No había tenido un momento para ella desde las siete y media de la mañana, y necesitaba escaparse durante al menos media hora. Tenía que olvidarse de la tienda y de todo.
Romana abrió la puerta de su despacho para salir. Niall estaba apoyado en la pared de enfrente con los brazos cruzados. Parecía que hubiera adivinado su intento de escapada.
– ¿Vas a alguna parte sin tu sombra ? -preguntó con una sonrisa helada.
Cuando estaba a punto de soltar la excusa del dentista, Romana se lo pensó mejor. Sin duda no se lo creería, e insistiría en acompañarla de todas formas. Sería más inteligente decir la verdad.
– Necesito tomar el aire -dijo sin esperar respuesta-. Voy a cruzar el parque hasta casa y descansar un rato. Gracias por apoyar la subasta tan generosamente.
– Es una manera muy cara de comprar -respondió él sin moverse del sitio.
– ¿Quieres algo más, Niall?
– He venido a recoger una de las cosas por las que he pagado.
Romana miró, confusa, las bolsas de plástico que él tenía a los pies.
– Estás en el sitio equivocado -dijo.
– Yo creo que no.
Con un rápido movimiento, Niall colocó los brazos en la pared a ambos costados de Romana, dejándola cercada.
– Yo la he besado y usted me ha hecho pagar por ello, señorita Claibourne. Pues bien, estoy aquí para hacer una reclamación, porque no he obtenido lo que he pagado.
Romana sacudió la cabeza mientras reía nerviosamente.
– No seas tonto, Niall. Le dije al secretario que se trataba de una…
– De una broma, ya me lo dijo. Pero yo pagué de todas maneras.
Romana cerró los ojos para que él no pudiera ver en ellos el deseo. La manera que tenía de besar la había llevado hasta aquella situación. Si había sentido antes tanta pasión-, no quería ni pensar lo que podría ocurrir si la volvía a besar, esa vez en un lugar privado.
– Me encargaré de que te devuelvan lo que has pagado -acertó a decir mientras intentaba zafarse de su prisión.
– ¿Y negarles a esos pobres niños los beneficios de mi dinero? Te faltó tiempo para decirle a todo el mundo que podía permitírmelo. Venga, Romana. Tú eres la que dice siempre que es por una buena causa. Demuéstrales a esos niños cuánto te importan.
Ella sabía que no era el tipo de hombre dispuesto a ser humillado públicamente sin tomar represalias. Por eso había tenido tanta prisa en salir de los grandes almacenes. Quería darle tiempo para que se calmara antes del pase de modelos.
Pero allí, capturada entre sus brazos, a Romana se le ocurrió pensar que si él le daba un beso, un beso de verdad, ella saldría ganando. Acabaría con esa fachada de «mírame y no me toques», ganaría su propia batalla personal. Si Niall la besaba, ella probaría que era como todos los demás hombres, dispuestos a perder el rumbo por una falda corta o un vestido de noche ajustado a sus curvas…
Eso le encantaría. Tener a Niall Macaulay a sus pies la haría verdaderamente feliz.
Su boca estaba a escasos centímetros de la suya. En sus ojos se dibujaba un deseo desenfrenado que él se había negado a admitir, pero al que parecía no poder resistirse. Romana sintió que los labios le quemaban. Se sentía ligera, como si tuviera los brazos de Niall alrededor de su cuerpo, como si sus labios estuvieran ya apoyados en los de ella. Escuchó el sonido ahogado que salió de su propia garganta, un sordo gemido que suplicaba que la besara en el cuello.
¿Era ésa la manera en que hombres y mujeres se volvían esclavos del amor? ¿Con el triunfo del cuerpo sobre la mente? A ello no le pasaría. Sabía que esas sensaciones eran tan efímeras como las burbujas del champán. Pero aun así, cerró los ojos y esperó.
Y siguió esperando.
Y cuando abrió los ojos de nuevo, descubrió que Niall no había movido ni un músculo. Romana no dijo nada, no se atrevía ni a respirar. Finalmente, como si volviera de lo más profundo de su pensamiento, Niall dejó caer los brazos.
