– No puedes quedarte aquí. Las chicas van a protestar -dijo Romana.
Era la primera excusa que se le había ocurrido. Lo tomó del brazo y lo llevó directamente hacia la puerta.
– Molly debe estar en alguna parte. Ella te buscará un sitio.
– No -contestó Niall, esforzándose en sonreír-. Creo que tenías razón, Romana. Por hoy ya me he divertido suficiente. ¿Te importa que dejemos lo de la cena?
– Encantada -respondió ella con algo de tristeza-. Para serte sincera, estaba deseando que se te hubiera olvidado. Tengo que volver -dijo señalando el camerino.
Romana se giró y le dio la espalda. Estaba a punto de llorar. ¿Por qué era tan doloroso ver a un hombre mostrando las heridas de su corazón? Debería alegrarse de haberse librado de él al menos durante la velada. Pero la imagen de Niall regresando a aquel caserón vacío con la imagen de una joven novia en su cabeza la torturaba.
Romana sacudió sus rizos para evitar pensar y se encaminó a poner orden en el camerino.
– ¿Romana?
Una de las modelos la estaba mirando como si esperara una respuesta.
– Digo que vamos a ir a cenar y luego tal vez a tomar una copa. ¿Quieres venir con nosotras?
– Gracias, pero ha sido un día muy largo. Creo que me iré a casa y me tiraré en la cama.
– Si es con el guapetón con el que estabas hablando antes, lo entiendo.
No se molestó en aclarar la confusión. Recogió su chaqueta y caminó hacia la puerta principal.
– ¿Taxi, señorita Claibourne?
– Sí, por favor.
El portero paró uno y abrió la puerta para que ella entrara.
– ¿Dónde vamos, señorita? -preguntó el taxista cuando salieron de la rampa del hotel.
¿Adónde iba? Romana recordó su confortable apartamento, el olor a lavanda de sus sábanas…
– Lléveme a Spitalfields.
No estaba segura de lo que decía, pero tenía que ir. Durante todo el desfile se había comportado como la perfecta directora de Relaciones Públicas de Claibourne & Farraday, resolviendo cualquier contratiempo. Pero su mente no había estado allí.
Estaba en una inmensa y solitaria cocina, con un hombre al que debería estar pateando aprovechando que estaba en sus horas bajas. Pero en vez de eso, la idea de Niall a solas con sus recuerdos la había perseguido toda la noche. Y sabía que no se dormiría hasta que se hubiera asegurado de que se encontraba bien.
– Hemos llegado, señorita.
Romana levantó la vista hacia la casa. Las ventanas parecían estar en penumbra, pero una débil luz se filtraba desde algún punto de la parte de atrás. El silencio era sólo aparente: por detrás del viejo mercado se escuchaba la música procedente de los numerosos restaurantes que habían proliferado en la zona.
– ¿Puede esperarme? No tardaré mucho.
El taxista dejó el contador en marcha mientras ella cruzaba la acera hasta llegar a los escalones de la puerta principal. Romana agarró la aldaba y la sujetó durante un instante, dudando. Luego la dejó caer y se escuchó un sonido que pareció multiplicarse por toda la casa.
Esperó. Pero no pasó nada. Romana tomó de nuevo la aldaba y, antes de que pudiera llamar, la puerta se abrió, poniendo en peligro su equilibrio.
– ¿Qué pasa?
Era Niall. Llevaba puesta la misma camisa, pero tenía la corbata suelta y algo parecido a una telaraña sobre su cabello despeinado.
– ¿Romana? ¿Qué demonios haces aquí?
Había muchas respuestas para esa pregunta:
«Pasaba por aquí y me acordé de tu ofrecimiento de enseñarme la casa».
«Ha habido un cambio de planes para mañana».
«No encuentro las llaves de mi casa y necesito un sitio para dormir».
Romana se decidió por la verdad.
