces te equivocaste. No fue así. Fue la decisión más difícil que he tenido que tomar en toda mi vida. Y pensé que tú lo habías entendido.
Shea se encogió de hombros.
– ¿Importa eso ahora, Alex? Ya es agua pasada.
– A mí me importó. Y me importó mucho, Shea. Te pedí que me esperaras un par de años y al cabo de uno ya te habías casado con otro, y no con cualquier desconocido. Te casaste con mi primo Jamie y tuviste un hijo suyo.
– CREO QUE será mejor que te vayas, Alex -dijo Shea con toda la compostura de que fue capaz-. Es tarde y no creo que esta conversación nos vaya a llevar a ningún sitio.
– Tienes razón, Shea. Es tarde. Pero tenemos que hablar. Hay algo que quiero discutir contigo.
– No hay nada de qué hablar, Alex. Dejemos el pasado donde está. No veo que podamos ganar nada escarbando en él. Ahora, yo… buenas noches.
Él inclinó la cabeza de nuevo.
– De acuerdo. Lo dejaremos por ahora. Pero sólo por ahora. Buenas noches, Shea.
Se dio la vuelta y se metió en el Jaguar, dando marchas atrás para sacarlo a la carretera. Con un ronco ronroneo del poderoso motor del coche, desapareció.
Shea subió aprisa los escalones y entró en la casa.
– ¿Estás bien, cariño? -preguntó Norah en cuanto entró en la cocina.
– Por supuesto, Norah. Estoy bien -inspiró con fuerza y esbozó una sonrisa-. Bueno, esto ha sido una sorpresa, ¿verdad?
– Desde luego -asintió Norah mientras Shea la miraba un instante antes de apartar la vista-. Siempre esperaba que algún día volviera a Byron, pero llegar así, como caído del cielo, ha sido bastante sorprendente.
– Sí.
– Está mayor -dijo Norah con suavidad.
Shea soltó una carcajada exenta de humor.
– ¿Y qué esperabas, Norah? ¿Que Alex fuera el moderno Peter Pan? Hasta Alex Finlay tiene que envejecer. No tiene ningún monopolio sobre la juventud.
– Supongo que no -Norah le pasó la taza que acababa de secar-. Pero no parece que la vida lo haya tratado con amabilidad.
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