– Gracias, Romana -dijo.
– ¿Por qué? -contestó ella arrastrando las palabras.
– Por establecer un punto de partida.
Niall dio un paso atrás y, recogiendo sus bolsas del suelo, se encaminó hacia el ascensor.
– ¿Era eso? -replicó ella a su espalda-. ¿No quieres…?
Romana iba a decir «besarme», pero se contuvo a tiempo.
– ¿No quieres llegar a un acuerdo total? -improvisó sobre la marcha.
– El beso puedo esperar -contestó Niall sin dejar de andar, como si quisiera poner tierra por medio entre ellos-. No te preocupes, ya te avisaré cuando sea el momento.
Y desapareció de su vista mientras doblaba la esquina para dirigirse al ascensor.
Niall estaba decidido a asistir al pase de modelos aquella noche. Habían cambiado las tornas a su favor y quería ver a Romana pasar un mal rato. A partir de aquel momento, cada vez que estuvieran juntos en público ella estaría en alerta, temiendo el momento en que él decidiera cobrarse su beso de ciento cincuenta libras. Y arrepintiéndose de cada carcajada que había arrancado del público a su costa.
Pero eso no era lo que le importaba. Lo que lo había enfadado era que se había preocupado de verdad por verla meterse una y otra vez en situaciones que la aterrorizaban. Y ella se había mofado de su preocupación, como si no creyera que pudiera ser real.
Niall había pensado que estaban más allá de todo eso. Era lo que le hubiera gustado.
Pero ella había estado a punto de ceder. Había esperado más resistencia. Cuando ella levantó sus ojos hacia él, leyó en ellos el deseo, y sus labios se separaron ligeramente mostrándole sus bellos dientes. Le había costado un gran esfuerzo controlarse.
Casi se había lanzado a tomar todo lo que ella le ofrecía, y más.
Nadie había estado tan cerca de tocarle el corazón desde que perdiera a Louise. Había creído que podía jugar con Romana Claibourne sin salir herido. Se había equivocado.
Por eso sabía que nunca podría reclamar su beso, porque un beso no sería nunca suficiente. Y porque un simple beso sería una traición total a la mujer que había muerto porque él la había obligado entre bromas a hacer algo que le daba miedo.
Pero por el momento, su decisión permanecería en secreto.
Por una vez, Romana no prestó atención a la ropa. No podía competir con las modelos en belleza, así que, para contrastar, se puso unos pantalones negros, una camisa de seda negra y unos sencillos pendientes de plata. Ella iba a estar en la parte de atrás, coordinando, y de negro sería más fácil reconocerla entre los vestidos de novia.
Demasiado fácil.
Niall la vio de inmediato y atravesó el inmenso camerino común en su busca, obviando los cuerpos medio desnudos de las modelos. Sus ojos eran sólo para ella.
A Romana se le hizo un nudo en el estómago, aunque el sentido común la tranquilizaba diciendo que él buscaría un lugar menos agitado para cobrarse su beso. Un lugar que le produjera a ella mayor vergüenza. En medio de los miles de besos de cortesía que había allí, un beso más, aunque fuera de lo más apasionado, pasaría inadvertido.
Romana se dio cuenta de que Niall llevaba la corbata torcida. No quería que él pensara que le tenía miedo, así que se dirigió hacia donde estaba para enderezársela.
– Tal vez deberías rendirte y comprarte las corbatas con el nudo hecho -sugirió mientras la colocaba en su sitio-. Llamaré a la sección de complementos para que te envíen algunas.
Romana se decidió entonces a levantar los ojos hacia él. Su cara era un poema, pero no por algo que ella hubiera dicho. No la estaba mirando, estaba absorto en algo que había detrás de ella.
– Niall, ¿estás bien? -preguntó.
Como no contestaba, Romana se dio la vuelta para ver qué miraba. Una modelo se estaba poniendo en un vestido de novia clásico, riéndose con alguna broma de su compañero, vestido de chaqué. Durante un instante, la escena pareció real. El novio y la novia felices para siempre.
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