– Ella también se pondrá bien -se descubrió Emmett susurrando contra el pelo del pequeño-. Tu madre se va a poner bien, te lo prometo.
– Eso es lo que han dicho Nan y Dean.
– ¿Están por aquí?
Ricky negó con la cabeza.
– Están intentando encontrar un avión. Han dicho que vendrán mañana por la mañana.
Emmett miró hacia la ventana. Acababa de caer la noche.
– Vamos a sentarnos, campeón -se sentó en una silla, con el niño en su regazo-. Tengo que presentarte a mi primo, se llama Collin y trabaja para la CIA.
– ¿En serio?-el niño alzó la mirada hacia Collin y pareció recordar entonces los buenos modales-. Me alegro de conocerlo, señor -le tendió la mano.
Collin se la estrechó y se sentó a su lado.
– Ya me he enterado de lo que te ha pasado hoy, Ricky. Cuando crezcas, nos gustaría poder contar con hombres como tú. Necesitamos gente capaz de enfrentarse a situaciones peligrosas sin perder la cabeza.
– ¿Sí?-Ricky se volvió hacia Emmett-. ¿A ti qué te parece?
Lo que a Emmett le parecía era que jamás había sentido nada tan agridulce como la mirada de admiración de aquel niño. Dulce porque con aquella mirada le estaba diciendo que podía llegar a quererlo. Amarga porque sabía que era una mirada que no se merecía.
– Creo que cuando llegue el momento de hacerlo, sabrás tomar la mejor decisión, Ricky.
– ¿Tienes hambre, Ricky?-le preguntó Collin-. Mi novia trabaja aquí y sabe lo que está más rico de la cafetería. Si quieres, podemos bajar a comer algo.
– No, tengo que esperar aquí con Emmett. Los médicos van a venir a decirme cómo está mi madre.
– Vaya, ya veo que tendréis que esperar aquí, juntos.
Emmett fulminó a Collin con la mirada.
– A lo mejor puedes localizar a Lucy y ver si puede conseguirnos más información. Collin, me gustaría salir cuanto antes de aquí.
– Pero Emmett, no podemos irnos hasta que sepamos cómo está mi mamá -repuso Ricky, abrazándolo con fuerza.
Emmett no sabía qué contestar a eso.
– De momento me quedaré aquí, Ricky -le palmeó cariñosamente el hombro-. De momento me quedaré aquí.
Collin se levantó y sacudió la cabeza mientras fijaba la mirada en su primo y en el niño que se abrazaba a él.
– Tu madre daría algo por ver una foto como ésta -susurró.
Ricky se acurrucó contra Emmett.
– Me está haciendo una tarta -dijo con voz somnolienta-. A Emmett y a mí nos gustan las mismas tartas.
– A Emmett y a mí -repitió Collin.
– No sigas por ahí -le advirtió Emmett. Necesitaba separarse de aquel niño cuanto antes-. ¿Por qué no vas a buscar a Lucy?
Collin se despidió de él y se marchó. Emmett lo observó, fijándose en sus largas y alegres zancadas. Dios, ¿cómo era posible que su primo, el militar implacable, se hubiera transformado en un hombre tan alegre? Pero la respuesta era más que obvia: amaba y lo amaban.
Él también estaba enamorado de Linda; eso no había cambiado y nunca cambiaría. Pero Linda había sido testigo de la sordidez de Jason. Había sido testigo de su propia sordidez. Emmett sabía que quería mantenerse alejada de él. Y lo comprendía. Él también quería mantenerse a distancia de todo el mundo.
Cambió la postura del niño, que dormía en su regazo. El agotamiento era normal después de una subida de adrenalina. Emmett apoyó la barbilla en su cabeza y cerró los ojos. Sólo descansaría un poco…
Emmett tenía serias dificultades para ver. Y no lo comprendía. La tenue luz no lo ayudaba y tenía que utilizar las manos para orientarse en aquel laberinto de pasillos. El corazón le latía violentamente y tenía la boca seca. Y tenía miedo. No de sí mismo, sino de alguien. Tensó los dedos sobre la pistola, pero sólo sintió el tacto de su propia carne. ¿Por qué no llevaba la pistola? Su ansiedad se redobló y por alguna razón comenzó a correr, chocando contra aquellas paredes que no podía ver. Recordaba que normalmente percibía entonces el olor de la muerte. Pero en aquella ocasión olía a aire fresco. Sí. Y por eso corría hacia allí. Estaba buscando la manera de salir de aquella tumba.
