Emmett sintió una presión creciente en la cabeza y recordó a Lily diciéndole: «Te aprecio, Ryan y yo queremos que seas feliz, que aprendas a vivir el momento, a disfrutar de la vida».
Y él estaba haciendo justo lo contrario de lo que Ryan le había pedido que hiciera: cuidar a Linda y a Ricky. Eso no estaba bien. Había hecho una promesa. Si Linda no quería otra cosa de él, por lo menos podía ofrecerle su protección.
– Son cuarenta dólares y setenta centavos, señor.
Emmett abrió los ojos y buscó la cartera en el bolsillo.
– ¿Y ahora tu madre está bien?
– Sí, gracias, señor. Cuando mi padre se fue, todo la sobrepasaba. Solía decir que era un fracaso como mujer y como madre. Supongo que estaba asustada.
Mientras esperaba a que le dieran el cambio, las palabras del chico continuaban resonando en su cabeza. ¿Sería eso lo que le pasaba a Linda? ¿Estaría asustada?
– Pero el señor Fortune le dio esperanzas -continuó el chico-. Lo que hizo le demostró que tenía fe en ella.
Así era como le había fallado él a Linda. Cuando necesitaba que le diera confianza, había salido huyendo, en vez de quedarse a su lado para apoyarla. Cuando la había visto cuestionarse a sí misma como mujer y como madre, no había hecho nada para demostrarle su fe en ella.
– El cambio, señor.
Emmett se volvió hacia el chico, que regresaba de la máquina registradora. El sol le deslumbraba y, a contra luz, la silueta del chico parecía una oscura forma que se parecía extrañamente a Ryan.
– No te preocupes -musitó Emmett-. Acabo de comprenderlo, tengo que volver con ella.
– ¿Perdón, señor?
Emmett sacudió la cabeza.
– ¿Te acuerdas de la promesa que le hiciste al señor Fortune? Pues acabas de hacer tu primera buena acción. Y estoy seguro de que Ryan lo sabe.
Los sentimientos fluían en el interior de Linda: miedo, ansiedad, más miedo. Le impedían pensar y anulaban su intuición. Sólo era capaz de quedarse mirando fijamente a aquel hombre de pelo oscuro que sostenía una pistola contra la cabeza de Ricky mientras ella se sentaba lentamente en la cocina.
– No pasa nada, Ricky -susurró.
El niño recorrió el rostro de Linda con la mirada, como si fuera lo único que quería ver.
– Emmett vendrá muy pronto -susurró.
Jason Jamison sonrió.
– Lo sabía -dijo Jason-. Tu madre miente pésimamente. Ya sabía yo que Emmett no se me escaparía esta vez. Yo siempre gano.
Pero Linda no era capaz de pensar con suficiente claridad como para mentir.
– Estaba diciendo la verdad. Emmett se ha ido para siempre. Puede ir a su habitación a comprobarlo. Se ha llevado todas sus cosas.
– No me lo trago, rubia. Esta misma mañana he llamado a la casa principal y me han confirmado que Emmett vivía aquí contigo.
– Nadie puede haberle dicho…
– Oh, no culpes a nadie de lo que ha ocurrido. He dicho que trabajaba para el FBI y necesitaba su dirección para poder enviarle una prueba fundamental -sonrió-. La buena de Hazel, la cocinera, me ha dicho que se aseguraría de entregarle personalmente cualquier cosa que llegara a su nombre.
Y el que había llegado había sido el propio Jason.
«Piensa, Linda, piensa», se decía. Emmett había empleado mucho tiempo enseñándole técnicas de autodefensa, pero sus enseñanzas parecían negarse a cobrar sentido en su cerebro. No sabía qué hacer. También iba a fracasar en eso.
– Emmett te lo hará pagar -Ricky fulminó con la mirada a su captor.
– Te equivocas, jovencito. Será él quien me las pagará.
– ¿Qué te ha hecho?-preguntó Ricky, ignorando el mensaje que Linda estaba intentando telegrafiarle con la mirada.
