– Debes echarlo de menos -hubo un largo silencio-. Lo siento. Seguramente no quieres hablar de él.
– No hay problema. En realidad, para quien es más duro es para Clover y Rosie -dijo-. Les cuesta eso de no tener un padre. Sé que muchos niños están viviendo con uno de los dos padres. Pero las mías ni siquiera tienen el consuelo de ir a ver al otro a otra casa, alguien que les malcríe y compita por su amor.
– Créeme, es terrible.
– ¿Tus padres se separaron?
– ¡Oh, no! No eran gente tan civilizada. Se limitaron a vivir juntos y hacerse la vida imposible.
– Lo siento, Nash.
– No te preocupes. En el fondo tuve suerte. Tenía un abuelo al que recurrir cuando las cosas se ponían realmente mal -puso la foto de nuevo en su sitio-. Y ahora, dígame, señora mía. ¿Quiere el pato, las margaritas o las rosas?
– Las margaritas, por favor.
– ¿Y para desayunar?
– Ya no recuerdo la última vez que desayuné en la cama.
– Pues aprovecha. ¿Un huevo pasado por agua y tostadas?
Ella se rió, pero se contrajo ante el dolor de sus heridas.
– Estoy feliz -dijo con una mueca-. En serio.
Él le recogió el pelo cuidadosamente, pasándole la mano y levantándoselo de la nuca.
Estaba absolutamente feliz.
Stacey desayunó, tomó unos analgésicos, y se durmió de nuevo. Cuando se despertó, había una enorme cesta llena de flores junto a la cama. No necesitaba leer la tarjeta para saber quién se lo había mandado.
Con todo mi cariño. Espero que te recuperes pronto. Lawrence.
Seguro que lo que ponía en la tarjeta lo habría escrito su hermana. Debía de haber parado en la tienda de flores de camino a la oficina.
– ¡Nash! -lo llamó ella.
Él apareció tan rápidamente, que le dio la sensación de que hubiera estado esperando en la escalera a que lo llamara.
– Por favor, llévate estas flores. Me están poniendo dolor de cabeza.
– ¿Y no esperará verlas cuando venga a visitarte?
– Si viene, ya me las traerás -le dijo.
– ¿Dónde quieres que las ponga?
– En el comedor. Hace más frío y durarán más tiempo.
– De acuerdo -dijo él y se frotó la barbilla contra el hombro, dejándose una mancha de yeso sobre la camiseta. Ningún hombre tenía derecho a parecer tan sexy, tan deseable. No era justo que una mujer decidida a ser razonable, se encontrara con una situación tan difícil.
– ¿Qué? -preguntó él.
Ella lo miró y negó con la cabeza, decidida a no decir lo que estaba pensando. -Tienes yeso en el pelo.
– ¿De verdad? -Alzó la mano, pero la bajó antes de quitarse nada-. Luego me lo quitas tú.
Stacey se dio cuenta de que los dos estaban pensando en lo ocurrido en el jardín, cuando ella le quitó el trozo de cristal que le había caído sobre la cabeza y estuvieron a punto de lanzarse el uno en brazos del otro, dos minutos después de haberse conocido. Quizá debería recapacitar sobre lo de llamar a su hermana y decirle que se iba a su casa.
Tanto cuidado implicaba que tenían que tocarse. Aquello estaba poniendo a prueba su tan elaborado plan de futuro.
– ¿Quieres comer algo, o prefieres esperar a que traiga a las niñas del colegio? Me han pedido varitas de pescado para cenar. Pero quizá tú quieras comer algo de adultos.
El móvil sonó en ese momento. Stacey se lo pasó a Nash.
– Será para ti.
Nash lo alcanzó y respondió. Era una voz femenina.
– ¿Doctor Gallagher?
– ¿Sí?
– Soy Jenny Taylor, de Investigación Botánica Internacional. Hemos recibido su mensaje de que tiene que demorar su partida. El director quiere saber si estará disponible para viajar a finales de mes, para poder organizarlo todo.
El final del mes estaba a solo diez días vista. Miró a Stacey. Pensó sobre lo de pasar un año en Sudamérica. No respondió.
