Lynsey Stevens - En los brazos del deseo

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– Me casé contigo de buena fe, Kasey. Quiero una esposa. Para que me sirva de anfitriona y caliente mi lecho.
¿Era Jordan Caine totalmente honesto con ella? ¿No era el casarse con ella un pretexto para ocultar su deseo por la mujer de su hermano? ¿Y cómo podía Kasey acusarlo de motivos deshonestos cuando sus propias razones para convertirse en la esposa de Jodan resultaban sospechosas? El matrimonio estaba condenado al fracaso desde el principio, mas Kasey complicó las cosas al enamorarse de Jordan.

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– Supongo que sí -respondió Jessie-. ¿Pero tienes que irte? Creíamos que te ibas a quedar hasta el fin de semana, hasta la boda de Greg.

Jordan miró a Kasey y luego bajó la mirada.

– Pero supongo que ese asunto es importante -continuó Jessie-. Iré a ver a Norma Main para ver si todavía no se ha ido el avión.

Jordan salió al pasillo y Kasey lo siguió.

Hubiera deseado suplicarle que no se fuera, pero el orgullo se lo impidió.

– ¿Es grave el problema? -preguntó con voz pausada.

Jordan se detuvo y se volvió a mirarla.

– Quiero decir, ¿podrás volver… -Kasey hizo una pausa-, este fin de semana?

– No estoy seguro -se pasó una mano por la nuca-. Terry podría resolver el problema de negocios, pero hay algo más. Desiree ha aparecido en la oficina esta mañana buscándome. Le ha dicho a Terry que piensa dejar a David.

Capítulo 11

Kasey se sentía como si le hubieran asestado una puñalada. ¡Desiree! No era un problema en la oficina el que impulsaba a Jordan a volver a la ciudad, sino su cuñada. Desiree tiraba de las cuerdas y Jordan se movía. Siempre sería así. Kasey había sido una estúpida al pensar que las cosas podían cambiar.

Posiblemente, después de aquello Desiree dejaría a su esposo, se convertiría en una mujer libre y Kasey volvería a quedarse sola, terriblemente sola.

– Tendré que ir a hablar con ella -señaló Jordan.

La historia se repetía. ¿No era algo parecido lo que le había dicho en su noche de bodas?

– Sólo Dios sabe en qué embrollo se habrá metido -Jordan seguía frotándose la nuca para calmar la tensión de sus músculos.

– Desiree está lo bastante crecidita para salir por sí misma de su embrollo -se oyó decir Kasey, y Jordan la miró con los ojos entrecerrados. La joven soltó una carcajada histérica-. Pero no, el buenazo de Jordan está siempre dispuesto a ir en su ayuda.

– ¿Kasey?

Ella no entendió ni quiso entender el tono interrogante de la voz de su esposo. Lo único que sabía era que debía escapar, huir de él antes de derrumbarse y traicionarse a sí misma suplicándole que no se fuera, que se quedara con ella, que la amara tanto como ella a él. Pero eso sería como aullar a la luna. Jordan amaba a Desiree y siempre la había amado. No sin esfuerzo, consiguió controlarse.

– Bien, como suele decirse, si tienes que irte… vete -dijo intentando no demostrar su angustia-. Y más vale que te des prisa; me parece que ya se acerca la avioneta.

Kasey volvió sobre sus talones y corrió hacia el pasillo, bajó rápidamente la escalera y arrancó las riendas de las manos del azorado Billy; montó en su caballo y se alejó de allí a galope.

Las lágrimas le bañaban el rostro, nublando su vista mientras dejaba que el caballo siguiera su curso. Un momento después el animal se detuvo, para pastar a su antojo.

Kasey se estremecía mientras los sollozos sacudían su cuerpo, hasta que por fin enjugó sus lágrimas con el dorso de la mano. Miró a su alrededor, y se dio cuenta de que no había ido muy lejos. Se volvió a mirar la casa a tiempo de ver el jeep detenerse al lado de la avioneta. Una figura alta, con camisa blanca, descendió del jeep para subir al aeroplano y un momento después el jeep volvió a la granja.

Jordan acudía a la llamada de Desiree. Kasey oyó el ruido de los motores de la avioneta cobrar vida. Así que Desiree tenía razón el día que le advirtió que terminaría arrebatándole a Jordan; Jordan siempre volvía a ella.

La avioneta avanzó y Kasey se enjugó las lágrimas. Ya era demasiado tarde. La pequeña avioneta estaba al final de la pista.

