¿Habría cumplido la amenaza? Bien, ella nunca lo sabría. Pero creía que Jordan sería capaz de valerse de cualquier medio para obtener lo que se proponía.
¡Maldición! Era un presuntuoso, arrogante, insoportable… se aferró con fuerza a la manta.
Kasey estuvo a punto de gemir en voz alta. ¡Cómo deseaba hacer el amor con él! Y cuánto deseaba tener el valor de volverse hacia él, despertarlo y mostrarle la intensidad de su deseo. Pero, por supuesto, no podría hacerlo. ¿O sí? ¡No! Cerró con determinación los ojos convocando el olvido del sueño.
En cierto momento debió dormitar un poco, pues el cuarto comenzaba a iluminarse con los primeros rayos del sol cuando algo, un sonido, la despertó. Abrió los ojos y escuchó con atención.
– Kasey.
La joven se acurrucó asustada.
– Kasey -repitió Jordan, moviéndose con inquietud.
¿Qué quería? ¿Estaba enfermo?, se preguntó la joven.
– ¿Qué… pasa?
– Kasey -repitió Jordan en sorda letanía, murmuró algo ininteligible y luego-: No te vayas… no te vayas…
Kasey se incorporó sobre un codo, y lo observó en la penumbra; se dio cuenta de que estaba soñando.
– No te vayas -Jordan se acercó y aprisionó a la joven con el brazo.
Ella trató de quitarse el peso muerto del brazo. Aquello pareció consternarlo y lo hizo murmurar otra cosa y estrechar a la joven contra él. La vieja camiseta de Kasey se estiró y el escote se abrió tanto que dejó al descubierto ambos pechos y la boca de Jordan quedó sobre la piel desnuda.
Jordan movió lentamente los labios sobre ella y Kasey se quedó petrificada. ¿Qué debía hacer? ¿Despertarlo? ¿Levantarse de la cama?
Jordan comenzó a mordisquearle la curva del cuello y, aunque Kasey intentó permanecer inmune, el ya familiar cosquilleo en la boca el estómago se extendió al resto del cuerpo.
Jordan le mordisqueó el lóbulo de la oreja y ella se estremeció. El deseo la inflamó y antes de que pudiera darse cuenta de lo que hacía, acarició con infinita delicadeza el brazo de su esposo.
Kasey se sentía como si fuera ajena a su propio cuerpo, como si fuera una espectadora de sus propios actos. Le costaba creer que era ella la que acariciaba con mano temblorosa el rostro de Jordan. Trazó con el dedo el contorno de la oreja, y luego las oscuras cejas; después merodeó por la mejilla hasta llegar al contorno de la mandíbula y sintió la barba a medio crecer. Volvió a subir para delinear la recta nariz y se detuvo, para tocar con enorme suavidad los seductores labios.
Eran unos labios firmes, bien dibujados. Kasey acarició el labio superior y luego el inferior; casi sin darse cuenta, introdujo el dedo en la boca de su esposo y éste le lamió la punta con movimientos suaves.
Kasey desvió la mirada y se encontró con los ojos de su esposo. Los tenía abiertos, alertas y en el tenue resplandor del amanecer sostuvieron la mirada de la joven. El fuego que recorría las venas de Kasey se reflejaba en la profundidad de los ojos de su esposo. ¿Cómo podía haber pensado alguna vez que aquellos ojos eran fríos? se preguntó Kasey, admirada.
Jordan movió lentamente el brazo que la mantenía cautiva y buscó con la mano el delicado cuello de Kasey; luego descendió por debajo de la camiseta hasta apoderarse de un seno. Después de algunas excitantes caricias se apoderó del pezón que reclamaba erguido sus caricias.
Pero sus ojos no se apartaban de los de ella.
Kasey gimió de placer.
– ¡Jordan por favor! -¿Por favor detente o no te detengas?
Kasey estaba más allá de todo pensamiento racional. Era como si su femineidad hubiera permanecido latente, expectante, esperando una sola caricia de Jordan para estallar.
Jordan se movió, apartó la sábana y despojó con destreza a su esposa de la camiseta, de modo que ella quedó allí, quieta y lánguida, prácticamente desnuda. La suave luz de la madrugada bañaba su cuerpo perfecto con un resplandor plateado.
