Liz Fielding - Sombra del pasado

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Romana Claibourne estaba totalmente decidida a demostrar que ella y sus dos hermanas eran capaces de dirigir Claibourne Farraday, unos exclusivos grandes almacenes de Londres. Y que podían hacerlo con más éxito que los hombres del Clan Farraday. Romana pensaba que aquello era bien fácil…
Pero no lo era tanto. Tendría a Niall Farraday pisándole los talones durante un mes para aprender de su gestión en el negocio. ¿Cómo iba a poder impresionarlo si era tan atractivo que la desconcentraba? Estaba enamorándose de su enemigo…
Nota: Reeditado por Harlequin Ibérica en el trío Negocios…Amor de la colección Especial Miniseries Nº3(2007)

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– Me ha costado sacarle la información, pero como tú no me cuentas nada…

– No hay nada que contar. Estoy cansada, y tú parece que también. ¿Has olvidado que tienes que llevar el equipo de atención neonatal al hospital esta mañana?

– Voy para allá. ¿Te llevo?

– No. todo está organizado. Molly se apañará sin mí -dijo Romana mientras recogía su bolso-. Yo llevaré a la hora de comer.

– No te olvides de esto -replicó India dándole el móvil que estaba encima de la mesa-. Necesito tenerte localizada en todo momento.

Romana cayó en la cuenta de que los problemas de su hermana con la tienda eran mucho más importantes que los suyos.

– ¿Has hablado con papá? -preguntó.

– No responde a mis llamadas -contestó India.

Niall tenía razón. Su padre había emprendido un largo viaje de placer, dejándolas solas ante el peligro de los Farraday mientras él se atiborraba de cócteles y coqueteaba con cuanta mujer bonita se le pusiera por delante.

– ¿Tienes algún plan nuevo para poner a Jordan Farraday de rodillas? -preguntó Romana.

– Tengo a mis contactos trabajando para encontrar trapos sucios. Tiene que haber alguno.

– Ten cuidado. Ellos tienen recortes de prensa nuestros desde que nacimos.

Sabía lo que estaba diciendo, a juzgar por lo que guardaba en su bolso. Niall había deslizado un sobre bajo su puerta mientras ella dormía. Al abrirlo, Romana descubrió un artículo de una revista sobre su madre con una nota que decía: «Nada es tan simple como parece a primera vista. Dile a tu madre que te cuente su historia».

Cuando era adolescente, Romana solía telefonear a su madre para oír su voz. Pero nunca contestaba ella.

Bajó del taxi y contempló la elegante mansión mientras tomaba aire para tranquilizarse. Recorrió las baldosas de la entrada y llamó a la puerta. Le abrió una mujer alta y morena que llevaba a un niño de unos siete años pegado a las piernas. La mujer sonrió con timidez.

– ¿Quién es, Charlie? -preguntó una voz desde una habitación lejana.

– Soy Romana Claibourne -contestó, sacando el recorte de la revista-. ¿Puede darle esto a lady Mackie y preguntarle si me recibiría?

La madre de Romana hizo su aparición al fondo del pasillo. Su impresionante figura se había ensanchado ligeramente con el paso de los años y los embarazos, y algunas arrugas bordeaban sus ojos, pero seguía siendo una gran belleza. Su piel mantenía aquella luminosidad que las fotografías que su hija recortaba siendo niña no conseguían transmitir.

Luego Romana se hizo mayor y dejó de escuchar aquella vocecita que le decía que algún día su madre volvería. Dejó de leer las revistas y guardar las fotografías en una caja de cartón. Hizo una pequeña pira funeraria y prendió fuego a sus fantasías.

– Es Romana Claibourne -dijo la niñera antes de subir las escaleras con el niño en brazos.

– ¿Romana? -dijo su madre con voz temblorosa-, ¿eres tú de verdad?

Romana se contuvo para no dejarse llevar por la emoción.

– Un amigo me dio esto, y tenía que comprobar si era verdad lo que dices aquí sobre cometer errores. ¿Estás de verdad arrepentida de…?

Pero su madre no la dejó terminar. Avanzó hacia ella y la tomó de las manos.

– ¡Oh, mi niña querida! Casi había perdido la esperanza. Pensé que ya nunca vendrías.

Capítulo Once

Romana miró a su alrededor, intentando encontrar a Niall entre la multitud mientras escuchaba el discurso de India.

