– Sí, gracias -ella se agarró al lavabo y miró el baño-. ¿Nash?
– ¿Qué? -su respuesta fue mucho más seca de lo que había esperado. De pronto, no le pareció buena idea pedirle que la ayudara a meterse en el baño. Un cuerpo lleno de arañazos no era algo divertido de ver para un hombre.
– No te olvides de bajar las flores al comedor.
Nash abrió la puerta del comedor y se quedó sorprendido. No había estado allí antes.
Alguien había empezado a arrancar el papel, pero al ver que el temple también se caía, lo había dejado tal cual. El resultado era una auténtica catástrofe decorativa.
Miró al carísimo centro de flores que tenía en la mano. ¿Seguro que ella quería que lo dejara allí? ¿No ofendería eso a Lawrence?
Realmente, aquella le pareció una muy buena razón para dejarlo allí.
Así lo hizo, cerró la puerta y se dirigió a la cocina a preparar té.
Dee Harrington estaba sentada en la cocina cuando él entró.
Él se detuvo en la puerta. -Hola. No la oí llegar. Stacey está en el baño.
– No he venido a ver a Stacey. He venido a hablar con usted. A mí no me impresiona en absoluto con toda esa demostración de que es un «hombre moderno».
El acercó una silla y se sentó a la mesa. – ¿Qué es lo que le preocupa?
– Usted, señor Gallagher. Me preocupa usted. A Stacey ya le rompieron el corazón una vez y no quiero que vuelva a pasar por eso.
– ¿Y qué le hace pensar que le voy a romper el corazón?
– Es inevitable. Usted es el clon de Mike, su marido: rubio, ojos azules y musculoso.
– No es algo que a mí, en particular, me preocupe demasiado. Es una simple combinación de características genéticas y trabajo duro.
– Mike también trabajaba duro y jugaba duro. Nunca dejó de jugar: al rugby, al baloncesto… Cuando debería haber estado en su casa, cuidando de su mujer y sus hijas. También le gustaban los juguetes de mayores. Las motos eran sus favoritos. En segundo término estaban las muñecas de carne y hueso. Stacey fue una buena esposa, leal a él. Lloró mucho cuando murió. Creo que se merece algo mejor esta vez.
– ¿Y su intención es de que lo consiga en esta ocasión?
– ¿No haría usted lo mismo, si fuera su hermana? -se inclinó hacia delante-. Lawrence Fordham es un buen hombre que puede proporcionarle una buena vida. Necesita ir hacia delante. Usted es un paso atrás en su vida.
– Creo que nos está infravalorando, a los dos, señora Harrington. Y ahora, si me perdona -se levantó-. Tengo que ayudar a Stacey antes de ir a por las niñas al colegio. ¿Le digo que ha venido a verla? ¿O prefiere que mantenga este pequeño encuentro en secreto?
Ella se levantó, con el rostro congestionado por la rabia.
– ¡Está tan seguro de sí mismo! Ha encontrado un lugar confortable, una viuda necesitada con una casa, y está dispuesto a hacerse indispensable. Se lo advierto, señor Gallagher, mi hermana puede que no tenga redaños, pero yo sí. Será mejor que se invente alguna excusa y se marche ahora, porque voy a averiguarlo todo sobre usted.
– Bien, pues quédese usted aquí y cuide de ella -era un reto-. ¿O quizá sea el señor Fordham el que venga a remangarse para quitar el polvo?
– Váyase, y me la llevaré a casa conmigo -le dijo-. Hay mucha gente que puede cuidar de ella.
– No lo creo. Como usted dice, aquí tengo todo lo que he querido siempre -agarró a un pequeño gatito que se estaba escapando y lo puso de nuevo junto a su madre.
– ¡Nash! -gritó Stacey desde arriba-. Ya puedo bajar.
– Pues será mejor que estés decente, porque tienes visita -sonrió a Dee-, Ya ve. Siempre hay algo que hacer.
– Lawrence… No hacía falta que te desviaras para venir aquí. Ya habías mandado las flores. Siéntate.
Stacey estaba tumbada en el sofá, como una heroína decimonónica.
Las niñas estaban con ellos, viendo los dibujos animados.
Estaba claro que a Lawrence lo ponían nervioso.
