– ¿Qué te parece? -preguntó Niall desde el pasillo.
Romana cerró la puerta de la habitación tras ella.
– No creo que quieras saberlo -replicó con un ligero escalofrío.
– Vamos, Romana, no seas tímida. No te va contigo.
– Es el momento de hablar de lo que tus mejores amigos no se atreven a decirte, ¿verdad? Muy bien. Pues creo que deberías mudarte.
– ¿Qué?
– Estoy segura de que históricamente todo esto es fascinante. Pero sólo un historiador sería capaz de vivir aquí.
– Pero Louise era…
– Ya lo sé. Era restauradora. Pero tú no, tú eres un hombre de tu tiempo, y sabes que cuando el dueño decoró esta casa lo hizo para presumir. Utilizó el estilo más avanzado de entonces, las últimas técnicas para demostrarle al mundo que era un hombre importante. Louise te habría animado a que hicieras tú lo mismo. La vida sigue, Niall. No puedes vivir en un museo.
– ¿Es ésa tu opinión? ¿Contratar a unos decoradores y dejar que se encarguen ellos?
– No.
Era una casa construida para una gran familia, para ser vivida desde el desván hasta el sótano. Un hogar maravilloso. Pero incluso sin polvo y con las paredes pintadas, seguiría sin ser el hogar de un viudo atrapado en un hoyo cada vez más profundo.
– Mi opinión es que deberías comprarte un ático luminoso con vistas al río y mudarte.
Niall la miró como si no tuviera la menor idea de lo que estaba diciendo. Pero sí la tenía.
– Compraste esta casa para Louise porque estabas enamorado de ella y tenías el poder de hacer su sueño realidad. Pero te equivocaste al pensar que ella te mataría por no acabar lo que había empezado.
– ¿Has terminado ya?
– No, todavía no. Por lo que Louise te mataría es por quedarte aquí y no seguir tu instinto natural para los negocios. Esta zona se está revalorizando mucho, sacarás un gran beneficio a tu inversión.
– Gracias por recordarme que soy un banquero con una cartera por corazón.
Nada iba a detenerla.
– Y lo peor de todo, Niall, lo que realmente le parecería a Louise, es que no estás haciendo nada. No en la casa, no la restauras. Sólo dejas que se enfríe mientras tú te entierras en ella. Ya he terminado -dijo Romana exhalando un hondo suspiro-. Tú me preguntaste.
– Efectivamente. Y creo que es el momento de buscar esa botella.
Romana lo siguió hasta la cocina. Encima de la mesa había varios sobres y papeles desperdigados. Rápidamente, Niall los metió en una caja y la colocó en el suelo antes de acercarse al armario y sacar una botella de brandy y un par de vasos.
– Muy bien, y ahora que has arreglado mi vida, por qué no te quitas la chaqueta, acercas una silla y me cuentas que lleva a Romana Claibourne a hacer cosas que le dan tanto miedo. Y por qué no está ahora mismo durmiendo al lado de un hombre que la adore.
Por toda respuesta, Romana abrió la nevera.
– ¿Has cenado? Y por cierto, yo prefiero vino en vez de brandy -dijo ella.
Romana echó un vistazo al interior del frigorífico. Había un cartón de huevos que habían sido comprados en el supermercado de C &F.
– Al menos no compras la comida en otro sitio -dijo, sacando una bolsa de ensalada preparada y un trozo de queso.
– Me traen el pedido a casa. Trabajo muchas horas, sobre todo ahora, que tengo que encargarme de un banco y ser tu sombra . ¿Blanco o tinto? -preguntó Niall.
– Blanco, por favor.
Niall le sirvió el vino mientras Romana batía los huevos con más fuerza de la que era estrictamente necesaria.
– Y dime, Romana, ¿qué se siente al ser la menor de tres hermanas, todas de madre diferente? ¿Cómo transcurrió vuestra infancia?
– ¿Estás buscando algún trapo sucio, Niall? Si lo que quieres es enfrentamos, no lo conseguirás.
