Finalmente, Stacey tuvo que admitir que la noche no había resultado tan desastrosa como ella había esperado.
Lawrence encontró una versión femenina de sí mismo, que procedía de Bruselas, y que sentía el mismo entusiasmo que él por los productos lácteos, mientras que ella charlaba con el director de su banco.
En un terreno neutral, parecía mucho más proclive a darle esperanzas. Incluso le presentó al director de la revista Maybridge. Le dio su tarjeta y le dijo que, cuando iniciara el negocio, lo llamara, para que hicieran algo.
Quizás, después de todo, Dee tenía algo de razón, pues la noche había sido muy productiva. Para cuando Lawrence anunció que era ya hora de irse, se dio cuenta de que la noche había acabado mucho más deprisa de lo que se habría imaginado nunca.
Pero tenía ganas de volver a casa y dormir durante diez horas.
También necesitaba hacer las paces con Nash, pero, dormir era una prioridad. Iba a necesitar tener la cabeza bien clara para enfrentarse a él.
Nash estaba fuera de la tienda, tumbado en su saco de dormir.
Hacía demasiado calor dentro. Aún en el exterior la atmósfera era opresiva y no hacía falta oír al hombre del tiempo para saber que estaba a punto de cambiar. Definitivamente, había llegado el momento de cambiar.
Oyó el coche fuera de la casa de Stacey.
Momentos después el automóvil se alejó.
Había estado conteniendo la respiración, mientras se preguntaba si le ofrecería pasar a su casa para tomar un maravilloso trozo de su tarta, con el que probarle que sería una buena esposa.
Pero no había habido tiempo para nada.
Diez minutos después, la luz de la habitación de Stacey ya estaba encendida. Luego la del baño. Ella estaba en casa, a salvo y durmiendo sola. Cerró los ojos.
¿Y si ponía todas las cartas sobre la mesa, le explicaba la situación, le ofrecía el jardín… y le pedía que lo esperara?
Una ráfaga de viento lo despertó. La puerta de la tienda se había soltado y agitaba el aire bruscamente. Mientras se metía en el interior grandes gotas de lluvia comenzaron a caer.
Stacey se despertó sobresaltada, y se sentó en la cama antes de haberse podido despertar del todo.
Había visto una lívida ráfaga de luz…
El estallido de un trueno justo encima de la casa le reafirmó que no era más que una tormenta de verano.
Las cortinas se agitaban con fuerza y, al llegar a la ventana para cerrarla, descubrió que la moqueta estaba mojada.
La lluvia se deslizaba por los cristales y ella apoyó la cara en el cristal, mientras se preguntaba qué tipo de daños ocasionaría aquel diluvio en su pobre y vieja casa.
Hubo otro rayo, que iluminó su jardín y se reflejó sobre el césped húmedo.
Unos pocos segundos después hubo otro trueno y pensó en Nash. Se preguntó si estaría bien. Estúpida pregunta. Estaría empapado.
Era posible que todavía no quisiera hablar con ella, pero no estaba dispuesta a dejarlo allí fuera, mojándose.
Se puso los pantalones del chándal, comprobó que Rosie y Clover estaban bien. Rosie estaba profundamente dormida, pero Clover medio se despertó.
– ¿Qué ha sido ese ruido mamá?
– Hay una pequeña tormenta, cariño. Nada de lo que preocuparte. Está lloviendo con mucha fuerza, y voy a ver si Nash quiere venirse a dormir aquí. ¿Os quedáis un momento solas?
– Sin problema -a pesar de los truenos, Clover cerró los ojos y volvió a dormirse.
Stacey no se preocupó por ponerse un chubasquero, se limitó a buscar una linterna que había detrás de la puerta.
La lluvia caía con fuerza, pero no tenía tiempo de preocuparse por eso. Atravesó el jardín corriendo, calándose de agua hasta los huesos antes de llegar al muro. No se había imaginado nunca que fuera posible mojarse tanto fuera de la ducha.
– ¡Nash! -le gritó-. ¡Nash!
No hubo respuesta, pero no estaba segura de que pudiera oírla con el sonido de la lluvia.
