– Lleva el jeep -replicó Mike.
– Pero tú necesitarás el jeep para ir a la pista de aterrizaje y recoger las partes del tractor que te van a mandar de Sidney -le recordó Kasey.
– Son sólo un par de cajas. Billy puede ir en la camioneta -dijo Mike y se volvió hacia su yerno-. Te aseguro que el paseo al estanque vale la pena, Jordan. Es un oasis de frescura en el desierto.
– Me gustaría conocerlo -dijo Jordan-. Pero preferiría ir a caballo.
– Bien, allí tienes -Mike sonrió con actitud triunfal a su hija-. Llama al establo y dile a Billy que os ensille dos caballos.
– Yo lo haré -se ofreció Jessie después de volver a llevarles las tazas de café-. Te va a encantar, Jordan, no te imaginas lo bonita que es esa zona. Kasey y los chicos prácticamente vivían en el estanque -se echó a reír al recordarlo-. ¿Recuerdas aquella tarde que les escondiste la ropa a Peter y a Greg? ¡Y todo porque no querían llevarte al baile! Peter se enfadó tanto que no quiso hablarle durante varios días, pero a Greg le pareció una broma estupenda.
– Si vamos a ir, será mejor que comencemos a prepararnos -Kasey se puso de pie. Los recuerdos de Jessie eran lo último que necesitaba en ese momento-. Voy a ponerme los vaqueros.
– ¡No olvides el traje de baño! -le gritó Jessie.
¿Cómo iba a soportar las siguientes horas a solas con Jordan? Llevarlo al estanque sería una tortura. Era un lugar especial para ella. Y quería que lo fuera también para él, su esposo, el hombre al que amaba.
Si se hubiera tratado de un matrimonio normal, si se hubiesen conocido y enamorado, estaría encantada de tener la oportunidad de estar a solas con él allí, de compartir con Jordan el escenario de sus fantasías de adolescente.
Pero aquellos sueños habían sido las dulces fantasías de la juventud. Había crecido, madurado y sabía perfectamente lo que esperaba de la vida: amar a Jordan y ser amado por él.
Un penoso nudo de lágrimas no vertidas se le formó en la garganta. Jordan no estaba enamorado de ella. Quería el divorcio. ¡Qué tonta había sido enamorándose de él!
Se subió la cremallera de los vaqueros y se dirigió lentamente hacia la puerta. ¿Temía Jordan las siguientes horas tanto como ella?
Kasey salió a la terraza cuando Jordan estaba doblando la esquina de la casa. La joven se detuvo y lo observó aproximarse, a pasos tranquilos, pero firmes.
– Billy no ha traído todavía los caballos -dijo Kasey.
– Eso veo -Jordan arqueó irónicamente una ceja y Kasey hundió las temblorosas manos en los bolsillos del pantalón-. Si quieres podemos cabalgar en direcciones diferentes.
Kasey lo miró sin entender.
– No sé qué quieres decir.
– Claro que lo sabes. Tienes un rostro muy expresivo, querida. Estoy seguro de que preferirías caminar sobre carbones al rojo vivo a venir conmigo.
– Oh, Jordan, eso es…
Una amarga carcajada de Jordan la interrumpió.
– Es la verdad. ¿Tanto te arrepientes de lo que hemos compartido esta noche?
Kasey se puso roja como la grana.
– Desde que te has levantado esta mañana, has hecho todo lo posible por aparentar que no ha ocurrido nada -prosiguió él.
Jordan se plantó ante ella, con las piernas separadas y los brazos en jarras. Kasey sintió que la pulverizaba con la mirada.
– Lo que ha ocurrido ha ocurrido, por mucho que quieras negarlo.
– ¡Jordan, de verdad, estás…! -Kasey se interrumpió, aturdida.
– Estoy diciendo la verdad -le dijo con tono apacible-. Hemos dormido juntos, hemos hecho el amor. Y hemos disfrutado -dio un paso hacia ella-. Hemos disfrutado, ¿no es cierto, Kasey?
Como Kasey no respondió, suspiró exasperado.
– No soy un insensible, Kasey. Sé cuando una mujer goza. Anoche no fingiste.
