Romana se puso de puntillas y colocó una mano sobre el oído de Niall.
– Aún no es demasiado tarde para salir corriendo, Niall -dijo rozándole la mejilla con la boca.
Estaba tan cerca que podía sentirla respirar suavemente contra su cara. Podía ver las comisuras de sus labios, aquéllas que convertían su sonrisa en algo especial. Pero en ese momento no sonreía. A pesar de su desparpajo, Niall se dio cuenta de que estaba nerviosa como un gatito. Era como si hiciera «puenting» otra vez, enfrentándose con bromas a su miedo. ¿Por qué se ponía en esa situación? ¿Qué estaba intentando probar?
Cualquiera que fuera la razón, esa vez él no iba a empeorar las cosas.
– Soy tu sombra , Romana. Donde vayas tú, voy yo -dijo, tomándola de la mano.
Y entonces quiso demostrarle que, a pesar de las apariencias, estaba de su lado, que era un apoyo más que un crítico. Y se dispuso a besarla en la mejilla.
Trató de que fuera el más leve de los besos, sólo un gesto para tranquilizarla. Pero algo falló. Los labios de Niall se dirigieron directamente hacia la boca, culminando el deseo que lo había poseído desde el momento en que casi la había besado en el coche, cuando se contuvo justo a tiempo. Fue también la consumación del instante en que los labios de ella habían rozado los suyos después de decirle que era momento de dejar de pensar y empezar a sentir.
Ése era un beso que contestaba a las preguntas que había tenido miedo de hacerse, y también un gesto que le decía a Romana que todo iba a salir bien. Debía de haber durado un segundo. O un minuto, Niall no lo sabía. Sólo sabía que había terminado demasiado pronto.
Cuando se enderezó, vio que los ojos de Romana estaban abiertos de par en par, sorprendidos.
– Todo va a salir bien -dijo él en tono tranquilizador.
Y sabía que era cierto.
– ¿Bien? -preguntó Romana, soltándole la mano.
Por un instante, Niall pensó que iba a darle una bofetada. Tal vez la presencia de los fotógrafos le hiciera pensárselo dos veces antes de montar un espectáculo.
– Claro que saldrá bien, Niall. No necesito que ningún Farraday me tome de la mano y me lo diga.
– No está mal -dijo Molly mientras se reunía con ella en el estrado-. No hay muchos hombres que sepan dar un beso tan suave y que, sin embargo, parezca puro fuego.
– ¿Beso? -repitió Romana con el corazón latiéndole como una locomotora-. ¡Ah!, ¿te refieres a Niall? Eso no ha sido un beso, sino un gesto para desearme buena suerte.
– A mí me la habría dado.
– Seguro. ¿Y qué tal anda tu maridito últimamente?
– De maravilla. Preparado para una noche inolvidable. Hoy me siento inspirada.
Mientras Molly regresaba a su sitio, Romana bebió un sorbo del vaso de agua y sacó sus notas.
Había mentido. Aquel beso había significado algo más. Era lo que había visto en sus ojos cuando creyó que iba a besarla, y la corriente eléctrica que sintió cuando ella misma lo besó. Todavía en ese momento, los labios de Romana ardían, deseosos de más.
Bebió otro sorbo de agua para enfriarlos. Luego tomó sus notas y las golpeó contra el atril del pódium , evitando buscarle con la mirada. Niall estaba apoyado en la pared, mirándola con tanta atención que no veía los gestos de Molly llamándolo para que se sentara en la silla que había conseguido reservarle.
La sala estaba en silencio, pero Molly seguía haciendo aspavientos con su catálogo para atraer la atención de Niall. Romana miró en su dirección, y los ojos de todos los presentes la siguieron.
– Por favor, señor Macaulay, siéntese para que podamos empezar -dijo Romana indicando con un gesto el lugar que su ayudante había guardado para él.
Niall inclinó ligeramente la cabeza y cruzó la sala para sentarse en la primera fila. Cuando iba a mitad de camino, Romana preguntó en tono simpático:
– ¿Acaso ha tenido problemas para aparcar?