– Estaba preocupada por ti, Niall. Parecías tan triste cuando te marchaste del Savoy…
– ¿Pensabas encontrarme ahogando mis penas en una botella de whisky? Eso habría sido una munición excelente para la guerra entre los Farraday y las Claibourne, ¿no? India te habría puesto un diez.
– ¿Estás ahogando tus penas? -repuso Romana, pasando por alto su sarcasmo.
– Será mejor que entres -dijo él mientras sujetaba la puerta.
– Tengo un taxi esperando.
– Deja que se vaya. Yo te llevaré a casa. Y no te preocupes, todavía no sé de ningún problema que haya encontrado solución en el fondo de una botella.
Niall fue hasta el taxi y le pagó la carrera al taxista. Luego regresó a su lado y la invitó a entrar.
– Estaba en la cocina. Siempre estoy en la cocina. El resto de la casa está… como sin terminar.
– Enséñamela -dijo Romana-. Quiero verlo todo.
Niall la contempló con incredulidad.
– ¿Ahora? -preguntó.
– ¿Por qué no? ¿Tienes algo mejor que hacer, o te parece más atractiva la idea de la botella?
Niall se encogió de hombros y encendió un interruptor, iluminando el pasillo y las escaleras. Romana comenzó a desabrocharse la chaqueta, pero él la interrumpió.
– Es mejor que no te la quites. El sistema de calefacción de la parte de arriba es un tanto básico. Necesita carbón.
Niall se dio la vuelta, señalando las escaleras.
– Empecemos por arriba.
La casa constaba de cuatro plantas. La parte más alta consistía en una serie de pequeñas habitaciones abuhardilladas en las que se acumulaban objetos atesorados durante años, ya inservibles, pero de los que costaba deshacerse.
Niall le indicó la salida hacia la siguiente planta.
– Este era el despacho de Louise.
La habitación miraba a la parte trasera de la casa. Todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, como si hubiera permanecido intacto tras su muerte.
Romana estuvo a punto de recomendar una buena limpieza, pero por una vez se mordió la lengua.
– No hay mucho más que ver aquí arriba, a no ser que te interesen los métodos de construcción del siglo XVIII -dijo Niall-. Ésta era la parte del servicio y las habitaciones de los niños. En aquellos tiempos se reservaban los lujos para los salones.
– Me dijiste que habíais recuperado parte de la decoración original. Enséñamela.
Descendieron hasta el siguiente piso. Niall abrió una puerta y encendió la luz. Romana no estaba muy segura de lo que esperaba encontrarse, pero aquella pintura floreada no la impresionó demasiado.
– Louise investigó la historia de la casa y descubrió que esta habitación fue pintada en 1783, con motivo de la boda del dueño con su segunda esposa. Debió costarle una fortuna -explicó Niall mientras pasaba una mano por la pared-. Las flores fueron pintadas a mano por un artista local.
– ¿De veras? ¿Y fue tan caro que nadie ha podido costear su restauración?
– Louise habilitó la parte de la esquina y decidió dejar lo demás como estaba -replicó Niall sin reparar en su sarcasmo.
Romana miró a su alrededor. La habitación era tan espaciosa, de techos altos y con tres enormes ventanales con balaustrada que miraban hacia la calle. Tal vez fuera una ignorante, pero pensó que lo que aquellas paredes necesitaban era una buena pintura en algún tono alegre.
– ¿Es todo así?
Romana comenzó a abrir puertas, echando un vistazo rápido al resto de las habitaciones de la planta principal. La única estancia habitable era el dormitorio. Incluso un hombre tan enamorado como para vivir en semejante sitio tenía que tener un lugar cómodo para dormir y un cuarto de baño bien surtido.
Romana se fijó en el marco de plata con la fotografía de una mujer joven de pelo negro y ojos chispeantes. Comprendió entonces por qué la visión de aquella modelo en el desfile le había cambiado el color de la cara. El parecido era superficial, pero con un vestido de novia y un velo…
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