El tren de aterrizaje de la avioneta dejó la pista y luego, para horror de Kasey, la aeronave se precipitó contra la tierra rojiza y seca.

Todo ocurrió en unos segundos, pero para Kasey, que estaba montada en su caballo y mirando con aterrada incredulidad, todo pareció acontecer a cámara lenta. La avioneta se había estrellado ante sus ojos. No podía recordar el sonido, pero la imagen había quedado impresa de manera indeleble en su memoria.

El humo comenzó a ascender en espiral. ¡Fuego! ¡No, no!

Espoleó el azorado caballo.

¡No! ¿Estaba gritando realmente o la palabra resonaba tan sólo en su mente? ¡No! ¡No! ¡Jordan no! ¡Por favor… Jordan no!

Galopó colina abajo durante lo que le pareció una eternidad, y al llegar a la llanura, enfiló hacia el lugar del accidente. Cuando llegó allí, oyó que el jeep frenaba detrás de ella. Kasey desmontó con presteza y el caballo se espantó.

Oyó que alguien la llamaba por su nombre, pero no hizo caso mientras corría hacia el aeroplano. Y hacia Jordan.

– ¡Jordan! -gritaba histéricamente mientras se acercaba, repitiendo el nombre de su esposo una y otra vez.

Una figura en camisa blanca salió del aeroplano, trastabilló y cayó inmóvil al suelo.

– ¡Jordan!

Oyó pasos cerca de ella y un momento después alguien la cogió por las piernas y la tiró al suelo.

– ¡No te muevas! -le susurró alguien al oído, aprisionándola con su cuerpo.

Kasey intentó soltarse, pero la empujaron otra vez hacia el suelo. Antes de que pudiera balbucear algo, una espantosa explosión la ensordeció.

Cuando Kasey volvió en sí estaba tumbada en el suelo de madera de la terraza. ¿Por qué estaba allí? ¿Se había desmayado? Trató de moverse. Le dolía todo el cuerpo. Abrió la boca y sintió la aspereza del polvo entre los dientes. Debía haberse caído… ¡No! La habían tirado.

Recordó todo de repente. La avioneta que se estrellaba. El fuego. ¡Jordan! ¡Oh, Jordan! ¡No! Jordan en el suelo y luego la explosión.

Las lágrimas corrieron por sus mejillas, dejando huellas en el polvo, mientras intentaba incorporarse.

– ¡Jordan!

– ¡Shh! Tranquilízate, mi niña -la apaciguó Jessie, mientras le limpiaba el rostro con un paño húmedo. Sostuvo un vaso ante los labios de la joven, instándola a que se enjuagara la boca.

– Oh, Jessie -exclamó Kasey con desesperación-. Jordan… ¿está…?

Alguien deslizó un brazo por sus hombros y la atrajo contra su pecho.

– No puede estar muerto -sollozó desconsolada Kasey.

– Kasey, no llores, mi amor. No llores.

Estaba segura de que podía oír su voz, percibir su almizclado perfume, sentir el vigor de sus consoladores brazos. Tragó saliva, se puso tensa y levantó lentamente la cabeza, parpadeando para disipar las lágrimas.

– ¿Jordan? -balbuceó y alzó una mano hacia el rostro masculino, le acarició la barbilla, la mejilla, la nariz, la boca-. ¡Oh, Jordan! -susurró-. Creía que estabas…

Jordan la silenció poniéndole un dedo en los labios. Kasey lo miró entonces a los ojos y al verlos inflamados de amor sintió que el corazón le iba a estallar en el pecho. Luego Jordan inclinó lentamente la cabeza hacia ella. Su beso fue tierno y suave al principio; luego, intenso y apasionado.

– Había oído hablar de la respiración boca a boca, pero esto es exagerado -oyeron decir a Jessie con tono divertido.

– Pero entonces… ¿quién…? Oh, Jordan, estaba segura de que… he visto el humo…

– Ha sido algo lamentable -dijo Jessie-. Tu padre está dentro llamando por radio al médico. El piloto tiene algunas quemaduras y creemos que se ha roto el peroné. Ha tenido mucha suerte. Y ahora, ya basta. Hay que lavarte, criatura. Llévala dentro, Jordan.

Jordan iba a cogerla en brazos, pero ella se esforzó por poner se de pie.

– Puedo andar -dijo, apoyándose en su marido-. Creo -añadió mirándose la ropa y tratando de quitarse el polvo que la cubría.

– Los dos necesitáis una buena ducha y luego tú deberías meterte en la cama.

– Oh, Jessie, estoy bien -protestó Kasey.

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