El niño le dirigió una rápida mirada.
– A mí no me ha hecho daño.
– Físicamente no, pero el miedo también puede dejar heridas, ¿verdad, Emmett?
Emmett se sobresaltó. Linda era consciente de que los había estado mirando a Ricky y a ella como si fueran dos caramelos en el escaparate de una tienda de golosinas. Eso le dio esperanzas. Tenía que tener esperanzas.
– ¿Qué has dicho?
– Le estaba diciendo a Ricky que el miedo también puede dejar heridas.
Emmett parecía sentirse incómodo.
– Sí, claro.
– Emmett no ha tenido miedo. Ha ido corriendo a la casa en cuanto le he dicho que estaba Jason. Y no tenía ni una pistola ni nada. Emmett nunca tiene miedo.
Linda miró a Emmett arqueando una ceja. Parecía sombrío, distante, pero en absoluto asustado. Sin embargo, Linda tenía que recordar que había vuelto a ella. Y tenía que recordar la mirada que había visto en sus ojos cuando había apartado a su hermano de ella. Era la mirada decidida de alguien que no estaba dispuesto a perder lo único que amaba.
– Dime Emmett, ¿es eso cierto? ¿Nunca tienes miedo? ¿No has pasado miedo hoy?
– No he pasado miedo por mí. Aunque en otras misiones, Ricky, sí he tenido miedo de que pudiera pasarme algo. De que me hirieran o algo peor. Así que comprendo lo que es el miedo. Una persona valiente lo es porque es consciente del peligro.
Sería un padre magnífico, pensó Linda. Un padre fuerte y sincero.
– Pero hoy no has tenido miedo por ti. Lo acabas de decir.
Emmett desvió la mirada hacia la ventana.
– Hoy tenía un miedo terrorífico a que pudiera pasarle algo a tu madre. Imagino que es lo mismo que ha sentido ella cuando se ha lanzado a por Jason en la cocina. En ese momento no pensaba en ella. Lo ha hecho porque te quiere.
A Linda se le aceleró el corazón. Y se le aceleró todavía más cuando Ricky volvió la cabeza para mirarla. Linda se aclaró la garganta.
– ¿Cómo te has enterado de eso, Emmett?
– Se lo he dicho yo -contestó Ricky-. Le he contado todo lo que ha pasado. ¿Lo has hecho por eso, mamá? ¿Has luchado con Jason para intentar protegerme?
– Sí.
– ¿Tú… me quieres?
– Claro que sí -abrazó a su hijo con fuerza-. Te quiero y siempre te querré.
Los ojos se le llenaron de lágrimas al comprender que nunca le había dicho aquellas palabras. Pero la verdad era que no las había sentido hasta entonces.
– Yo también te quiero, mamá.
También era la primera vez que él se lo decía y Linda sollozó de felicidad al oírlo. Al final, alzó la cabeza para mirar a Ricky a los ojos. Su familia. Él era su familia. Sonrió.
– Estás muy rara cuando lloras.
Linda se echó a reír.
– Sí, supongo que sí. Lo siento.
Ricky esbozó una mueca.
– Pero no digo que estés mal. Es un raro que me gusta.
– Buena contestación -comentó alguien desde la puerta. Había otro hombre al lado de Emmett que se parecía considerablemente a él-. Es mucho más amable que tú -dijo el recién llegado dándole un codazo a Emmett.
Emmett no cambió de expresión.
– Linda, te presento al insoportable de mi primo, Collin Jamison.
Collin le sonrió.
– Me alegro de ver que te encuentras bien. Tu hijo no quería marcharse de la sala de espera hasta haberlo comprobado por sí mismo, pero he pensado que a lo mejor ahora le apetece tomar una hamburguesa, unas patatas fritas y un batido.
– ¿Qué te parece?-le preguntó Linda a Ricky.
– Tengo hambre, pero…
– Lucy, mi novia, lo ha arreglado todo para que puedas quedarte a dormir esta noche en la habitación de tu madre. Así que puedes bajar a cenar y después subir rápidamente.
– De acuerdo -dijo entonces Ricky.
Y sonrió mientras corría hacia Collin Jamison.
Linda sonrió para sí. Collin y su hijo salieron de la habitación, dejándola a solas con Emmett.
– ¿Te importaría cerrar la puerta?-le pidió Linda.
– De acuerdo. Si es lo que quieres, me voy.
– ¡No!-se aclaró la garganta-. Quiero decir, no, hay algo de lo que quiero hablar contigo.