– Ya lo sé. Estáis muy unidas.
– ¿Cómo lo sabes? ¿Ha estado Jordan hurgando en nuestro pasado y te lo ha contado?
– Los matrimonios de Peter Claibourne no son ningún secreto. En su momento no se habló de otra cosa en las revistas de chismes. A mí me interesa la realidad. Quiero decir, que puede ser mala suerte que a una de vosotras la abandonara su madre, pero a las tres…
– Puede que mi padre no fuera muy buen marido, pero logró quedarse con todas sus hijas. Tenía dinero suficiente para pagar a los mejores abogados. Hemos crecido todas juntas bajo el cuidado de una larga sucesión de niñeras.
Romana se encogió de hombros, como había hecho toda su vida, fingiendo que no le importaba que su madre no hubiera sido lo suficientemente fuerte como para llevarla con ella cuando se marchó. Había preferido una suma de dinero, seguramente muy elevada, a cambio de perder a su hija. Pero no había tardado en reponerse, según mostraban las fotos de las revistas, en las que aparecía su madre con sus nuevos hijos.
Romana nunca había permitido que nadie adivinara su dolor.
– Creo que ya has puesto suficiente queso. A no ser que pretendas que me dé un ataque al corazón por tener el colesterol alto.
Romana miró el trozo de queso. Lo había cortado entero.
– Aquí tienes -dijo Niall pasándole el vaso de vino-. Relájate y tómalo despacio. Yo cocinaré.
Romana se apoyó en el respaldo de la silla y lo contempló. La camisa remangada dejaba al descubierto unos brazos fuertes y poderosos. Seguía despeinado, y continuaba llevando la telaraña en la cabeza.
– ¿Qué estabas haciendo cuando llegué? -preguntó mientras bebía lentamente su vaso de vino-. Tengo la impresión de que has estado hurgando en el armario de debajo de la escalera.
Romana se incorporó y le quitó la telaraña con la mano. Niall miró la telaraña y luego a ella, y de pronto, Romana fue consciente de lo cerca que estaban el uno del otro. Lo suficientemente cerca para que él viera lo que estaba tratando desesperadamente de ocultar.
No veía al enemigo que estaba dispuesto a apartarla de su mundo, sino a un hombre por el que valdría la pena perder un mundo.
– ¿Encontraste lo que buscabas? -preguntó para romper la tensión que los mantenía inmóviles, separados sólo por unos centímetros.
– ¿Quién ha dicho que estuviera buscando algo? -preguntó a su vez Niall, esquivando su mirada.
Romana se echó hacia atrás mientras Niall colocaba la tortilla en la sartén y le añadía un poco de queso, como si estuviera muy concentrado en tal actividad.
Romana le echó un vistazo a la caja que estaba en el suelo. Papeles y sobres. Un sobre grande con el nombre de una empresa especializada en reportajes fotográficos.
Niall siguió con su mirada los ojos de Romana, por un momento pareció dudar.
– Necesitaba…necesitaba encontrar las fotos después de lo de esta noche. Aquella chica vestida de novia se parecía tanto…
Romana tomó la caja del suelo y la colocó encima de la mesa. Luego sacó el sobre.
– Vamos a ver.
– ¡No! -gritó Niall, sujetándole la muñeca para impedir que lo abriera-. No creo que sea el momento.
– Huele a quemado -dijo Romana señalando el fuego.
Niall se dio la vuelta y movió la sartén, rescatando la tortilla antes de que se quemara. Luego, manteniendo como siempre el control de la situación, la partió por la mitad y la colocó en dos platos.
Romana entendía ahora por qué sus ojos parecían de piedra gris. Tenía el control de su vida sujeto con pinzas. Se negaba a enfrentarse al dolor, y por eso no se arriesgaba a concederse ninguna emoción.
Niall se sentó en la mesa y comenzó a comer, actuando como si no pasara nada. Pero ella ya sabía que era todo una farsa. Había visto el destello de algo más, algo cálido y vivo, un corazón que seguía latiendo detrás del muro que él había construido a su alrededor.
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