Liz Fielding - Un Marido de Ensueño

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Stacey estaba bien sola. El problema era que sus dos hijas querían un padre y habían decidido que fuera Nash Gallagher.
Nash era estupendo con las niñas y, además, besaba maravillosamente. Pero hacía falta mucho más que unos labios sugerentes para que Stacey se casara de nuevo. En esa ocasión, quería un marido en quien pudiera confiar y Nash no era lo que parecía ser…

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Quizá no tuviera dinero, como Lawrence Fordham, pero la amaba y podía confiar en él. La quería a ella y a sus niñas. Eso era todo lo que quería de un hombre.

– ¿Stacey? -Vera asomó la cabeza-, ¡Ya estás levantada y andando! Eso es estupendo.

De pronto, la miró dudosa.

– ¿Qué pasa?

Vera se rió.

– Estaba pensando que, si yo tuviera el enfermero que tú tienes, seguro que me aprovecharía un poco -Stacey se ruborizó y Vera soltó una carcajada-. De acuerdo, entendido. Es demasiado pronto para hablar de nada de esto. ¿Un café?

Ya estaban en la segunda taza cuando Dee llegó, con un ejemplar del diario Maybridge.

– ¿Por qué no me lo dijiste? -se debatía entre el enfado y la risa. Una muy mala combinación en el caso de su hermana.

Stacey suspiró y dejó la taza sobre la mesa.

– ¿Decirte qué?

– Lo de Nash Gallagher.

¡Cielo santo! No podía haber salido en el periódico de la mañana. Miró a Vera, que parecía tan perpleja como ella.

– Viene en la primera página.

Dejó el periódico sobre la mesa.

El heredero de Baldwin dará una conferencia en la universidad.

– Nash Gallagher es el nieto de Archer Baldwin. ¿Archer? ¿Se refería a Archie? Stacey siempre había asumido que era el diminutivo de Archibald. -Nash Gallagher es el nieto de Archer Baldwin -continuó su hermana-. Y me dejaste que le tratara como a un peón.

– ¿Qué? -la cabeza de Stacey trataba de entender lo que decía su hermana, de encontrarle sentido a la fotografía que aparecía en primera página. Parecía recién salido de algún pantano en el que hubiera encontrado algún espécimen raro de planta-. Fue Nash el que te permitió que lo llamaras peón. Yo traté de impedírtelo, no porque considerara un insulto el que fuera un peón, sino porque estabas siendo realmente maleducada. Pero todavía no entiendo nada. Archie no es rico.

– Estarás bromeando -Dee la miró como si acabara de llegar de otro planeta-. Este pueblo era parte de sus posesiones hace algún tiempo. Todo el mundo que vivía aquí, trabajaba para él. El tío de Mike, por ejemplo, consiguió su casa porque trabajaba para él-. Archie Baldwin les regaló a sus trabajadores las casas en las que vivían. Se las dio, Stacey, no se las vendió ni se las alquiló -Dee se sentó-. ¿Queda algo de café?

Vera le sirvió una taza.

– Dee tiene razón, Stacey. Mi madre también trabajaba limpiando. Así fue como conseguimos la casa.

– Tú eres muy joven para recordarlo, pero yo sí que me acuerdo -dijo Dee-. Apareció en los periódicos.

– ¿El qué?

– Que desheredó a su hija, acusándola de no ser una Baldwin porque había descuidado a su hijo. El hombre vendió sus posesiones y regaló millones. Luego se desvaneció, se convirtió en una especie de recluso.

– Dee, Archie llevaba el vivero que hay al otro lado del muro. Yo solía ayudarlo cuando estaba muy ocupado. Llamé a la ambulancia cuando le dio el ataque al corazón.

– ¿Archie? ¿Te refieres a que ese anciano era Archer Baldwin?

– Claro que es él -miró una pequeña fotografía en la que aparecía Archie mucho más joven-. Fui a verlo el lunes, cuando me dejaste el coche -se levantó lentamente. Siempre había pensado que era un jardinero, y que Nash era… -. ¿Una conferencia? ¿Qué conferencia?

Vera leyó en alto.

– «El doctor Gallagher, nieto de Archer Baldwin, ha venido a Maybridge para dar una conferencia a los estudiantes de biología de la facultad de ciencias. El doctor Gallagher ha pasado los cinco últimos años recolectando y catalogando nuevos especimenes de plantas…». Y escucha esto: «Al doctor Gallagher le han ofrecido la cátedra de botánica de la universidad». ¿Sabías algo de esto, Stacey?

