Romana apartó su plato y comenzó a revisar el contenido de la caja. Se sentía como una mirona hurgando en los entresijos de vidas ajenas, pero estaba decidida a provocar una reacción.
La caja estaba llena de cartas y notitas, ese tipo de cosas que guardan los enamorados y que nadie más debería ver. Romana no pudo continuar. Se dio la vuelta y probó un bocado de tortilla. Ella también estaba actuando como si no pasara nada.
– Mis hermanas limpiaron la casa antes de que yo regresara. Metieron su ropa y los regalos de boda en cajas para guardarlos hasta que yo estuviera en condiciones de enfrentarme a ello.
– No deberías haber esperado tanto.
– No sabía que hubiera un calendario fijo para estas cosas.
– No puedes enterrar el dolor. Tienes que enfrentarte a él. Cuando hablamos de la gente que queremos y hemos perdido, los mantenemos vivos. Tienes que mirar las fotografías, recordar aquel día, las cosas que te dijo…
– ¡Basta ya! -gritó Niall con los ojos encendidos-. No sabes de lo que estás hablando. Y le pido a Dios que no lo sepas nunca.
Se concentró en su plato, como si este pudiera protegerle. Pero no podía comer. Ella se lo retiró y lo tomó de la mano.
– Al menos has tenido a alguien que te ha amado por encima de todo. Eso no te lo puede quitar nadie.
Niall tenía razón. Ella no podía imaginar su pena, pero estaba sintiendo algo que le dolía, algo así como un cuchillo en la garganta, viéndolo llorar la muerte de su esposa. Por eso estaba allí, en su cocina, en vez de en su propia casa. Y estaba dispuesta a ayudarlo a enfrentarse con sus demonios.
Con todo el cuidado del mundo, Romana sacó una fotografía de Louise llegando a la iglesia y la contempló. Louise reía mientras el viento sacudía el velo de su vestido de novia. Estaba pletórica, llena de vida.
Torció la fotografía para que Niall pudiera verla, pero él mantuvo fija la mirada fija en Romana.
– La amaste con todo tu corazón. Y ella a ti. Eso no va a cambiar, esto no es más que un recuerdo de papel.
Romana se acercó hasta él, le tomo la mano y colocó en ella la fotografía.
– Mírala y recuerda lo que tuviste, no lo que has perdido.
Niall continuaba sin bajar la vista.
– No puedo hacerlo.
– ¡Mírala!
El sonido de un viejo reloj de pared era lo único que se escuchaba. Tras una pausa interminable, Niall dejó que su mirada resbalara hacia la fotograba que tenía en la mano. La miró durante largo rato. Y durante largo rato, su cara no cambió de expresión. Luego recogió las fotografías esparcidas por la mesa y las llevó con él hasta el sofá. Comenzó a mirarlas una a una muy lentamente en medio de un silencio absoluto. Sin hacer ruido, Romana se colocó a su lado.
Había más fotos de la llegada de Louise a la iglesia con su padre, y de Niall y Jordan vestidos de chaqué. Niall parecía mucho más joven, como si en lugar de cuatro años hubiera pasado un siglo.
– ¿Jordan fue tu padrino?
Él asintió con la cabeza.
Había también un grupo de damas de honor con trajes de color albaricoque, y una pareja que debían ser los padres de Niall al lado de dos jóvenes muy guapas.
– ¿Son tus hermanas? -inquirió Romana, forzándolo a responder.
– Cara y Josie -confirmó Niall-. La camiseta de fútbol la compré para el hijo de Josie.
Como si de pronto se hubieran abierto las compuertas, Niall comenzó a hablar, señalando los personajes más importantes, la familia, los amigos, todos juntos celebrando el más feliz de los días. En una de las fotografías se veía a Louise y a Niall, sonriendo a la cámara y saludando.
Una lágrima mojó la foto. Romana pensó por un momento que era de ella, pero Niall levantó la vista y se dio cuenta de que por sus mejillas resbalaban también gruesos lagrimones.