– Preciosa -susurró Jordan-. Preciosa… -inclinó la cabeza y mordisqueó cada uno de los pezones, para luego besarle con infinita suavidad cada centímetro de piel.
Con dedos diestros y cuidadosos, le quitó las bragas y exploró con la suavidad de un aleteo de mariposa las partes más sensibles de la joven. Kasey contuvo el aliento, sin atreverse a creer que pudiera existir semejante delicia.
Kasey inició entonces su propia exploración, buscando cada curva del musculoso cuerpo, saboreó con los labios la tibia piel del hombro de su esposo, su pecho… Jadeó, sentía que podía perderse en la embriaguez seductora del aroma de su esposo. Jordan a su vez emitió un gemido ronco cuando las caricias de su esposo se tornaron más audaces. Luego buscó con sus labios la boca femenina.
Kasey se arqueó hacia él; ansiaba satisfacer su deseo. Jordan se puso encima de ella y Kasey contuvo el aliento con súbito temor.
Jordan susurró todo tipo de palabras cariñosas y tranquilizadoras con su profunda voz, mientras seguía avivando con sus caricias la llama del deseo hasta conseguir que a Kasey sólo le importara satisfacer aquella ansiedad que le abrasaba las entrañas y superaba todo temor. Su pasión igualó la de su esposo; tomó y dio placer, hasta que ambos se desplomaron exhaustos en la cama.
Kasey se quedó dormida casi de inmediato. Agotada, se acurrucó en el refugio amado de los brazos de su esposo. Había sido maravilloso, no se había parecido en nada a la primera vez. Se durmió con una dulce sonrisa en los labios.
Cuando despertó, el sol inundaba la habitación y Jordan estaba de pie frente al espejo, de espaldas a ella, peinándose. Era evidente que acababa de ducharse, pues tenía el pelo húmedo y el aroma de su loción llegaba hasta la joven. Al mirarlo, erguido y viril ante el espejo, Kasey volvió a sentir en las entrañas la punzada del deseo.
¿Se había comportado de verdad de una forma tan desvergonzada? Era increíble. Quizá lo había soñado… Pero no, había sido demasiado real. Se desperezó.
Sin duda debió hacer algún ruido al estirarse, pues Jordan se volvió, con el peine todavía en la mano.
Sólo entonces fue consciente Kasey de la enormidad de lo que había hecho la noche anterior. ¿Le había suplicado, con gestos, y actitudes, que hiciera el amor con ella? El rubor tiñó su rostro y se cubrió defensivamente con las sábanas.
Jordan adoptó una expresión insondable y con lentitud dejó el peine en el tocador.
– Buenos días -dijo con amabilidad.
Kasey lo miró con ojos muy abiertos, dejando escapar el aliento. ¡Era increíble! ¿Cómo podía comportarse de una forma tan normal después de lo que había sucedido? Porque para él no era una novedad, le recordó una vocecilla.
– Te dejaré para que te vistas. Jessie ya ha preparado el desayuno -Jordan se acercó a la puerta, hizo una pausa, se volvió hacia su esposa y luego salió.
Kasey observó perpleja la puerta cerrada. A lo mejor había sido una alucinación, un sueño erótico muy vívido. Se llevó los dedos a los labios y emitió un leve gemido que nada tenía que ver con el dolor físico.
Se incorporó en la cama, y se sonrojó al ver un cardenal en el pecho izquierdo. Furiosa consigo misma, se levantó y se puso una bata. Después de arreglar la habitación, cogió su ropa y fue por el pasillo hacia el cuarto de baño de su antiguo dormitorio.
Cuando se reunió con los demás en la terraza, se sentó lo más lejos posible de su esposo y no se atrevió a mirarlo de la cara.
– ¿Por qué no llevas a Jordan a bañarse al estanque? -sugirió su padre después de que Kasey consiguiera comerse una tostada con algo de café-. Demuéstrale que no todo es polvo y moscas en Akoonah Downs.
Kasey miró a su marido.
– Hace demasiado calor para cabalgar -dijo.
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