Niall tomó su asiento. Ninguna expresión cruzaba su rostro, pero Romana podía leer en él: «Ya me las pagarás luego».
– ¿Sabía usted que hay una multa de cien libras para los que llegan tarde? -continuó Romana.
– ¿Desde cuándo? -preguntó Niall con aparente inocencia.
– Desde ahora. Acabo de decidirlo -replicó Romana.
El publico soltó una carcajada que Romana cortó pidiendo silencio con el martillo.
– Y además le penalizo con otras cincuenta libras por cuestionar la autoridad del subastador.
Se escucharon más risas. Ya estaban todos pendientes de ella, y consiguió acallarlos con un leve mentó de su mano.
– ¿Tiene usted algo que decir? -preguntó Romana.
Niall levantó las manos en actitud de rendición mientras negaba con la cabeza.
– Tome nota, por favor -dijo Romana dirigiéndose al secretario-. El señor Farraday Macaulay, ciento cincuenta libras. Y no sientan lástima por él, damas y caballeros -continuó mientras miraba al público-. El señor Macaulay es uno de nuestros accionistas, así que puede permitirse ser generoso.
Sentado al final de la primera fila, mientras se convertía en el centro de atención de los fotógrafos, Niall sonrió. Puede que hubiera convencido a las cámaras, pero no a ella.
Romana no pensó en lo mucho que podría molestarle ser puesto en ridículo en público. Con un poco de suerte, los periódicos hablarían de ella. Y si sacaban la foto de Niall, Jordan Farraday se pondría furioso.
Así aprendería Niall Macaulay a no tratarla con condescendencia. Y en cuanto al beso…, tal vez la próxima vez tendría más cuidado en elegir el sitio y el momento. Ahora había mucho trabajo por delante.
– Bien, todos sabemos por qué nos hemos reunido aquí, así que, si está usted preparado, señor Macaulay, podemos empezar.
La subasta se desarrolló a un ritmo trepidante. Romana charló con los famosos que habían ido a apoyar con su presencia el objeto que habían donado. Un equipo entero de fútbol, el hombre del tiempo y un par de actores consiguieron una sonrisa y un beso por su contribución sin tener que pagar ciento cincuenta libras por semejante privilegio.
Niall sólo consiguió una mirada esquiva cuando pagó una enorme suma de dinero por una camiseta firmada por un equipo de fútbol para uno de sus sobrinos. El original de una tira cómica para su padre y una entrada del Royal Ballet para su madre no consiguieron ni siquiera una inclinación de cabeza.
Pero cuando recogió lo que había comprado y se dispuso a pagarlo, supo que Romana no se había olvidado de él.
– Era sólo una broma -le dijo el secretario-, no tiene que pagar la multa.
– Ya lo sé -dijo Niall mientras sacaba su tarjeta de crédito para pagar el total-. Pero quiero hacerlo. Ahora me toca a mí gastarle una broma a la señorita Claibourne.
Romana no se quedó después de la subasta. Necesitaba tomar el aire, pero sobre todo necesitaba estar sola.
Se quitó los zapatos y se deshizo del vestido. Tenía unos minutos libres mientras Niall pagaba por las cosas que había comprado y quería aprovecharlos. Iba a dar un paseo, y su sombra no estaba invitada.
Su secretaria levantó la vista del ordenador.
– ¿Qué tal ha ido? -preguntó a través de la puerta abierta que separaba los dos despachos.
– Ha sido una locura. No puedo creer la cantidad de dinero que se ha gastado la gente.
Incluido Niall. Pero no quería pensar en él. Sospechaba que iba a tener problemas en ese frente. Romana sacó una camiseta del armario y se la puso.
– ¿Algún problema por aquí? -preguntó a su secretaria.
– Nada que no haya podido solucionar.
– Gracias a Dios -dijo Romana mientras se metía en unos pantalones de lino gris y se calzaba unos mocasines-. Voy a dar un paseo hasta casa y a poner los pies en alto durante diez minutos antes del desfile. Si alguien pregunta por mí, dile que he ido al dentista -ordenó Romana, refiriéndose a Niall sin nombrarlo.
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