– No -Stacey le quitó el periódico-. No sabía nada. Me ha estado mintiendo.

– ¡Vamos, Stacey! -dijo Dee.

– De acuerdo, lo diré de otro modo: no me ha dicho toda la verdad.

Incluso en su confesión de la noche anterior, no le había contado toda la verdad sobre su familia.

Ya no le extrañaba que su hermana no supiera si reír o llorar.

Ella quería, claramente, llorar, pero no antes de encontrarlo y decirle lo que pensaba de él.

– Me voy a vestir y voy a ir a la universidad.

– ¿Te parece prudente? -preguntó Dee.

– No lo sé. Lo voy a hacer, igualmente. ¿Me llevas o pido un taxi?

– Te llevo, a ver si así puedo impedir que cometas una estupidez. Estoy segura de que si no te ha dicho nada es porque tiene un buen motivo.

– ¿De verdad? ¿Cómo cuál?

Se volvió bruscamente ayudada por la muleta, con tan mala suerte que, en ese preciso instante, uno de los gatitos salió de la mesa. Era o el gato o ella, no había opción.

– Stacey, cariño… -ella abrió los ojos y vio a Nash inclinado sobre ella. Por un momento notó una cálida y reconfortante sensación-. ¿Qué ha pasado?

De pronto, el sentimiento de felicidad de evaporó.

– ¿No te lo ha dicho Dee?

– Se ha ido corriendo a por las niñas al colegio. Solo me dijo que te habías caído otra vez.

– Fue de nuevo lo mismo. Tenía tanta prisa por encontrarte, que no vi el peligro hasta que ya era demasiado tarde.

– ¿Encontrarme? Pero si sabías que iba a volver.

– Sí, pero lo que te tenía que decir no podía esperar. Tenía mucha prisa, porque quería asesinarte. Ha debido de ser tu día de suerte, porque se me cruzó uno de los gatitos y me caí, dándome un golpe en la cabeza. Esta vez, no me dejan irme a casa, así que estás a salvo. Por ahora.

– No te muevas -le dijo, mientras trataba de sentarse. Él la contuvo con una mano.

– Eres un canalla, Nash. Yo confié en ti y tú abusaste de esa confianza. ¿Por qué me mentiste? -él abrió la boca dispuesto a contestar, pero ella no lo dejó-. Te he visto en el periódico, así que no me mientas.

Nash podría haber dicho que no le había mentido, que, sencillamente, no lo había creído cuando le había dicho la verdad. Pero eso tampoco habría sido cierto. Le había ocultado muchas cosas y ambos lo sabían.

– Lo siento, de verdad. Al principio no me pareció importante. Luego… luego quise asegurarme de que me querías a mí, no los míticos millones de un Baldwin.

– Pero eso es despreciable.

– Sí, lo sé. Pero mi padre se casó con mi madre por dinero. Quería empezar un negocio, y así fue como lo hizo.

– ¿Y pensaste que yo iba a hacer lo mismo? -no podía creerse lo que estaba oyendo-. ¿Tiene que ver con los esfuerzos de Dee por juntarme con Fordham? Pensaste que me iba a casar con el hombre que me había traído aquellas espantosas rosas.

– Parecías bastante complacida con ellas -ella lo miró como pensando que estaba loco. Él se encogió de hombros-. Lo siento, Stacey, pero hasta que te he encontrado a ti, no ha habido un amor incondicional en mi vida.

– ¿Ni siquiera el de Archie?

– Cuando era pequeño, sí. Pero al final, me utilizó para herir a mi madre. Ha seguido manipulando las cosas, tratando de que me quedara aquí.

– ¿Y te vas a quedar?

– No hay dinero, Stacey. Archie lo regaló todo, excepto el jardín -hizo una mueca-. Bueno, debió de guardarse algo para poder crear una cátedra de botánica en la universidad. Sigue manejando los hilos. ¿Lo entiendes?

– Y, ¿vas a hacer lo que él quiere? ¿Te vas a quedar?

– Los profesores de universidad no ganan mucho dinero, Stacey. No podría darte…

– ¡Vete al infierno, Nash! -estaba demasiado cansada y dolorida-. Vuelve cuando hayas madurado.

Cuando volvió a abrir los ojos, él no estaba. No sabía si habría madurado o no, porque no regresó.

Estuvo en el hospital una semana, tras la cual Dee insistió en que pasara con ella una semana en una casa que había alquilado en Dorset. El aire puro la ayudó a terminar de recuperarse y a levantar el ánimo un poco.

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