Dobló una esquina y se descubrió en una habitación vacía. Salió una figura de entre las sombras. Era Christopher, pero aquella vez era portador de un aire limpio y fresco. De pronto se encendió una luz tras él. Y le estaba tendiendo algo. ¿Era la cinta? Siempre era la cinta. Emmett intentó retroceder, pero la luz iba creciendo tras su hermano y su calor lo atraía como un imán.
– Christopher, ¿qué está pasando?
Christopher no decía nada. Se limitaba a sonreír y se acercaba cada vez más a él. Cuando Emmett bajó la mirada para ver el objeto que le tendía, tuvo que pestañear para asegurarse de que no estaba soñando. Pero por supuesto que estaba soñando. En una mano, su hermano sostenía un bate de béisbol y en la otra, un juego de cartas sin estrenar. Emmett miró a su hermano, éste sonrió y comenzó a alejarse hacia la luz.
– ¡Christopher!
Su hermano continuaba avanzando.
– Te echo de menos, Christopher, te quiero.
Su hermano se volvió, lo saludó con la mano y se hundió en una luz intensa.
Emmett habría jurado que había una mujer caminando a su lado. Y habría jurado que aquella mujer era Jessica Chandler.
– Emmett -una mano le sacudió el hombro.
Era otro sueño, se dijo mientras intentaba despertar. Estaba soñando que Linda lo despertaba. Le diría que aquello no era otra pesadilla. Y que estaba enamorado de ella.
– ¿Linda?
Pero era Collin. Estaban en la habitación del hospital y tenía una pierna dormida por el peso de Ricky.
Collin se agachó para mirarlo a los ojos.
– Ya puedes ver a Linda.
La puerta de la habitación se abrió y entraron un niño rubio y un hombre de pelo oscuro de la mano. En realidad, era el niño el que se aferraba a Emmett y éste parecía no atreverse a soltarlo. Pero, por su expresión, era evidente que no quería estar allí.
La ansiedad fluía en su interior, intentando dominar su cerebro, pero Linda la contuvo aferrándose a un solo pensamiento con la misma fiereza con la que su hijo se aferraba a la mano de Emmett. Al igual que Ricky, ella tampoco quería que se fuera. Bajó la mirada hacia Ricky y sonrió.
– ¿Podría darme un abrazo el mejor hijo del mundo?
El niño corrió inmediatamente hacia la cama. Su abrazo fue breve, pero absolutamente sincero. Linda tuvo que pestañear para apartar las lágrimas de sus ojos.
– Vaya mamá, menudas heridas.
– Sí, me temo que voy a tener que comprarme unos cuantos pañuelos.
Ricky alzó la mano hacia su rostro, pero se detuvo de pronto.
– Acabo de lavármelas -le advirtió-. Están limpias.
– No me importa que no tengas las manos limpias. Lo único que me importa es que estás aquí.
El niño le acarició la mejilla con una delicadeza infinita.
– Dicen que te has dado un golpe en la cabeza, pero no vas a dormirte otra vez, ¿verdad?
Linda le tomó la mano y se la retuvo con fuerza.
– No, esto no va a ser como la otra vez, te lo prometo -como su hijo no parecía muy convencido, alzó la mirada hacia Emmett-. ¿Podríamos conseguir que viniera el médico? Tengo la impresión de que mi hijo necesita oír el diagnóstico por sí mismo.
– Claro -dijo, y se volvió-. Iré…
– No me refería ahora -repuso Linda precipitadamente.
Tenía miedo de que se alejara de ella. Ya veía suficiente distancia en su mirada.
Emmett se apoyó en el marco de la puerta.
– Ya lo han metido en la cárcel, mamá. Nunca volverá a hacerte daño -comentó el niño mientras manipulaba el mando a distancia de la televisión.
– Y tampoco volverá a hacerte a ti ningún daño.
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