– No he dicho lo contrario -dijo Kasey, sin aliento. ¿Tenía idea Jordan del efecto que estaban teniendo sus palabras sobre ella y de los recuerdos que estaba evocando? Casi podía sentir otra vez las manos de su esposo en su cuerpo, los labios sobre su piel. Si Jordan la hubiera mirado a los ojos habría descubierto la verdad en ellos; se habría dado cuenta de que deseaba hacer el amor otra vez con él.
– Bien, entonces, supongo que ahora me pedirás que me disculpe. Fui yo el que te aseguró que estabas a salvo a mi lado, ¿no? Por lo tanto, debo haberme aprovechado de ti.
– Jordan, no entiendo por qué tenemos que… que insistir -dijo Kasey, sacudiendo la cabeza-. ¿No podemos olvidarlo simplemente?
Se hizo un tenso silencio en el que casi se podían oír los latidos de sus corazones. Después, Jordan la agarró del brazo con firmeza y la hizo volverse hacia él.
– ¡Olvidarlo? ¿Tú podrías, Kasey? ¿Eres capaz de olvidar lo que ha ocurrido?
Kasey se encogió de hombros.
– Por supuesto -susurró con una voz que sonó extraña a sus propios oídos.
– ¿Estás tomando precauciones? -preguntó de repente Jordan sin ambages y Kasey lo miró asustada.
Fue incapaz de pronunciar palabra, así que se limitó a negar con la cabeza.
Algo brilló en la fría expresión de los ojos de Jordan.
– Bien, pues me temo que yo tampoco venía preparado.
– Eso no… no significa que… que yo me haya quedado…
Jordan sonrió, fue una sonrisa tensa, fría, casi una mueca.
– Te aseguro que no eres la primera que pronuncia esas palabras.
Un millón de ideas absurdas bulleron en la mente de la joven. Incluso se atrevió a desear que… Pero estaba siendo ridícula. No quería atrapar así a su esposo. Quería más. Mucho más.
– Jordan, esto es… ¡Oh, por todos los santos, no quiero hablar de ello! Tienes mi palabra de que no voy a chantajearte o a oponerme a tu demanda de divorcio. Lo de anoche fue un error.
Jordan seguía agarrándola del brazo.
– Mi error -dijo con acritud y lanzó una carcajada, áspera y amarga-. El error más grande de mi vida -repitió con suavidad.
Y aquellas palabras hirieron a Kasey en lo más profundo de su ser. Jordan estaba admitiendo que lo de la noche anterior sólo había sido un desliz que nunca se volvería a permitir. Todo un error. Como su matrimonio.
Kasey se obligó a apartarse de él, a alejarse del inquietante influjo de su cercanía e intentó hacer acopio del poco orgullo y aplomo que le quedaban.
– No tienes que seguir culpándote. El error fue mío. Soy yo la que… -tragó saliva-, quien te incitó… tú estabas dormido, soñando y yo te seduje.
Jordan esbozó una sonrisa desdeñosa, amarga.
– Eres muy magnánima al hacer semejante declaración, pero me temo que no me habría podido seducir si yo no hubiera querido.
Antes de que Kasey pudiera replicar, Billy Saturday apareció con dos caballos ensillados.
– ¿Va al estanque, señorita Kasey? -preguntó el mozo de cuadra-. Nade por mí, que tengo bastante calor.
Kasey había comenzado a bajar los escalones cuando Jessie salió de la casa.
– Ah, menos mal que no te has ido, Jordan. Te llaman por teléfono. Es un tal Terry Joseph.
– Gracias, Jessie -dijo con tono de fastidio y entró en la casa.
– Espero que no sean malas noticias -deseó el ama de llaves-. El joven que ha llamado parecía un poco consternado.
Kasey subió por la escalera otra vez.
– Espero que no le haya pasado nada al hermano de Jordan.
Jessie asintió y ambas entraron en la casa. Jordan estaba colgando el auricular cuando llegaron a la sala. Su marido seguía parado allí, de espaldas a ellas.
– Jordan -dijo Kasey con suavidad-. ¿Le ha ocurrido algo a David?
Él se volvió y sacudió la cabeza.
– No. David está bien -suspiró-. Terry me ha comentado que hay un problema en la sucursal de Adelaide -miró con aire pensativo a Jessie-. ¿Puede llevar pasajeros esa avioneta que ha traído los repuestos para el tractor de Mike?
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