No había nada más que decir. Lo único que podía hacer era abrir los brazos y estrecharlo entre ellos mientras él dejaba salir el dolor guardado durante cuatro largos años.
– Está bien, Niall. Suéltalo todo.
No importaban las palabras que ella murmuraba. Sólo quería que supiera que entendía su dolor, la desesperación de saberse solo y abandonado.
Romana lo besó en la cabeza y luego en las sienes, abriendo su propio corazón mientras lo consolaba, diciéndole cosas que había guardado desde siempre en su interior. Y no dejó de abrazarlo, apretando la cabeza de él contra su pecho mientras le acariciaba el pelo con una mano y la cara con la otra.
– No estás solo -susurró mientras le besaba las lágrimas de los ojos y la línea del mentón, acariciándole suavemente el cuello-. Yo estoy aquí.
– Romana…
Niall pronunció su nombre como si se lo arrancado de las entrañas, mientras se abrazaba a ella. Parecía que no quisiera dejarla marchar nunca.
Ella también murmuró su nombre, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás para ofrecerse, rendida, como se entrega una mujer enamorada a un hombre que está sufriendo. Le entregaba sus brazos, su cuerpo un refugio en el que pudiera olvidarlo todo sin pedir nada a cambio.
Niall levantó la cabeza y la miró, murmurando de nuevo su nombre con una nueva intensidad en su voz.
– Romana -repetía Niall una y otra vez, como si nunca antes lo hubiera pronunciado, como si hubiera abierto de pronto los ojos para descubrir un mundo nuevo.
– Estoy aquí -dijo.
Y se desabrochó el primer botón de la camisa, y después el segundo.
Niall se incorporó y, por un instante, ella creyó que le iba a decir que se detuviera, pero en lugar de hacer eso, le acarició la mano antes de posar suavemente los dedos sobre su frente, como si estuviera intentando averiguar sus más profundos pensamientos. Luego la miró a los ojos y tomó su cara entre las dos manos para besarla con dulzura. Con los labios iban buscando su consentimiento en cada movimiento.
Ella respondía con los labios, la lengua, las manos, animándolo sin palabras a continuar. La boca de Niall se volvió más ansiosa. Romana se dejó caer sobre los cojines.
– Quiero tocarte -dijo Niall-. Quiero desnudarte.
Ella se incorporó y comenzó a desabrocharle la camisa. Tras una pausa que pareció interminable, Niall quedó libre para acariciar su cuello lentamente mientras deslizaba las manos hasta la suave curva de sus pechos. Entonces se detuvo un instante, preguntándole sin palabras si quería que siguiese. Por toda respuesta, Romana se desabrochó el sujetador.
– Seda, pura seda -murmuró Niall mientras abría las manos para encontrarse con la calidez de su piel.
Entonces la reclinó con suavidad sobre los cojines, para continuar explorando con la boca lo que acababan de conocer sus manos.
Cada caricia, cada movimiento, cada beso era lento y seguro. Romana se estremecía con el contacto de sus labios, el fuego de su mirada. La íntima presión de su cuerpo la llenaba de sensaciones casi dolorosas de puro placenteras.
Todo era nuevo y excitante para ella, y Romana contuvo la respiración, temerosa de romper el hechizo. Entonces se incorporó y colocó los brazos alrededor de su cuello, atrayéndolo hacia sí.
– Quiero tocarte -musitó Romana, repitiendo las palabras que él le había dicho-. Quiero desnudarte.
Y despacio, con ternura, ambos cumplieron su deseo, aprendiendo las necesidades del otro poco a poco, hasta que la pasión lo envolvió todo y perdieron el sentido del tiempo y del espacio.
Podría haber sido perfecto si el nombre que él pronunció en el momento culminante hubiera sido el de Romana.
El nombre de Louise había borrado de un plumazo la magia del momento después de hacer el amor. Ninguno de los dos respiraba. El silencio era tan denso que retumbaba en sus oídos.
Читать дальше