– Sólo eras una niña que cometió un error. Pero eso no tiene por qué afectarnos.
– ¿Pero no te das cuenta? ¿Cómo podemos saber que no voy a echar esto a perder como he hecho con todo lo demás? No tenemos ningún futuro. ¿Cómo vamos a tener un futuro si ni siquiera me conozco?
¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! Emmett se quedó paralizado; de pronto, su enfado desapareció para ser sustituido por un inmenso dolor. Acababa de comprender lo que ocurría. Linda por fin había despertado y estaba comprendiendo que el páramo yermo y oscuro de su interior no era un lugar en el que quisiera habitar durante el resto de su vida.
Linda no recordaba haber sido nunca muy aficionada a las labores del hogar, pero se pasó la mañana y la tarde limpiando toda la casa, incluyendo la habitación de Emmett. Sus cosas habían desaparecido de la cómoda y del armario y Linda cambió las sábanas intentando no pensar en sus músculos y en su piel bronceada.
Era duro renunciar a la esperanza. Pero sabía que Emmett encontraría algún día otra mujer, una mujer completa, en vez de aquel desastre de fragmentos inconexos que era ella. Un desastre que no podía correr el riesgo de enamorarse y perder su corazón cuando lo perdiera a él.
Y era en eso en lo único que había pensado cuando había leído aquel artículo del periódico. Se había dado cuenta de que su amor por Emmett era tan intenso que no podría soportar su pérdida.
Se sentó en el cuarto de estar y enterró el rostro entre las manos. Pero una llamada a la puerta la sacó de su ensimismamiento. Se levantó y fue rápidamente hacia allí pero, de pronto, aminoró el paso. ¿Habría vuelto Emmett?
Sus manos abrieron la puerta por voluntad propia. Pero no vio a nadie al otro lado, hasta que bajó la mirada. Y descubrió entonces un pelo rubio y brillante. Y una mancha de barro en la mejilla.
– ¿Ya has vuelto del colegio?
Ricky la rozó para entrar en la casa.
– Ya son más de las tres.
– ¿Y has almorzado?-le preguntó Linda, siguiéndolo hacia la cocina.
– Sí, mi profesora me ha dicho que la llames para asegurarle que podía comprar el almuerzo aunque no llevara dinero.
– Mañana te daré el dinero -alargó la mano hacia la bolsa del almuerzo y se la tendió-. ¿Quieres comer ahora algo de esto?
– ¿Qué es?
– El almuerzo que te he preparado cuando te has ido de casa.
– ¿Y por qué no me lo has llevado al colegio?
– Ya sabes que no puedo conducir.
Ricky buscó las galletas inmediatamente.
– ¿Dónde está Emmett?-preguntó con la boca llena-. Tengo que hacer deberes de matemáticas.
– No está, pero puedo ayudarte yo.
– Esperaré a que vuelva.
– Emmett… no volverá. Ha tenido que… ha tenido que irse a vivir a otra parte.
– ¿Adónde?
– No estoy segura.
Ricky dejó el resto de la galleta en la mesa y se volvió de espaldas a ella.
– Yo iba a invitarlo a una cosa.
– Bueno -Linda tragó saliva con dificultad-, cuando vuelvan Nan y Dean, a lo mejor podemos averiguar…
– ¡Pero es para mañana por la noche!
– ¿Y qué pasa mañana por la noche?
– Se celebra la barbacoa padre-hijo.
– Bueno, pero estoy segura de que no hace falta que lleves a un padre.
– ¡Claro que hace falta!-la miró furioso por encima del hombro-. Quería haberlo invitado anoche, pero…
Pero no se atrevió, terminó Linda en silencio por él. Quizá eso explicara por qué había suplicado quedarse levantado hasta tarde, y por qué había estado de tan mal humor aquella mañana. Quería que Emmett fuera al colegio con él, pero no había tenido valor para pedírselo.
– ¿Y por qué se ha ido?
– Bueno…-¿cómo podía explicárselo?-. En realidad estaba conmigo para hacerle un favor a Ryan. Y, a veces, los adultos…
– Lo has estropeado todo, ¿verdad? Es eso, ¿a que sí? ¡Siempre lo estropeas todo!