– Mis dos hermanos han sido un fastidio durante toda mi vida. El error más grande de mi vida ha sido no hacer algo contra ellos antes. Escúchame, muchacho, uno tiene que ir a por lo que desea en esta vida y quitarse de en medio a la gente que se cruce en su camino.
– ¿Vas a quitártelo de en medio?-preguntó Ricky con los ojos abiertos como platos.
A Linda se le encogió el corazón al ver el miedo en el rostro de su hijo.
– ¿Y vosotros quiénes sois -preguntó Jason-. ¿Qué está haciendo Emmett con vosotros?
– Está asegurándose de que no nos acerquemos a la gente y de que la gente no se acerque a nosotros. Tenemos una enfermedad mortal… Si te acercas a… a tres metros de nosotros se contagia -contestó Ricky.
Jason soltó una risotada.
– ¿Así que tenéis una enfermedad?
– Pero si te vas ahora, a lo mejor no te la pegamos.
– Buen intento -Jason miró a Linda-. Este chico tiene una mente muy rápida. Bueno, y ahora dime qué está haciendo mi hermano aquí.
– Tengo una lesión cerebral -le dijo. En ese momento, sólo era capaz de decir la verdad-. Me está ayudando a recuperarme.
– ¿Sí? Desde luego, parece algo propio del mojigato de mi hermano. Pero tú no pareces una retrasada.
– ¡Mi madre no es una retrasada!-Ricky se levantó de un salto de la silla.
Linda se abalanzó hacia él y lo agarró del brazo.
– No pasa nada, Ricky.
Jason los miró con evidente diversión.
– No intentes sofocar su rabia, rubia. Eso es lo que un niño necesita para salir adelante. La rabia.
– ¿Eso es lo que tú tienes?-le preguntó Linda-. ¿Rabia?
Le pidió a Ricky con la mirada que volviera a sentarse y suspiró aliviada al ver que obedecía. Ella permaneció de pie.
– Sí, tengo rabia. Soy el único de mi generación que la ha heredado. Me viene directamente de mi abuelo, Farley, cuyas ambiciones y talento político lo habrían llevado a ocupar el sillón del gobernador si el mezquino y miserable de Kingston Fortune no hubiera estado tan preocupado por conservar su dinero.
Linda se apoyó en la pared que tenía tras ella y desvió la mirada hacia los mostradores de la cocina. ¿Le daría tiempo a buscar en un cajón y sacar un cuchillo? No, lo que necesitaba era una vieja sartén de hierro.
Recordó entonces algo que le había dicho Emmett en una ocasión: si alguien entraba en su casa, podría utilizar cualquier arma que encontrara en su contra.
Dejó caer los hombros. Aunque tuviera una sartén, tendría que actuar con precaución. Jason eran más grande que ella y por culpa de su lesión cerebral, seguramente también más fuerte. Pero algo tendría que hacer para resolver aquella situación.
– Emmett no va a volver -dijo de pronto.
Jason la miró fijamente.
– No sé por qué insistes en eso.
– Porque es vedad -respondió con voz fría-. Pero me quedaré esperando todo lo que quiera, siempre y cuando permita que Ricky se vaya. A él no lo necesita para nada.
Ricky se revolvió en la silla.
– Yo…
– Chsss. ¡Cállate!-le ordenó Linda.
– Vaya -Jason sonrió-. Una mamá batalladora.
– Por favor, deje que se vaya y esperaremos los dos a Emmett.
Jason parecía cada vez más divertido.
– ¿Pero Emmett va a venir o no?
Linda se frotó la frente frustrada, cercana ya a la desesperación.
– Vendrá, pero Ricky no le sirve para nada.
– Humm. Antes has dicho algo sobre que fuera a ver si están o no las cosas de Emmett en su habitación. Quizá debería hacerlo. En cualquier caso, creo que no está de más inspeccionar el terreno -apuntó a Ricky con la pistola-. Levántate. Nos vamos los tres en misión de reconocimiento.
Jason esperó en el centro de la cocina hasta que Linda estuvo al lado de Ricky.
– Dime dónde está el dormitorio -le pidió entonces al niño.
Y no habían dado un paso cuando oyeron que un coche aparcaba en la puerta de la casa. Se quedaron los tres paralizados.
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