– ¿Va todo bien? ¿Dónde está Niall?

Molly levantó las cejas.

– Creí que estaría contigo.

Romana supuso que Niall estaría en su oficina, ocupándose de sus propios asuntos. Salió del hospital para llamarlo desde el móvil. La secretaria parecía estar esperando su llamada, y le dijo que Niall estaría fuera de la oficina durante unos días.

Romana lo llamó al móvil, pero le saltó el contestador. No podía dejarle un mensaje. Algunas cosas eran demasiado importantes.

La noche anterior no habría encontrado ninguna razón para regresar a Spitalfields, pero aquella mañana… aquella mañana, todo era posible.

Romana paró con la mano un taxi. El intenso atasco de media mañana le dejaba tiempo para pensar. Imaginó a Niall regresando a aquella casa vacía, con aquellas fotografías. En lugar de culparla por enfrentarlo con su dolor, se había dedicado a buscar un artículo que hablaba de la labor de su madre al frente de una organización para hijos de parejas divorciadas. En él hablaba con tristeza de los errores que había cometido y del dolor de haber perdido a su propia hija.

Lo había metido por debajo de la puerta durante la noche. Niall había cruzado todo Londres en medio de la oscuridad para que ella conociera la verdad, para devolverle algo que ella creía perdido para siempre.

Romana pagó al taxista y, cuando llegó a la puerta, perdió por un momento la confianza en sí misma. Tal vez él no quería verla. Y además, ¿qué iba a decirle?

– ¿Romana?

Niall había aparecido por detrás. Llevaba puesto un par de pantalones viejos y una camiseta totalmente cubierta de manchas de pintura blanca. Romana pensó que estaba guapísimo.

– He venido sólo a darte las gracias. Ahora tengo que volver a la oficina.

– Entra y come algo antes -dijo Niall mientras depositaba en el suelo dos botes de pintura y buscaba la llave en el bolsillo-. Y cuéntame, ¿qué tal esta mañana?

– ¿Y qué me dices de ti? ¿Sabe Jordan que te has tomado la tarde libre?

– Ya sé todo lo que tengo que saber sobre ti. Además, yo he preguntado primero. Pasa, ya sabes aquí está la cocina.

– Niall, he venido a darte las gracias. He hecho…

– Pues hazlo otra vez -contestó él.

Niall colocó un brazo alrededor de su cintura para asegurarse de que no escapara y la besó hasta que dejó de notar su resistencia. No podía luchar contra esa boca de color rosa, ni contra aquellos ojos azules, por no hablar de su cuello… Tras el beso, Niall se paró, esperando que llegara la culpa. Pero no llegó.

– No debiste cortarte el pelo -dijo entonces-. Podría haberme contenido si llevaras aquella espantosa melena. Y ahora, dime, ¿la has visto? -preguntó, relajando un poco la presión alrededor de su cintura.

Romana ya no necesitaba ponerse a la defensiva al hablar de su madre. Y todo gracias a Niall. Sin él, nunca habría descubierto la verdad.

– Sí, la he visto. Y me ha contado algunas cosas. Bueno, Niall, me tengo que ir…

– Deja que se ocupe Molly. Tú siéntate y procura mantenerte apartada del café por si acaso.

– No te vas a olvidar de eso nunca, ¿verdad?

– No -contestó él-. Es uno de esos momentos que te cambian la vida. Nunca se olvidan.

– ¿Sabías quién era yo cuando me bajé del taxi?

– No. Me esperaba a la típica ejecutiva mayor embutida en traje de chaqueta. Tu vestido en cambio era de lo más seductor.

– Se supone que era discreto.

– La próxima vez inténtalo con un saco -advirtió Niall, cambiando de tema antes de que la excitación que comenzaba a sentir se le fuera de las manos.

«La próxima vez» haría las cosas mejor. Quería amanecer con ella dormida a su lado en la cama.

– Háblame de tu madre -dijo entonces, aproximando una silla a la mesa de la cocina, en la que ya estaba sentada Romana.

Cualquier cosa con tal de no recordar la manera en que ella se desabrochaba la blusa. Ahora la tenía lo suficientemente cerca como para quitarle los botones con sólo estirar una mano.

– Hemos hablado mucho. Me contó que mi padre perdió el interés por ella al año de casados. Ella aguantó sus infidelidades por mí. Luego conoció a James y supo lo que era realmente el amor.

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