Emmett la miró con los ojos entrecerrados.
– ¿Y es…?
– Yo… quería disculparme por haberte gritado esta mañana. Por… bueno, básicamente, por haberte pedido que te fueras de casa.
Emmett se encogió de hombros.
– Tengo la sensación de que eso ha sido hace un millón de años.
– De todas formas, perdóname, ¿de acuerdo?
– De acuerdo.
Genial. Ya no parecía haber nada más entre ellos. Ni chispas, ni tensión sexual. Nada, salvo un enorme y torpe silencio. Pero ella tenía que seguir insistiendo.
– ¿Por qué…? Ejem, ¿por qué has vuelto esta tarde a casa?
Emmett parpadeó.
– ¿Qué?
– ¿Por qué has vuelto? ¿Tenías algo que decirme o…?-lo miró fijamente, intentando darle la oportunidad de decirle lo que había visto en su mirada cuando había ido a salvarla de las manos de su hermano.
Pero él se limitó a mirarla en silencio.
Linda cerró los ojos y los apretó con fuerza. Ya no sabía qué hacer.
– ¿Cariño?-el colchón se hundió bajo la presión del peso de Emmett-. ¿Te duele la cabeza? ¿Quieres que llame a un médico?
Linda abrió los ojos y tragó saliva.
– No creo que un médico pueda curar el problema que tengo, Emmett. Y tampoco creo que quiera que lo arregle. Te quiero, Emmett Jamison. Estoy enamorada de ti.
Emmett se quedó helado.
– Pero…-sacudió la cabeza-. No, no puedes.
– Claro que puedo.
– No -frunció el ceño-. Ya has visto lo terrible que es mi hermano. Y no quieres que eso pueda afectarte de ningún modo.
– Tu hermano ya no va a hacerme nada. Jason ha dejado de ser una amenaza.
– Pero tú has visto de lo que soy capaz. Has visto que en mí también hay una parte terrible y oscura.
– Emmett, sé que hay mucha tristeza en tu interior por todo lo que has visto y experimentado. Pero en eso tanto Ricky como yo podemos ayudarte. Nuestro amor, la familia que entre los tres hemos construido, te ayudarán a superarlo.
– Pero tú no sabes… si yo también quiero -desvió la mirada.
– Sé que me quieres. Lo vi en tu rostro cuando intentaste protegerme de Jason. Estabas furioso porque me quieres, Jason, no porque seas malo.
Emmett musitó algo.
– No intentes negarlo. Tú mismo lo has dicho. Le has dicho a Ricky que en la cocina has pasado miedo por mí. Y que pensabas que era lo mismo que había sentido yo cuando había intentado protegerlo… porque lo quería.
– Siempre he sido un bocazas -musitó Emmett.
– ¿Por qué no quieres amarme?
– Porque no quiero ensombrecer tu luz.
– Emmett, yo necesito tu amor. Pensaba que no me lo merecía, que no era una mujer suficientemente completa para ti, pero me equivocaba. Y tú también te equivocas. El amor nunca puede ser una sombra.
Emmett se derrumbó entonces. La abrazó con fuerza.
– Linda, Linda -buscó su boca y las lágrimas empaparon su beso. Al cabo de unos segundos, alzó la cabeza-. Cuando me fui a vivir contigo, lo hice porque pensaba que me necesitabas. Pero la verdad es que soy yo quien te necesita.
Sonriendo, Linda le enmarcó el rostro entre las manos.
– Nos iluminaremos el uno al otro -Emmett sonrió con fiereza-. Durante el resto de nuestras vidas, nos iluminaremos el uno al otro.
Hoy es domingo, el día de la reunión de los Fortune. Levántate, dúchate y ponte el vestido nuevo. Y obliga a Ricky y a Emmett a arreglarse también. Y no te olvides de dar gracias a Dios por haberlos encontrado.
Ricky levantó la mirada de la libreta de su madre. No quería leerla, pero había sido ella la que le había pedido que fuera a buscar el reloj que había dejado en la mesilla y había visto su nombre en la libreta. No creía que le importara. Su madre lo quería y se lo había dicho un millón de veces. Emmett le había explicado que lo hacía porque durante aquellos diez años había perdido muchas oportunidades de decírselo y necesitaba ponerse al día. Y mientras no se lo dijera delante de sus amigos, él era capaz de manejarlo. Pero dudaba que pudiera aguantarse durante la reunión familiar de los Fortune. Ricky suspiró.
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