– ¿Dónde está Nash? -les preguntó, extrañada de que no estuviera a su vera.
– Está arreglando algo-dijo Clover-. Nos ha pedido que no saliéramos al jardín en media hora.
Bueno, seguramente, lo mejor era que Lawrence las viera en sus peores momentos.
Estaba sentado al borde del sillón, claramente incómodo.
– ¿Cómo estás, Stacey? Sabía que habías tenido un accidente, pero no sabía que hubiera sido tan grave.
¿Tenía un aspecto tan terrible?
– Parece peor de lo que es. Siento no poder ir contigo a la cena del sábado.
– No pasa nada. Cuando me dijo Dee que no vendrías, llamé a Cecile, que está encantada de venir en tu lugar.
Parecía realmente contento con el cambio de planes.
– ¿Cecile?
– La señora Latour. La conociste el lunes por la noche en la recepción.
– ¿Sí? – ¿Se refería a la dama con la que había estado hablando toda la noche? ¡Vaya! -. Sí, ahora recuerdo.
– Llegará el sábado por la mañana.
– ¿Viene desde Bruselas solo para una cena?
– Bueno, no para una cena. Para pasar todo el fin de semana -un ligero rubor tiñó sus mejillas.
– Me alegro mucho por ti, Lawrence, lo digo sinceramente. ¿Se lo has contado a Dee? -él la miró con pánico, pero Stacey le agarró la mano-. No temas, no puede matarte.
Sin duda, le reservaba ese destino a su hermana, que era demasiado lenta y no sabía aprovechar sus oportunidades.
Nash tenía dos opciones: sentarse y mirar con odio a Lawrence Fordham o hacer algo más por Stacey.
– ¿Vas a empezar un negocio?
– Fuiste tú el que me instaste a ello. Me dijiste que tratara de alcanzar la luna. Por desgracia, el director del banco insiste en que necesito un plan de empresa antes que nada. Y Archie asegura que necesito más tierra.
– ¿Archie?
– Archie Baldwin, el anciano que solía llevar el vivero. Fui a verlo. Pensé que, tal vez, el sabría qué iban a construir en el antiguo jardín -decidió ir un poco más allá-. Pensé que, tal vez, iba abrirlo de nuevo y que yo podría negociar algo.
– ¿Y qué te dijo Archie?
– Nada. Siempre había creído que él era el dueño de ese lugar, pero por lo que me dijo, me pareció que, en realidad, era alquilado. Me sugirió que te preguntara a ti.
– ¿Y por qué no lo has hecho?
¿Por qué no lo había hecho? No estaba segura, así que hizo una mueca.
– Bueno, el lunes estuve corriendo todo el día. Y, cuando viniste a darme el número de teléfono, estabas de muy mal humor -se encogió de hombros-. Desde entonces, he estado en la cama toda dolorida.
– Lo siento -se arrodilló junto a la cama y le tomó la mano. Estaba realmente serio, lo que a ella la perturbó.
– ¿Lo sientes?
– Debería habértelo dicho. No sé por qué no lo hice.
– ¿Decirme qué? Nash, por favor…
– Verás, yo no estoy limpiando ese lugar para nadie. Es que Archie es mi abuelo.
– ¿Archie? -se quedó atónita.
Pero aún le sorprendió más no haberse dado cuenta, pues había un gran parecido entre ellos.
– ¿Por qué no me lo dijo? -preguntó ella, profundamente herida. Pensaba que Archie era su amigo. También pensaba que Nash lo era-. ¿Y por qué no me lo has dicho tú?
Él le tomó la mano y se la puso sobre su propia frente, como sí, así, pudiera entender de algún modo lo que sentía.
– Solía pasar todo mi tiempo en el jardín cuando era niño. Era el único lugar en el que me sentía a salvo -se quedó en silencio un momento-. Pero hace unos veinte años, hubo una gran pelea en mi familia. Archie acusó a mi madre de haberme descuidado. Todo el mundo dijo demasiadas cosas que no quiero recordar aquí. Yo tenía trece años y era el único miembro de la familia al que todo el mundo hablaba. Entonces me negué a ser el mensajero de mi madre o de mi padre. Prefería no hablar con ninguno de ellos.
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