– Lo siento. Tengo otros compromisos. Si tienen mucha prisa, tendrán que buscar a otra persona.
Hubo un momento de silencio. Ni él mismo se creía que había dicho lo que acababa de decir.
– Ya lo llamaremos -dijo ella.
Colgó el teléfono y lo desconectó. Podría dejarle un mensaje.
Le devolvió él teléfono a Stacey que lo miraba con curiosidad.
Ella no se creía que él fuera botánico. No le había importado hasta entonces tratar de convencerla. Pero de pronto, sí importaba. Si quería estar con él. Si lo que buscaba era una buena cuenta bancaria, entonces Lawrence era el hombre que necesitaba.
– Era de Investigación Botánica Internacional -le dijo-. Quieren que guíe una expedición.
– ¿Investigación Botánica Internacional? -Stacey lo miró, tratando de leer su cara. Mike había sido una persona fácil de leer. Nash no lo era en absoluto. Era mucho más profundo y complicado-. ¿Y les has dicho que no?
– Tú me necesitas.
– ¡Sí, claro! -se lo estaba inventando. Lo habrían llamado para trabajar unos cuantos días en algún sitio. ¿Podría permitirse el rechazar trabajo? Quizás ella debería intentar esforzarse un poco más para arreglárselas sola-. ¿Me ayudas? Necesito ir al baño.
Él se inclinó para que ella enganchara el brazo alrededor de su cuello.
Stacey pensó que ya estaba mucho mejor, porque ya no le dolían tanto los músculos al moverse. Pero quizás era porque estaba demasiado ocupada tratando de superar las sensaciones que le provocaba el roce de su mejilla contra el pecho de él, como para sentir nada más.
El la miró.
– ¿Estás bien? -le preguntó.
No, claro que no estaba bien, pero lo miró a la cara y se esforzó por sonreír. Pero no lo consiguió. Él tampoco estaba sonriendo. Por un momento, pensó que la iba a besar. Lo hizo. Le rozó la frente suavemente con los labios.
– No trates de hacer más de lo que puedes.
– Puedo, de verdad.
Al final, él la tomó en brazos y la llevó hasta el baño.
En ese momento, ella descubrió que él no había estado sentado en la escalera esperando a que lo llamara. Por eso tenía escayola en la cabeza. Había estado arreglando el baño, los baldosines estaban en su sitio y quedaba muy bonito. Incluso había puesto la cortina y unas margaritas encima de una repisa. Stacey acarició los pétalos.
– Me encantan -dijo.
– Leucanthemum vulgare -dijo él. Luego, levantó la mirada-. Lo he mirado en un libro.
– Ya – ¿Por qué no lo creía? ¿Por qué el corazón le latía a toda prisa? Como si aquellas palabras hubieran sido mucho más importantes que un beso-. Puedes bajarme.
La dejó en el suelo, sin dejar de sujetarla para que no perdiera el equilibrio.
Desde la ventana, vio que había hombres recogiendo los escombros del muro.
– ¿De dónde han salido?
– ¿Quién? -Nash miró hacia el mismo lugar que ella-. ¿Esos trabajadores? Han llegado esta mañana. Supongo que habrá sido el constructor. Te van a dar una indemnización por el accidente. Bueno, eso me imagino.
– ¿Una indemnización?
– El muro estaba en un estado muy peligroso. Se podría haber caído en cualquier momento encima de Clover o Rosie.
– Pero eso no ocurrió. El accidente fue culpa mía. No debería haberme subido. Ya se lo había advertido a las niñas -suspiró-. Seguro que ahora pondrán una valla de alerce.
– No te quieres marchar de aquí, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza.
– ¿Harías cualquier cosa para quedarte?
– Es que me pienso quedar. Pensaba que no podría hacerlo, pero el lunes tomé una decisión.
– Ya.
– Claro que ahora no puedo hacer nada al respecto.
– Pero pronto podrás. ¿Te las puedes arreglar sola aquí? -De pronto estaba ansioso por poner cierta distancia entre ellos.
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