Linda cerró los ojos.
– No pretendía hacerlo. Ricky, yo no he elegido nada de esto. Yo nunca quise…
– ¿Qué? ¿Tenerme?
Aquellas palabras se deslizaron en su corazón como la fría y letal hoja de un cuchillo. No, no. Ya era suficientemente terrible pensarlo, pero oírselo decir a su hijo…
– Eso no es cierto.
No era cierto. Claro que no era cierto. En realidad no era que no quisiera tenerlo, lo que no quería era fallarle.
– Pues yo tampoco te he querido nunca -le espetó Ricky antes de salir corriendo de la casa-. ¡Ojala no te hubieras despertado nunca!
Linda cerró los ojos. Su vida era un fracaso. Un completo y auténtico fracaso. ¿Cómo iba a poder arreglar todo lo que había roto aquel día?
Oyó que la puerta volvía a abrirse. Y por un instante tuvo miedo de atreverse a esperar que fuera Emmett.
– ¿Mamá?-oyó preguntar al pequeño con un hilo de voz.
Linda abrió los ojos inmediatamente. Ricky había vuelto, sí, pero obligado por un desconocido que lo estaba apuntando con una pistola.
– ¿Quién es usted?-le preguntó Linda inmediatamente-. ¿Y qué hace con mi hijo? ¿Qué es lo que quiere?
– Quiero un yate y una casa en una playa de Tahití. Pero me temo que para eso tendré que esperar -le guiñó un ojo-. Ahora mismo, quiero a Emmett.
Oh, Dios santo.
– No está aquí.
– No, ya he visto que no está su coche -le dio una patada a una silla y empujó a Ricky para que se sentara-. Pero volverá.
Jason. Aquel desconocido era Jason Jamison. Linda tragó saliva.
– No, no volverá. Se ha ido esta mañana para siempre. Y no sé adonde.
Jason frunció el ceño.
– No me gustan las mentirosas, y menos si son rubias y tontas -le hizo un gesto con la mano-. Siéntate tú también, cariño. Esperaremos juntos a que Emmett vuelva.
Emmett consideró la posibilidad de dirigirse hacia la frontera de Texas y no volver nunca más. Podría buscar el rincón más profundo y oscuro de la Tierra y enterrarse allí para siempre. La cabaña de las montañas de Sandia, sí, eso podría funcionar. Era consciente de la promesa que le había hecho a su padre, pero eso había sido antes de perder a Linda. Antes de que la luz hubiera desaparecido de su vida.
Al advertir que se estaba quedando sin combustible, se acercó a una gasolinera. Y fue entonces cuando advirtió que estaba en Red Rock. Por alguna extraña razón, había conducido hasta las amadas tierras de Ryan. Le tendió las llaves del coche al joven que atendía la gasolinera y salió a estirar las piernas.
– ¿Es usted de aquí?-le preguntó el muchacho.
– No, la verdad es que descubrí este lugar gracias a Ryan Fortune.
– ¡El señor Fortune!-el chico sonrió-. Lo conocí. Solía venir aquí a echar gasolina. Y cuando se enteró de que se me daban muy bien las matemáticas, pero estaba pensando en dejar el instituto, me convenció de que no lo hiciera.
– Algo muy propio de él.
– E hizo algo más. Mi padre se había ido de casa y mi madre había perdido su trabajo. Por eso yo quería dejar de estudiar, para poder trabajar más horas en la gasolinera. Pero el señor Fortune le encontró un trabajo a mi madre.
– Así que pudiste seguir estudiando.
– Sí, la semana que viene me gradúo, he conseguido una plaza en la universidad y el señor Fortune continúa ayudándome. Me ha dejado pagados cuatro años de estudios.
Así era Ryan. Y ésa era la clase de labor que Emmett y Lily pretendían continuar haciendo con la fundación.
– ¿Y sabe lo que me hizo prometerle a cambio? Me pidió que, durante el resto de mi vida, ayudara a otros cuando tuviera oportunidad de hacerlo. Todavía no sé qué voy a hacer, pero recordaré a Ryan Fortune durante toda mi vida. Y el día que haga mi primera buena acción, estoy seguro de que él lo sabrá.
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