Se enganchó la linterna en el brazo y saltó al otro lado del muro.
Sus dedos fríos y húmedos resbalaban sobre la piedra, pero al fin logró alzarse encima. Agarró la linterna, la encendió e iluminó en dirección al campamento. No veía la tienda.
– ¡Nash! -volvió a gritar. Seguro que la habría oído o la habría visto. No podía estar durmiendo con la que estaba cayendo.
Agitó la linterna enérgicamente, tratando de sujetarse al muro con fuerza. Durante un momento pensó que había visto algo moverse y miró para abajo. Nada. De pronto, al mismo tiempo que un rayo atravesaba el cielo, el muro comenzó a moverse y, antes de que se diera cuenta, se estaba desmoronando.
– Eres una irresponsable -Stacey estaba en una ambulancia que la llevaba al hospital local-. ¿Qué estabas haciendo?
Nash estaba lleno de barro. Tenía la cara manchada y las manos con sangre, pero le estaba acariciando la frente, y se sentía bien.
– Estaba lloviendo -dijo ella-. Pensé que te ibas a pillar una neumonía o algo así.
– ¿Te importa lo que me ocurra?
– Por supuesto que me importa -pero al sentir que sonada demasiado como una declaración añadió-. Me habías prometido terminarme el baño mañana. ¿O es ya hoy?
De pronto sintió pánico y trató de moverse, pero el enfermero la contuvo.
– Será mejor que no se mueva, señora O'Neill, hasta que no sepamos qué está roto.
¿Roto? La intervención del enfermero la había distraído momentáneamente de su preocupación.
– ¿Con quién están Clover y Rosie?
– Con Vera. Estaba mirando la tormenta desde la ventana y fue ella la que llamó a la ambulancia antes de venir a ayudar a sacarte de entre los escombros.
– ¿Sí? Me veo haciendo pasteles durante el resto de mis días.
– No vas a hacer absolutamente nada en un par de semanas. No hace falta una radiografía para saber que te has fracturado el tobillo.
Ella protestó.
– Dee no me lo va a perdonar. Tengo que ir a una cena con Lawrence el sábado. Me ha prestado su vestido de Armani…
– No te preocupes de eso ahora.
«¡Dios! Seguro que piensa que estoy delirando», pensó ella.
– Lo digo en serio.
Nash le apretó la mano y ella se dio cuenta de que llevaba un rato haciéndolo y de que le provocaba una cálida y reconfortante sensación.
– Estoy seguro de que lo comprenderá. ¿Quieres que lo llame?
– ¿A Lawrence? ¡No!
– ¿Y a tu hermana? ¿Estará ya en casa?
– No lo sé. Pero no tiene sentido que la llamemos en mitad de la noche. Lo único que hará será echarme la bronca por estropearle sus planes.
¿Sus planes?
– No lo hará. Si va a gritarle a alguien, será a mí.
– Entonces, definitivamente no vas a llamarla. No quiero que se divierta con todo esto -comenzó a reírse, pero la carcajada se convirtió en tos-. ¿Estás seguro de que no es más que mi tobillo?
– Te has librado de milagro, porque podía haber sido realmente grave.
Y Nash pensó que no podría haberse perdonado a sí mismo si así hubiera sido.
La ambulancia se detuvo a la puerta del hospital.
– ¿Me voy a tener que quedar aquí, Nash? -le preguntó-. Alguien tendrá que cuidar de Clover y de Rosie, y de la gata y los gatitos.
– Yo lo haré -dijo él y se lo repitió a sí mismo, mientras se la llevaban en una silla de ruedas.
Le pareció que habían pasado horas la siguiente vez que la vio.
– Solo tiene una fractura de tobillo y unas pocas contusiones -dijo la enfermera-. Pero va a estar dolorida durante unos cuantos días, señora O'Neill. Estamos tratando de conseguirle una cama, pero no hay ninguna libre. El problema es que el hospital está lleno.
– Yo no quiero una cama, quiero irme a mi casa.
– ¿Tiene alguien que la cuide allí?
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